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Blanca apoya su mejilla sobre el hombro de Max, que recorre su espalda con sus dedos y se aprieta contra su cuerpo. El nudo en la garganta sigue ahí, todavía quedan lágrimas en sus mejillas y siente ganas de volver a llorar.

-No puedo...no puedo hacer esto...

-¿Cómo que no? Claro que puedes. No conozco a nadie tan fuerte como tú. Si una vez fuiste capaz de dejarle, ¿por qué no vas a serlo ahora para recuperarle?

-¿Y Macarena? No puedo dejarla sola...

-Creo que se las apañará bastante bien.

Blanca eleva su rostro y observa a Max con una mirada triste y brillante pero de aire angelical. Él le sonríe, recoge los restos de sus lágrimas con la yema de los dedos y la besa despacio, sintiendo la carnosidad de sus labios y los restos húmedos y algo salados de sus lágrimas. Blanca intensifica ligeramente el beso, llevando sus brazos alrededor del cuello de Max, que baja sus manos hasta sus glúteos sin apretarlos, solo manteniéndose en esa posición.

-¿Qué ha pasado con Esteban?

-Nada...me ha dicho que...

-Sé lo que te ha dicho. Me lo ha contado Macarena. Me refería a que...

Blanca le observa dubitativa y frunce ligeramente el ceño mientras él hace una pausa.

-¿A qué?

-¿Qué has sentido cuando le has visto?

-Dolor, rabia quizás...¿Por qué? ¿Estás celoso?

-En absoluto.

-Sí lo estás-canturrea Blanca mientras se separa unos centímetros de su cuerpo.

Max sonríe y ella le devuelve la sonrísa. Espera con ello que las lágrimas hayan desaparecido por completo, que esa presión en el pecho se haya desvanecido. Él lleva sus manos hasta los bolsillos del pantalón y baja la mirada unos segundos para luego observarla a ella con atención, mostrando una fingida indignación.

-Te recuerdo que la que estaba celosa eras tú.

-¿Yo? No digas bobadas.

-¿Dónde estabas? ¿Dónde has dormido?-Max empieza a imitarla de una manera irónica, con un tono de voz infantil y fanfarrón.

Blanca se cruza de brazos y aprieta los labios observándole con atención, sin decirle nada hasta que él se detiene.

-Me preocupo por ti. Eso es todo.

-Claro que sí, doña Blanca...

-Max...gracias por esto...por venir a buscarme, por intentar animarme...

Max sonríe con ternura y la vuelve a besar, dejando un cachete rápido en su trasero.

-Será mejor que volvamos al hotel. Macarena se estará preguntando donde estamos. Igual ha llamado ya a la policía para que nos busquen.

****

Tres de la madrugada. Todo el hotel está sumido en el completo silencio y la oscuridad, todos los clientes ocupan ya sus habitaciones y duermen plácidamente salvo Max, que sigue con los ojos abiertos. No puede apartar la imagen de Eduardo de su cabeza, de aquel día lluvioso y gris que se despidió de él en la estación de autobuses, del preciso instante en que supo que jamás volvería a verle. Sabía que era posible que le detuvieran, aún no habiendo hecho nada, pero no tan pronto ni de ese modo. Siente la respiración lenta y dormida de Blanca sobre él, apoya su rostro y parte de su pecho sobre el suyo. Su brazo cae con gracia al otro lado de él y de la cama y su pelo se arremolina entre su cuello, su oreja y sus mejillas, cubriendo uno de sus ojos. Max traga saliva y suspira. No sabe que hacer, no sabe que paso dar, no sabe como continuar sin poner en riesgo a Blanca y a él mismo. Todo se ha complicado demasiado. Blanca no debía saber bajo ninguna circunstancia que su hijo estaba vivo, era parte del plan y lo había echado a perder. Debería haberle dicho que Miguel se equivocaba, que Eduardo había muerto de verdad y zanjar el asunto, que se olvidara del tema, que todo hubiese seguido como estaba. Baja ligeramente su mirada y la observa con ternura, sonriendo para sí mismo. Se da cuenta de que nada de lo que está pensando tiene sentido, de que no puede mentirle, a ella no. Ha sufrido demasiado como para mentirle de nuevo. Intenta conciliar el sueño de una vez por todas, cerrando los ojos con fuerza e intentando pensar en otra cosa pero es inútil. Es de noche. Escucha unos pasos tras él. Alguien le persigue. Los pasos se intensifican. Él corre y los pasos corren tras él. Para cuando se quiere dar cuenta ya le tiene encima. Le mira. Lleva una cicatriz en la cara pero es un rostro desdibujado, borroso, que no puede identificar. Se acerca a lo grotesco. Le apunta con una pistola. No le tiembla el pulso. Siente el frío del metal en su frente. Cierra los ojos con fuerza. Sabe que va a apretar el gatillo. Escucha los gritos de Blanca a lo lejos. Pero no le llama a él, llama a Esteban. Abre los ojos con velocidad y se incorpora prácticamente de un salto, agarrándose al colchón con las manos y apretándolo con fuerza. Está completamente empapado en sudor. Blanca se apoya a su lado y le observa con preocupación pero con un gesto todavía somnoliento.

Barcelona, 1968.Where stories live. Discover now