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Eduardo deja los papeles que sostiene sobre la mesa de escritorio y se cruza de brazos, mirando a Blanca y a Max fijamente.

—¿Desde cuando tuviste noticias de Esteban?

—Desde hace algún tiempo, cuando estábamos en Sevilla, ¿por?

—¿Hace un año de eso?

—¿Cómo va a hacer un año? Pero si eso fue el otro día...más o menos...—interviene Max poniéndose en pie—¿Puedes decirnos que pasa? Que nos tienes en ascuas.

—Esteban compró un apartamento justo en el mismo edificio donde yo vivía. Hace un año.

—¿Cómo?

—Sí. Me tenía controlado desde hace un año. Como yo no le conocía, tenía ventaja.

—Seguro que ese malnacido les estuvo pasando información a los de la Brigada y luego tú, Blanca, culpándote porque habías empezado a buscar a tu hijo.

—Eso no tiene ningún sentido. Esteban puede actuar de forma extraña pero...¿tanto?

—¿Conocéis a Pilar Márquez?

—De sobra—. Suspira Blanca mientras cruza sus piernas con elegancia y velocidad.

—Ella también aparece aquí. Pone su nombre, algo de Oxford y una cantidad elevadísima de dinero.

Blanca lleva su mano derecha hasta sus labios, nada tiene sentido. A santo de qué iba a aparecer Pilar en esos asuntos. Aunque por otro lado no le extraña, negocio que exista, negocio que Pilar interviene o intenta sabotear. Con ella siempre se pierde, nunca juega limpio. Max empieza a dar vueltas por la habitación, intentando seguir el ritmo de vueltas que le marca su cabeza. Todos los datos pasan rápidos por su mente pero no le encuentra un sentido coherente a ninguno. Eduardo se apoya en la mesa, se queda en silencio, dejando que los dos saquen sus propias conclusiones ya que él no es capaz de hacerlo, le falta información.

—Lo que está claro es que Esteban compró un apartamento para vigilarte. Quizás no tenía el dinero y se lo dejó su hermana, por eso aparece.

—Max, sabes de sobra que Pilar nunca pondría su nombre en algo que la comprometiera. Lo único posible es que pensara quedárselo después para ella.

—Lo tengo. Pilar sabía que Esteban os defendería, que le saldrían los remordimientos o vete tú a saber qué y entonces, con Esteban en la cárcel, le promete que le sacará, pero no lo hace. Se queda con el apartamento en París y problema resuelto.

—Me parece retorcido hasta para Pilar. Pero no me sorprendería que fuera así.

—Tenemos que hablar con Esteban.

Max y Blanca dirigen su mirada rápidamente y al unisono a Eduardo, que había permanecido callado durante toda la conversación. Él los mira, algo indiferente. No considera que lo que ha dicho sea tan grave. Blanca desdobla sus piernas y las vuelve a cruzar en sentido contrario.

—No me miréis así. Le decimos que sabemos lo del apartamento, y que si quiere ayudarnos de verdad que nos deje entrar.

—Los de la Brigada lo habrán hecho ya, si había algo se lo habrán llevado. Además, no necesitamos nada de ahí. Solo necesitamos que llegue tu documentación, quemamos todos los papeles esos sobre ti y listo. Podemos volver a España como si nada hubiera ocurrido.

—¿Y si lo de la documentación es mentira? ¿Y si nos está engañando para ganar tiempo? Sabe que es algo muy tentador y nos tiene aquí, bailándole el agua mientras él está en la cárcel.

Blanca no dice nada. Se pone en pie y llega hasta ellos, apoyando sus manos sobre el hombro de cada uno. Suspira. Se impregna de una extraña y curiosa serenidad maternal que les transmite solo con tocar sus hombros.

—Chicos, parad. Os estáis yendo por las ramas. Esto no debe ser tan complicado. Ni siquiera Esteban piensa unos planes tan elaborados. ¿Por qué no os vais a dormir lo que queda de noche y ya mañana lo hablamos todo? ¿Os parece?

Los dos asienten a la vez, como si las palabras de Blanca hubieran sido las más sabias que iban a escuchar en su vida y ella tuviera toda la razón del mundo. Se cruza de brazos esperando a que los dos desaparezcan de su vista pero antes de salir Eduardo se detiene en la puerta.

—No creas que he olvidado lo de Max.

Blanca traga saliva y toma aire. No sabe que decirle. No tiene una relación normal con su hijo, para ella sigue siendo extraño, un desconocido que se le parece y al que un día tuvo entre sus brazos. No sabe cómo explicarle, no sabe cómo tratarle como sí sabe hacer con Carmen. Eduardo se da cuenta de que el tema tiene más importancia de lo que parece, lo adivina por el rostro pálido y compungido de su madre, que no deja de ser para él una desconocida que un buen día le dejó en un orfanato.

—Eduardo...yo...

—Tranquila. No necesito que me lo expliques. Veo que no es un tema fácil para ti. Aunque bueno para mí tampoco. Max es mi amigo...

—Lo sé. Y lo siento...quería contártelo cuando fuera el momento, no esperaba que...

—¿Os pillara?

Blanca asiente y deja su vista en el suelo. Se ata algo más su bata y se apoya en el dintel de la puerta. Max hace un momento que ha entrado en su habitación. Es la situación ideal para contarle todo a Eduardo. Le tiende la mano y él la acepta entrando de nuevo en la habitación. Los dos se sientan sobre la cama.

—Está bien, te lo voy a contar todo. Conozco a Max desde hace unos diez años...

—Sí, él me lo dijo. Se hizo pasar por mí y todo eso.

—Exacto. Nuestra relación era extraña, él sabía cosas de mí que nadie más sabía, me llegó a conocer como nadie en las galerías. Y por alguna razón que desconozco le empecé a gustar. Yo no hacía nada y él me invitaba a cenar y me seguía, me tentaba, jugaba conmigo...

—Eso siempre se le ha dado bien. Lo sé. Cuando éramos todavía unos chavales, él sabía ya sacar provecho de esos ojos y esa cara. El muy cabrón, se ganaba a todas las chicas siempre.

—Empezamos a vernos, a escondidas pero todo se vino abajo cuando nos descubrieron. Él se fue de las galerías dejándome una carta. Diez años después le busqué para que me ayudara, eso es todo.

Eduardo sonríe. Agradece que Blanca se lo haya contado. No la puede culpar, ni siquiera juzgar por ello. Apoya su mano junto a la de Blanca.

—Gracias. Espero que os vaya bien. Y que dejéis de esconderos. Eso sí, a Max se la pienso jugar.

Blanca dibuja una media sonrisa en su rostro. Que su hijo lo haya aceptado así sin más la hace feliz, la reconforta y le da la verdadera sensación desde que están en París de que ha tenido una conexión más profunda con Eduardo. Se ha sentido cercana a él, a como debería sentirse una madre con respecto a su hijo.

—Blanca...madre...¿te puedo llamar madre?

—Claro...

Blanca aprieta sus labios, conteniendo alguna que otra lágrima que ya humedece sus ojos. Acaricia la mano de Eduardo, que sigue entre las suyas, y le mira a los ojos.

—¿Crees que Esteban de verdad quiere hacerme tanto daño como Max piensa o quiere ayudarnos?

—Ojalá lo supiera. Con Esteban nunca sabes que pensar. Max le odia por lo que me hizo, yo también debería hacerlo pero sigo creyendo que es un títere en las manos de Pilar.

Eduardo asiente y la abraza. No sabe muy bien por que pero necesita hacerlo. Siente un miedo constante que le recorre todo el cuerpo aunque no lo dice a nadie e intenta esconderlo por todos los medios posibles. Pero en ese momento de confesiones, necesita sentir que su madre está ahí, junto a él.

—Tengo miedo. No quiero que me cojan.

—No pienses en eso, todo va a salir bien. Te lo prometo.

Barcelona, 1968.Where stories live. Discover now