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Max mira a Blanca. La observa con atención mientras muerde su labio inferior, algo indeciso, lo que la pone nerviosa. La sigue sujetando del brazo y le impide entrar.

—Max, ¿Qué pasa?—repite la pregunta con un tono cansado pero a la vez insistente.

—¿Me sigues necesitando para esto? Porque tengo la sensación de que ya no te sirvo para nada. Con Esteban y Eduardo puedes terminar de solucionarlo...además, debería volver a mi trabajo, no quiero que me despidan.

—¿A qué viene esto ahora? Claro que te necesito, no habría llegado hasta aquí sin ti. Sabes que no puedo confiar plenamente en Esteban y Eduardo está asustado, solo quiere que esto acabe. Max, te necesito aquí, conmigo, a mi lado...

Blanca tuerce sus labios y dibuja un gesto triste pero infantil en su rostro. Sabe que todo se está alargando demasiado pero deben hacerlo bien, no se han arriesgado tanto para terminarlo con prisas en un par de días. Max suspira de un modo pesado y lleva su mano hasta la mejilla de Blanca, que acaricia con suavidad. Ella cierra los ojos y le besa la palma de la mano, entrelazando después sus dedos con los de él. Entra en la habitación y tira de él hacia dentro. No enciende las luces, solo se deja guiar por la luz amarillenta de las farolas que se cuela por una de las ventanas. Se detiene frente a la cama y Max se para tras ella.

—Duerme conmigo, por favor.

***

Max entreabre los ojos, le duelen, ha dormido demasiado poco. Los frota con la yema de los dedos, acomodándose a la luz potente del sol que ni siquiera las cortinas pueden detener. Suspira. Deja caer su rostro hacia su lado derecho, está solo, no hay ni rastro de Blanca. Se incorpora y pasa sus dedos entre su pelo.

—¿Blanca?

No obtiene respuesta alguna, solo el máximo silencio. Bosteza despacio y deja la cama. Sus pies desnudos tocan el frío del suelo pero no tarda en moverse por la habitación, llegando hasta el baño. Abre la puerta con delicadeza pero sin llamar antes. Se asoma. Está vacío.

—¿Dónde te has metido?—lanza la pregunta al aire, como un pensamiento en voz alta.

Algo dentro de él le dice que no se preocupe, que todo va a estar bien, que Blanca está bien. Se viste sin prisas con uno de sus trajes claros y sale de la habitación. Alcanza la habitación de Eduardo y llama un par de veces con los nudillos. Desde fuera escucha como al instante unos pasos se van acercando a la puerta, que se abre de forma rápida.

—Max, ¿Pasa algo? Me estaba vistiendo. Entra.

—¿Sabes donde está tu madre? He llamado a su habitación y no está.

—Ni idea. Pero entra, quiero hablarte de ella.

Max traga saliva y esconde sus manos en los bolsillos del pantalón. Entra con algo de desgana, que se asegura de esconder a Eduardo, aparentando la mayor normalidad. Eduardo, vestido solo con sus pantalones, se sienta en uno de los extremos de la cama mientras Max coge la silla del escritorio y la coloca frente a él.

—Tú dirás.

—Max, ¿Cómo es? Tú la conoces, tienes confianza con ella. Es que tengo la sensación de que no...

—De que no la ves de verdad.

—Exacto. Dime, en un ambiente normal, ¿cómo es? ¿Es cómo el resto de madres?

—Blanca es muchas cosas pero no como el resto de madres, de eso puedes estar seguro. Aunque últimamente quizás...Deberías haberla conocido antes—no puede evitar sonreír al recordarla—las modistas en las galerías la llamaban Lucifer, a mí una vez me hizo sufrir un turno doble, no quieras saber lo que es eso...

—Vamos, que era estricta.

—¿Estricta? Uno de esos de la Brigada es una hermanita de la caridad a su lado.

Eduardo ríe a carcajadas. No puede imaginar a una Blanca así, a su madre de ese modo. La ve muy distinta, cariñosa, dulce, atenta y preocupada. Quizás sean su imaginación y su falta las que hacen que vierta sus anhelos en ella. Quizás así es como le gustaría que fuese su madre y que por lo que Max le cuenta está muy lejos de ser.

—Pero has tenido suerte, estos últimos años es mucho más...¿abierta?

—Me dijo que la engañaste, que te hiciste pasar por mí. Ya te vale. Pero hay algo que quiero saber, ¿Vosotros dos?

Max aguanta la respiración. La pregunta se pierde en el aire pero la mirada insistente de Eduardo se clava en él. Max frota sus manos en sus pantalones y baja la vista hasta el suelo. Teme ese momento, que sabía que iba a llegar tarde o temprano. Pero le pilla desarmado, sin Blanca, sin saber que es lo que ella opina al respecto. No se atreve a responderle, debe evitarlo.

—Nosotros dos, ¿qué?

Justo cuando Eduardo se dispone a hablar, dos suaves y casi insignificantes golpes sobre la puerta hacen que se detenga. Se incorpora pero Max le para, alargando su brazo hasta él y poniéndose en pie. Su mano toca la fría manivela y suspira aliviado antes de abrir.
«Salvado por la campana». La sonrisa amable de Blanca aparece al otro lado.

—Estáis aquí los dos, mira que bien.

—Buenos días, Blanca.

—Buenos días, Max. Buenos días, Eduardo.

Entra en la habitación con total tranquilidad y deja su bolso sobre la mesa de escritorio, justo al lado de los papeles. Max la observa. Lleva un vestido ajustado, color crema, que le permite adivinar todas las formas de su cuerpo, como se mueven con gracia hasta sentarse en la silla que él ha estado ocupando hasta ese momento.

—¿Dónde estabas? He llamado a tu habitación.

—He bajado a la cabina de teléfono, a hablar con Macarena. Todo va bien por allí. Y después he aprovechado para llamar a Carmen pero no me lo ha cogido. Bueno, ¿qué? ¿Echamos un vistazo a esos papeles?

—Podéis mirarlos vosotros, yo ya sé lo que pone. Mi nombre aparecerá en todos ellos, de eso no hay duda. Ojeadlos, voy a darme una ducha.

Blanca asiente y sonríe a su hijo, que desaparece en el cuarto de baño, cerrando la puerta del todo. Max se pone en cuclillas frente a Blanca, apoyándose en sus rodillas. Blanca baja la vista hacia él y empieza a jugar con un mechón de su pelo.

—Sí que he hablado con Carmen—susurra lo más bajo posible—dice que en España todo está bien...que por lo visto andan más ocupados en los casos de ETA que en los de los exiliados aquí en Francia...

—Eso es estupendo...quizás se olviden del caso y si no tienen nada contra Eduardo...todo solucionado...

—No sé yo...no creo que todo sea tan sencillo...le he pedido ayuda a Macarena, ella puede, mediante su marido, enterarse de si la Brigada tiene algo, de si existen copias de los documentos en España o algo por el estilo...

—¿No se estará arriesgando demasiado? Igual que Carmen...

—Se lo he dicho a las dos. Ninguna me ha hecho caso. Te puedes hacer una idea, tal como son las dos...

—Lo sé. Por cierto, Eduardo me ha preguntado sobre nosotros. No sé que rondará por su cabeza pero algo seguro.

—¿Sobre nosotros? ¿Qué le has dicho?

—Nada. Has llamado a la puerta justo en ese momento.

Blanca suspira aliviada. Teme casi tanto como Max ese momento, no quiere que llegue, no quiere dar explicaciones y mucho menos a su hijo, que probablemente no lo tome especialmente bien. Max se pone en pie y alcanza los papeles, repartiéndolos por la mesa. Blanca se gira y los observa. Tienen bastante trabajo por delante.

Barcelona, 1968.Where stories live. Discover now