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Blanca dobla sus piernas sobre la cama, le duelen, lleva demasiado tiempo en la misma posición, en ese improvisado campamento de papeles sobre la cama de matrimonio que los tres han ocupado formando un triángulo. Eduardo la observa, sabe que está cansada porque él también lo está. Max se pone en pie, llevando consigo una de las hojas del expediente, y se asoma por la ventana, se está haciendo de noche. Casi sin darse cuenta han pasado todo el día revisando el sinfin de papeles relacionados con el caso del supuesto atentado contra el Caudillo. En ellos el nombre de Eduardo aparece en varias ocasiones, relacionándolo con los cabecillas, que también se mueven desde París.

—¿Por qué no los quemamos y ya está? Estamos aquí revisándolos no sé muy bien para qué.—Interviene Eduardo, rompiendo el silencio reinante en la habitación.

—Tenemos que conocer al detalle de que hablan, nunca se sabe si en alguno puede haber un vacío legal.

—¿Y desde cuando sabes tú de vacíos legales? Joder, Max, pareces otro.

—Desde que trabajo en publicidad. Nunca sabes cuando te va a llegar una denuncia y tienes que estar preparado, eso es todo.

Blanca les oye hablar pero apenas les escucha, no presta atención a sus palabras. Se deja caer sobre la cama y observa el techo. Todo es demasiado complicado, Max lo complica. Si por ella fuese, hubiera prendido fuego a los papeles y problema resuelto, aunque asegurándose antes de que no existen otras copias. Cierra los ojos unos instantes pero los abre al notar una cálida caricia sobre su mano. Su hijo la coge de la mano y sonríe.

—Estás agotada, deberías ir a descansar. Nosotros los terminamos de mirar, no te preocupes.

—Tranquilo, estoy bien. Podemos seguir.

Max tuerce sus labios. Eduardo tiene razón, Blanca lleva demasiado tiempo sin descansar del todo, la conoce y no hace falta que ella diga nada para saberlo. Pero por alguna razón no la contradice, se queda callado, observándola, observando su cuerpo tendido sobre la cama. Le pueden las ganas de rozar sus piernas, de acariciarlas e ir subiendo hasta sus muslos. Suspira y mete sus manos en los bolsillos de su pantalón.

—Creo que este bloque es el último.

Eduardo sujeta unas cuantas hojas grapadas en sus manos y las zarandea de arriba abajo. Max las coge, más bien se las quita, y las pasa con velocidad. El tipo de letra no coincide con el resto de papeles, la forma en que están organizadas es distinta, incluso el papel es diferente.

—¿Dónde estaban estos papeles?

—Ahí, junto a los otros. ¿Qué pasa?

Blanca se incorpora rápida y lanza una mirada inquisitiva a Max, que sin decir nada, se los tiende. Ella los coge y repite la acción de Max, los repasa sin detenerse demasiado. Los reconoce. Los ha visto antes. Han pasado por sus manos. Algunas hojas son páginas arrancadas de un libro.

—Max...

—Lo sé.

—¿Me podéis decir qué pasa?—pregunta insistente Eduardo mientras da un pequeño salto en la cama, acercándose a Blanca.

—Que...

—Esos papeles son tu partida de nacimiento, tu ingreso en el orfanato, quien te dio en adopción, cuando saliste...todo.

—Eso significa que...

—Significa que si todo esto desaparece, tú no existes. Al menos en España. No has nacido, no eres hijo de Blanca, ni siquiera tu partida de defunción sirve.

—Pero no lo entiendo...¿Cómo ha llegado esto aquí?

—Esteban me dijo en Sevilla que él sabía cosas, que me fiara de él, que podía ayudarme...pero no lo hice. Supongo que se refería a esto.

—¿Qué papel tiene Esteban en todo esto? Porque ha jugado a dos bandas de manera descarada.—Insiste Eduardo mientras se pone en pie y alcanza la jarra con agua que han dejado horas antes sobre la mesa de escritorio.

Max suspira y se detiene al borde  de la cama, frente a Blanca, que se mueve dejándole algo de espacio. Max se tumba a su lado pero intentando no acercarse a ella demasiado. Mira al techo. De nuevo, Esteban, como centro de todo.

—Esteban es especialista en eso...lo sé por experiencia.

—Y ahora parece que se ha decantado por una de las bandas, ¿no?

Blanca lanza una mirada a Max, su cinismo la pone nerviosa, esa forma de hablar desganada, ese pasotismo, ese aire de superioridad...todo lo que antes la atraía a él parece ya no hacerlo, al contrario, le molesta.

—¿Y si lo ha hecho para pillarnos? Nos dice donde están los papeles, todos los papeles, nosotros venimos alegremente, los cogemos y entonces, la Brigada nos pilla con las manos en la masa.

—Eso es imposible, hijo...Eduardo...—Blanca se corrige casi sin darse cuenta, no sabe si es un buen momento para llamarle hijo, no todavía—. Esteban ha matado a Miguel solo para que escapáramos.

—Dejad de darle vueltas. Llevamos todo el día aquí encerrados. Bajemos a cenar, a tomar algo...y ya con más calma lo pensamos todo, ¿os parece?

Eduardo asiente casi al segundo. Max lleva razón, necesitan salir de ahí, las paredes empiezan ya a agobiarle, a caerle encima. Blanca frota sus ojos con la yema de sus dedos. Solo quiere dormir, terminarlo todo cuanto antes y volver a casa, volver a la rutina, a su día a día. No quiere seguir metida en líos de política, de policías, de armas y de papeles, pero no puede decírselo a nadie. Los dos la observan detenidamente esperando su respuesta.

—Está bien. Cenamos y nos despejamos un poco.

Deja la cama con pesadez, intentando no arrugar ninguno de los papeles que siguen decorando casi toda la cama y alcanza sus zapatos de tacón. Max abre la puerta y Eduardo sale sin pensarlo, seguido de Blanca. Al cruzar el dintel de la puerta, Max lleva rápido su mano hasta el trasero de Blanca, que roza con suavidad, envolviendo sus glúteos, pero la aparta nada más cruzar él y cerrar de un portazo.

—¿De verdad creéis que Esteban quiere ayudarnos?

—Esteban lo que quiere es no ir al infierno por todo lo que ha hecho—. Lanza Max mientras bajan las escaleras rumbo al restaurante del hotel—. Es una buena forma de purgar sus pecados.

—Visto así...Aunque yo no creo en infiernos, ni en pecados ni en todas esas sandeces de curas...Supongo que será por haber crecido en un orfanato de monjas. ¿Te acuerdas Max de todas las malas pasadas que les hacíamos?

Blanca les observa y sonríe. Siente una extraña sensación de orgullo al verles así, se siente como una madre orgullosa de sus hijos porque han hecho algo bien. Se convierte de pronto en una espectadora de la escena mientras llegan a una de las mesas y se sientan. No tardan en pedir para beber. Eduardo no se detiene en contar sus recuerdos, que Max le sigue apuntando algunos detalles. Los dos ríen con ganas, tranquilos, distendidos, ambiente que también incrementa el alcohol. Blanca asiente de vez de cuando pero no interviene, prefiere observar la escena y disfrutarla como si estuviera viendo una película. Pero se mete de lleno en el momento en que siente como la mano de Max acaricia sus piernas por debajo de la mesa. Le observa. No ha parado de beber desde que han llegado y ahora ríe a carcajadas una travesura que Eduardo recuerda a la perfección y que les cuenta con brillo en los ojos. Su piel se eriza al notar como las yemas de los dedos de Max rozan sus muslos y se introducen por su falda. Se tensa. Coloca su cuerpo erguido como reacción. Baja sus manos y agarra la de Max, apartándole de ella.

—Chicos, creo que me vuelvo a la habitación, estoy algo cansada. Nos vemos mañana...y dejad ya de beber.

—Blanca, espera, cielo, nos tomamos la última.

Blanca se asusta. Mira a Max furiosa y a la vez interrogante.

Barcelona, 1968.Where stories live. Discover now