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Blanca baja sin demasiada prisa por las escaleras del hotel, dejando que su mano roce la barandilla y se deslice por ella siguiendo su ritmo. Max la sigue tan solo un par de escalones por detrás, con las manos en los bolsillos del pantalón y gesto serio. Alcanzan la puerta del bar. Hay dos o tres personas entre las que no está Eduardo. Se miran mutuamente.

—Tanta prisa y ni siquiera está aquí.

Blanca no dice nada a la queja de Max. Entra en el bar y se sienta en una de las mesas redondas del centro, cruzándose de brazos y piernas. Max suspira y la sigue, sentándose frente a ella. Apoya sus codos en la mesa y su mejilla sobre su mano. La observa con atención, todavía tiene las mejillas algo coloradas. Eduardo entra en el bar sin demasiada prisa, pidiendo algo al camarero que ellos no consiguen descifrar. Llega hasta la mesa pero no se sienta, apoya sus manos y suspira.

—Menos mal que estáis sentados porque me acaban de informar de algo bastante gordo.

Blanca desdobla sus brazos y avanza hacia la mesa, apoyándose en ella. Mira a su hijo con una actitud dubitativa que Max no tarda en seguirle.

—¿Qué ocurre?

—Sí, ¿qué es eso tan urgente que tienes que contarnos y que no puede esperar?—interviene Max con cierta ironía.

—Pilar está aquí, en París.

—¿Y?

—¿Cómo que y, Max? Si Pilar ha venido hasta aquí es porque hay algo importante que se nos escapa.

—Habrá venido a salvar a su hermano, Blanca. Tampoco lo veo tan raro.

Entre las divagaciones de ambos, Eduardo alcanza una de las sillas y se sienta entre los dos casi al tiempo que llega el camarero con un café.

—Esperad. Hay otra cosa. Me han dado esto.

Eduardo saca del bolsillo interior de su chaqueta un sobre marrón que tiende sobre la mesa. Blanca lo mira pero pronto le devuelve la vista a su hijo, que toma un sorbo de su café. Max se lanza al ver la indecisión de ambos, lo coge y lo abre, tendiendo lo del interior sobre la mesa. Aparecen un pasaporte, un documento de identidad, tres o cuatro papeles y unas fichas.

—¿Y todo esto?

—Mi nueva identidad, Jesús Medina. Lo sé, el nombre no me va en absoluto pero no lo he escogido yo.

—¿Significa que ya puedes volver a España?

—No del todo. Debe pasar un tiempo. Respecto a lo de Pilar...mirad esos papeles.

Blanca los alcanza y los lee por encima. No entiende absolutamente nada. Los vuelve a dejar sobre la mesa. Max los intenta coger pero ella se lo impide.

—¿Qué pasa? ¿Qué pone?

—Es una lista con varios nombres—se adelanta Eduardo—Pone el de Miguel, el tipo ese de la Brigada y el de Esteban.

—También aparece Godó. ¿Por qué aparece él aquí?

—¿Godó? ¿El empresario?

—El mismo, el marido de Macarena.

—Yo solo os digo una cosa. Miguel está ya en el otro mundo y Esteban en la cárcel. El nombre de Pilar no aparece en esa lista, igual por algo será...

—¿Insinúas que Pilar ha montado todo este tinglado para sacar algo de provecho?

—No digo que lo haya montado, pero quizás se está aprovechando de ello. Pensadlo. A mí me busca la Brigada, vosotros venís hasta aquí a buscarme, casi nos detienen, que quizás le venía bien, pero Esteban altera el plan y se carga a Miguel...

—Pero todo vuelve a su cauce porque Esteban acaba en la cárcel y consigue deshacerse de él. Quizás tenga algún tipo de negocio con gente de la Brigada o algo por el estilo.

—No es propio de Pilar, aunque si saca provecho no dudo que esté metida en este lío. Lo que no entiendo es, ¿qué pinta Godó en todo esto?

Los tres se miran ante la pregunta de Blanca. Ninguno tiene respuesta para ello. Eduardo acaba su café y se deja caer sobre el respaldo de la silla. Blanca vuelve a coger los papeles y relee los nombres mientras Max se pone en pie y empieza a observar la calle por la ventana, con las manos en los bolsillos. Pasan unos minutos de silencio hasta que Blanca vuelve a iniciar la conversación.

—En los papeles que tenía Esteban quedaba bastante claro que llevaba en París cerca de un año, ¿cierto?

—Cierto.

—Supongamos que...Pilar se entera de que tú estás entre los nombres que busca la Brigada y envía a Esteban aquí para seguirte. Pilar siempre fue contraria a nuestra relación, siempre me ha odiado, y más al enterarse de tu existencia...así que...

—Blanco y en botella. Eso que dices, madre, tiene sentido. Quizás solo quería que me controlara, saber que hacía, nada más.

—Pero todo se va a la mierda en el momento en que Blanca empieza a buscarte—interviene Max desde la distancia sin ni siquiera mirarles.

—Claro. Al enterarse de que te buscaba, la Brigada se puso en marcha y la información le llegó a Pilar.

—Hizo volver a Esteban seguro. Este colabora con la Brigada, te busca, te hace el lío de que te quiere ayudar y...aquí estamos...

—¿Creéis que Pilar quería verme en la cárcel?

—Lo dudo. Solo creo que no quiere que este tema le salpique demasiado, eso es todo.

—¿Y a qué ha venido entonces?

—A asegurarse por sí misma de como van las cosas. Chicos, esperad aquí, voy a hacer una llamada.

Blanca se pone en pie, zanjando la conversación y desaparece del bar, llegando hasta el hall del hotel. Max saca un cigarrillo de su bolsillo y lo enciende, sentándose junto a Eduardo.

—¿Y tú desde cuando fumas?

—Lo hago solo a veces. Cuando estoy nervioso.

—En ese caso te dejo que te lo fumes aquí. Sabes que odio ese olor. ¿Crees que sacaremos algo en claro de esto?

—No lo sé. Esa mujer es muy...ambiciosa. Yo solo la vi un par de veces en las Galerías pero tiene esa fama. No le importa hacer daño a los demás para conseguir lo que quiere.

—Joder con mi tía Pilar...

—Menuda familia que te ha tocado, Eduardito—ríe Max echando el humo de su última calada—Casi prefiero lo mío y no saber de donde vengo.

Eduardo tuerce los labios pero marca una leve sonrisa en ellos. Suspira lento, cansado.

—Sabes Max, me gustaría volver a cuando teníamos unos diez años, ahí si que vivíamos bien, siendo niños, sin preocuparnos de nada...Todo esto ahora es una mierda, que te persigan por lo que piensas, es de locos.

—Piensa que ahora podrás volver a España cuando se calme todo esto...

—Eso espero.

Barcelona, 1968.Where stories live. Discover now