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Blanca llega a casa. Sabe que es tarde, ya prácticamente ha anochecido por completo, aunque no podría decir a ciencia cierta que hora es. Abre la puerta despacio, sin prisa alguna, entra, y cierra con la misma pasividad con la que ha abierto, casi sin hacer ruido alguno. Dentro de la casa, la total oscuridad y el completo silencio, solo quebrados por un fino hilo de luz azulada que se filtra a través de la ventana y la cortina y permite ver flotar las motas de polvo en el ambiente. Suspira mientras avanza, dejando las llaves sobre el cenicero de encima del mueble de la entrada, y busca el interruptor de la luz del salón. Todo se empieza a dibujar frente a ella entonces, los sillones de cuero, el sofá marrón que preside la estancia, la mesilla de café de madera que se sitúa frente a ellos...

Blanca deja caer el bolso sobre el sofá y retira su chaqueta negra, dejándola delicadamente doblada sobre el respaldo del mismo. Se acerca hasta el enorme mueble de madera oscura que cubre una de las paredes del salón, observa, sin detenerse demasiado, las fotos que lo decoran, su hija Carmen siendo una niña, con coletas, sonriente y feliz, sus padres, ella con apenas veinte años, y las más recientes, en las que Emilio aparece sonriente pero sin perder un ápice de autoridad. Su mano derecha alcanza la radio y las yemas de sus dedos rozan las pequeñas clavijas. La enciende, suena una melodía desconocida, tan solo a piano, pero es sumamente hermosa.

Toma aire y emprende el camino por el pasillo hasta el baño. A medida que avanza va retirando su ropa, que deja caer al suelo. No se preocupa por ello, ya la recogerá más tarde. Alcanza el final del pasillo y se detiene frente a la puerta del baño, no enciende la luz, decide que es mejor prender el par de velas que hasta el momento le habían servido de simple decoración. La luz de las velas otorga un aire extraño a la estancia, tenebroso pero relajante. Se acerca a la bañera y abre el agua caliente, dejándola correr. Ella cierra los ojos mientras sus manos rozan su piel para desprenderse de las últimas piezas de ropa que cubren su cuerpo. Al sentirlas caer al suelo, toma su pelo entre las manos, enrollándolo sobre sí mismo y anclándolo con un par de horquillas. Eleva su pierna derecha, su pie empieza a tomar contacto con el agua caliente y suspira. Entra por completo. Siente el agua mojar su cuerpo, adueñarse de ella, como cada gota se pega a su piel y corre con velocidad.

Cierra los ojos, se permite perderse en el silencio, en el ligero sonido del piano que llega de lejos, en la luz tenue que ilumina muy levemente la estancia. Intenta poner su mente en blanco, no quiere pensar en nada, en absolutamente nada. No quiere recordar lo sola que se siente, no quiere recordar el daño que le han hecho, no quiere recordar el daño que ella ha hecho, no quiere pensar en su hijo, ni en su hija, ni en su marido, ni en Esteban, ni en Max, ni siquiera en Emilio, tan solo, y por un momento, quiere dedicarle tiempo al silencio. Se adormece durante unos instantes gracias a la tranquilidad que ha conseguido, la necesitaba desde hacía meses, meses en que el caos, el ruido y el nerviosismo se habían instalado en su vida.

Entreabre los ojos con calma. El agua ha empezado a enfriarse, las velas se han ido consumiendo y el baño se ha llenado de una niebla espesa y blanca que no la deja ver más allá. Decide que es hora de salir. Enrolla una toalla sobre su cuerpo y con la mano derecha limpia el espejo en el que era imposible ver nada por la humedad blanquecina. Se ve a sí misma en el reflejo, pero no piensa en nada. El chirrido del timbre la sobresalta. Sale del baño y rebusca su bata en la habitación. Cubre su cuerpo y la ata mientras corre por el pasillo. El timbre vuelve a sonar con fuerza.

—¡Ya voy! ¡Un momento!

Se asegura de que su bata esté bien atada y retoca su pelo. Su mano, aún húmeda y arrugada, toca la fría manivela de metal. Abre mucho más rápido de lo que antes lo había hecho. Una sombra alta y delgada aparece al otro lado, no tarda en distinguir el rostro del diseñador de las galerías.

Barcelona, 1968.Where stories live. Discover now