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Blanca parpadea con cansancio. Lleva más de media hora removiendo el café con la cucharilla de metal con decoraciones grabadas en la parte superior. El azúcar ya se ha disuelto por completo y el café está completamente frío. Apoya su barbilla sobre la palma de su mano y observa la calle a través de la ventana. Está tan absorta en sus pensamientos que no nota la mano que roza su hombro con amabilidad y delicadeza.

—Buenos días, Blanca. Veo que hoy no se te han pegado las sábanas—sonríe Macarena mientras toma asiento a su lado y cruza sus piernas de forma elegante, dejando su bolso sobre la silla que queda vacía a su izquierda.

—Buenos días...—Blanca responde sin ganas, prácticamente por inercia, sin apartar la mirada de la calle.

Macarena la mira con atención pero no dice nada. Eleva su brazo de una forma grácil para llamar al camarero, que se acerca a ellas en cuestión de segundos en una actitud tan servicial que roza la subordinación.

—Buenos días, señoras. ¿Qué les pongo?

—Para mí un cortado, y a ella le pones otro café con leche que ese ya no se podrá beber.

El camarero asiente y desaparece tan rápido como ha llegado pero con una actitud mucho más activa. Macarena alarga su mano hasta la de Blanca y la detiene, el sonido continuo de la cucharilla dando vueltas la pone nerviosa. Coge la taza de café y la aparta de ella, hacia el centro de la mesa. Es entonces cuando Blanca reacciona. La observa de arriba abajo y luego mira el café, que sigue girando solo.

—¿Qué ocurre esta vez? Porque está claro que no has pegado ojo...

—Nada. Bueno, quizás...

—¿Quizás?

—No sé como decirte esto sin que suene egoísta...—duda unos segundos pero no puede alargarlo más—Macarena, tengo que volver a Barcelona. Es cuestión de tiempo que vayan a por mi hijo y no quiero que le pase nada si puedo evitarlo, aunque no quiera saber de mí. Ayer estuve hablando con Max del tema y creo que es lo mejor.

—Lo entiendo. Antes te tendrías que haber ido. Esto está prácticamente listo. Con que estés aquí cuando abramos para llevarte los méritos que te tocan me vale.

—Gracias—. Blanca sonríe amable y toma las manos de Macarena entre las suyas, sabe que la va a echar de menos.

—¿Y Max? ¿Dónde anda? Porque os vais los dos, ¿verdad?

—Hablando por teléfono con un amigo. Sí, nos vamos los dos pero no se fía de mí.

—¿Que no se fía de ti? ¿En qué?—Macarena se sorprende de la afirmación tan concisa y rotunda de Blanca que parece no inmutarse lo más mínimo por lo que acaba de soltar.

—Cree que...hay algo con Esteban...no sé cómo decirle que no hay nada, que nunca más lo habrá.

—¿Has probado a decirle lo que sientes por él? Quizás así...

Blanca cierra los ojos y suspira con cansancio mientras se apoya en el respaldo de la silla y cruza los brazos a la altura del pecho. Acompaña al gesto el cruce de sus piernas de un modo rápido pero elegante y sutil. El camarero se acerca a ellas, cargado con una bandeja metálica sobre la que descansan en perfecto y estudiado equilibrio dos tazas con sus correspondientes cucharillas y terrones de azúcar. Las sirve en la mesa y retira el café ya frío que Blanca había pedido a primera hora de la mañana. Las vuelve a dejar solas. Blanca vuelve a suspirar, lo que hace que Macarena la mire interrogante y a la vez algo amenazante.

—No sé hacerlo. Yo, de verdad que lo siento pero no sé decir te quiero, eres el amor de mi vida, pasemos la vida juntos, bla, bla, bla...—juega con su tono de voz, dotándola de un cinismo y una ironía desconocidos para Macarena—Me encantaría poder decírselo pero me ha ido tan mal las veces que se lo he dicho a alguien.

Barcelona, 1968.Where stories live. Discover now