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Blanca mira con atención a Macarena, que toma su taza de café con dos dedos y solo por el asa, bebiendo un sorbo corto. Todavía quema, se puede ver el humo que sale de él. Ella apoya sus codos sobre la fría mesa de mármol blanco con vetas negras y recoloca sus gafas de sol.

—¿De verdad que no quieres tomar nada?

—No, gracias. No me apetece.

—Max hizo muy bien la entrevista, ¿Verdad?—deja caer Macarena intentando darle conversación a Blanca, que de nuevo parece sumergida en su mundo, como tantas veces ha hecho desde que están en la ciudad.

—¿Eh? Sí, sí, muy bien...Todo lo hace muy bien...

—¿Dónde se ha metido, por cierto?

—Me ha dicho que tenía que llamar al trabajo. Por lo visto tenía una reunión.

Blanca suspira y se apoya en el respaldo de la silla de metal, cruzando sus brazos y subiendo una pierna sobre la otra. Cierra los ojos unos segundos y mece su pie derecho, ahora en el aire. La luz débil del sol de invierno acaricia su rostro y se cuela por el cristal negro de sus gafas de sol. Una sensación de pesadez dulce se apodera de ella. Podría quedarse dormida en cuestión de segundos. Se permite disfrutar de ese momento, no pensar en nada, escuchar el sonido lejano del agua del estanque del parque y el susurro de la gente de la terraza del bar.

—Blanca...lo que yo quería decirte antes era que...si te quieres ir...

Blanca abre los ojos con velocidad al escuchar las palabras de Macarena. Devuelve sus dos pies al suelo y se incorpora ligeramente. Lleva su mano izquierda hasta sus gafas y las sube hasta su cabeza, dejándolas apoyadas. Mira a Macarena y frunce el ceño.

—¿Irme? ¿Cómo que irme? ¿Adónde?

—A Barcelona.

—¿Por qué iba a hacer eso? Vamos a abrir las galerías, vamos a hacer la colección, llevamos mucho tiempo en esto. Es lo que más quiero hacer ahora.

—¿Seguro?

—¿Qué? ¡Claro que sí!

Macarena tuerce sus labios. No dice nada más. Sabe que las prioridades de Blanca han cambiado, ya no son las mismas que tenía cuando empezaron con el proyecto, ella ya no es la misma mujer que regresó de Cuba. Sabe que ahora su cabeza está centrada en su hijo, y en Max, sobretodo en Max. Toma otro sorbo de su café. Se apodera de ellas el silencio, uno de esos silencios incómodos que es mejor evitar, hasta que Blanca se incorpora ligeramente, mirando a la gente de la terraza.

—No puede ser...

Macarena ve el nerviosismo en sus ojos, como empieza a palidecer y las gafas caen de su cabeza y quedan sobre su nariz. Blanca mira por encima de ellas pero no tarda en quitárselas y dejarlas sobre la mesa. Coge su bolso y lo deja sobre sus rodillas.

—¿Te vas?

—Sí, tengo que irme Macarena. Luego nos vemos.

—¿Pero Blanca, qué pasa?

Macarena se vuelve. No ve nada raro, solo gente que charla, disfruta de un café o se relaja al sol. Ni siquiera ve al tipo de la Brigada que la sigue. Cuando vuelve a su sitio, Blanca ya está de pie, con las gafas puestas y el bolso en su antebrazo.

—¡Blanca! ¿Me puedes decir qué pasa?

—Tengo que irme.

Blanca da un paso al frente pero se detiene en el momento en que ve como se levanta y llega frente a ella. Él. Otra vez no. Macarena observa la escena. Blanca está pálida, anclada al suelo, mientras un hombre, vestido de traje oscuro, abrigo negro y sombrero, la mira. Hace ademán de marcharse en la otra dirección pero él la detiene, cogiéndola del brazo.

Barcelona, 1968.Where stories live. Discover now