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Blanca despierta y suspira. Es incapaz de abrir los ojos, le duele todo el cuerpo y siente una fuerte presión sobre la frente, como si alguien la estrujara sin descanso. Gira levemente su rostro hacia su izquierda y entreabre los ojos. Todo le da vueltas al hacerlo, con la sensación añadida de que la realidad se mueve mucho más despacio de lo que debería. Max, a su lado, duerme plácidamente boca abajo, con el rostro hacia ella. Se da cuenta de que una de sus manos cae sobre su vientre y la otra se esconde bajo la almohada. Toma aire y aparta despacio el brazo de Max, intentando no despertarle. Trata de incorporarse pero le cuesta demasiado.

—¿A dónde vas?—la voz de Max suena lejana y somnolienta, hundida entre la almohada.

—A por una pastilla...me va a estallar la cabeza...

—Ven aquí...anda...todavía es pronto...

Max alarga de nuevo su brazo, impidiendo que ella se mueva. Blanca no se opone a ello y vuelve a su sitio, acomodándose sobre el pecho de Max, que lleva un mechón de su pelo detrás de su oreja y empieza a jugar con él.

—¿Crees que todo saldrá bien?

—Sí, lo peor ya lo hemos pasado. Solo queda que Eduardo tenga de una forma más oficial su nueva identidad y podremos volver. Aunque...

—¿Aunque qué?—pregunta Blanca elevando su rostro hacia él.

—Que aquí no estamos tan mal...

Blanca sonríe y lleva la palma de su mano hasta el pecho de Max, acariciándolo con suavidad, casi al tiempo que descansa una pierna sobre las suyas, creando un movimiento lento y ondulado en las sábanas.

—Tenemos un trabajo al que volver, ¿Recuerdas?

—Prefiero no hacerlo...igual me han despedido y ni siquiera lo sé...

—Yo igual ni siquiera tengo trabajo...si Godó ha impedido que salga todo adelante...

—Pues estamos bien...¡Ay Eduardo a dónde nos has arrastrado!—lamenta Max de un modo irónico.

—No grites...me duele la cabeza...—sonríe Blanca mientras deja una leve palmada sobre su pecho.

****

Blanca revisa su bolso antes de salir de la habitación y mete las llaves en su interior, prácticamente arrojándolas dentro. Max la espera en el pasillo, con las manos en los bolsillos del pantalón y apoyado en la pared. Se les ha hecho algo tarde aunque tampoco tenían demasiada prisa por hacer las cosas. Blanca cierra de un portazo y mira interrogante a Max.

—¿Qué ocurre?

—¿Tú has visto las horas que son y no sabemos nada de Eduardo? Voy a llamarle.

—Deja al muchacho, estará de resaca. Seguro que ayer se le hicieron las tantas...o igual...está con la chica esa con la que charlaba. En todo caso, seguro que está dormido, como deberíamos estar nosotros, no sé por qué nos hemos levantado la verdad.

Blanca tuerce los labios y asiente, sabe que Max lleva razón pero le resulta extraño, ella no suele hacer esas cosas, nunca se ha acostado tan tarde y a la vez levantado tan tarde. Baja las escaleras con lentitud, le sigue doliendo la cabeza, la ducha rápida ha ayudado pero no del todo. Max la sigue unos escalones por detrás, sin decir nada. Sonríe para sí mismo al recordarla totalmente ebria. Ella entra en el bar y mientras avanza hacia una de las mesas dedica un gesto al camarero, indicándole que se acerque.

—Blanca, voy a llamar a Javier. Ahora vengo.

—Llámale luego. Tómate primero un café conmigo, anda.

Max sonríe y toma una de las sillas, la de enfrente de Blanca, y se sienta. Ve llegar al camarero, rápido, con la bandeja y dos tazas humeantes de café con su correspondiente espuma ligera y color ocre.

—Max...

—¿Sí?

—Estoy algo preocupada...por Eduardo...es que no sé como va a salir todo esto...

—No te preocupes por él. Sabe cuidarse solo, lo ha hecho siempre. Y ahora, pues bueno, se ha metido en un buen lío, eso está claro pero yo creo que está ya solucionado. Dudo que aquí en Francia le persigan más y si no ve claro el tema de volver a España pues...

—¿No eras tú el que decía que tenía que volver?

—Lo sé pero hablé con él ayer...entre copa y copa también hablamos enserio. Me dijo que...no sabe que hacer...quiere volver a España, estar contigo, conocer a Carmen, todo eso que se ha perdido, pero al mismo tiempo sé que tiene miedo, él no lo dijo pero...

Blanca tuerce los labios y arruga algo la nariz mientras toma su taza y sorbe con delicadeza el café, que todavía está caliente.

—Cuando volvamos...¿Qué haremos?

—¿A qué te refieres?

—Tú tendrás que estar en Barcelona y...conozco a Macarena, estoy segura que querrá retomar lo de Sevilla así que...

—Nos las apañaremos, de un modo u otro lo haremos, no te preocupes por eso.

—Está bien. Ve a llamar a Javier, yo voy a ver si Eduardo está despierto.

Max acaba de un sorbo su café y se pone en pie tras ella, que aprieta el asa de su bolso y se encamina hacia las escaleras. Las sube sin demasiada prisa, dejando que su mano roce y casi acaricie la barandilla metálica. Llega hasta la puerta de Eduardo y llama un par de veces con los nudillos. Espera unos segundos. No obtiene ninguna respuesta. Vuelve a intentarlo con algo más de insistencia. Nada.

—¡Eduardo! ¿¡Hijo, estás ahí!? ¡Abre!

Los golpes de Blanca contra la puerta se vuelven más insistentes, acompañados de sus constantes llamadas a su hijo. Nadie le responde. Pega la oreja a la puerta, no se escucha nada al otro lado.

—¡Eduardo! ¡Abre, por favor! ¡Me da igual si estás con alguien, abre!

Se empieza a poner nerviosa. No parece que haya nadie en la habitación. Se apoya en la pared, no debería haberse marchado del bar sin él. Baja a toda prisa y busca las cabinas de teléfono que quedan junto al hall. Localiza rápida a Max, que apoyado y con una mano en el bolsillo habla relajado por teléfono. Se acerca y golpea el cristal con insistencia. Max abre la puerta, algo confuso.

—Espera un momento Javier-. Susurra y tapa el auricular del teléfono—. ¿Qué pasa?

—Eduardo no está en su habitación.

—¿Cómo que no está?

—No, no está. He llamado varias veces y nada.

—Javier, tengo que dejarte. Te llamo más tarde.

Max cuelga el teléfono y sale de la cabina, cogiendo a Blanca de las manos. Se la ve demasiado nerviosa por algo que quizás no tenga importancia.

****

Eduardo entreabre los ojos. Le duelen, en realidad le duele todo el cuerpo. Está algo aturdido, no sabe muy bien donde está. Nota una extraña sensación en su boca, algo húmedo recorre su labio y su barbilla. Sabe que está sentado en una silla, bastante incómoda, y que todo está oscuro a su alrededor. Nota una fuerte presión en puntos localizados, el pecho, las muñecas y los tobillos. Intenta moverse pero no puede. Se da cuenta de que está atado a un silla. Su corazón se acelera. Trata de desprenderse de las cuerdas que le retienen pero no puede. Se dispone a gritar. En ese momento, un pequeño punto de luz anaranjada y rojiza se enciende frente a él. Es un cigarrillo.

—Buenos días, pequeño hijo de puta.

Barcelona, 1968.Where stories live. Discover now