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Dos golpes rápidos e insistentes en la puerta hacen que Blanca abra los ojos con velocidad y respire agitada. Se incorpora en un solo segundo, apoyando sus manos sobre el colchón. Siente entonces el dolor de cabeza, como si alguien la estuviera estrujando sin detenerse, y una extraña sensación en la boca, un gusto amargo que le recuerda a las copas de whisky de la noche anterior. Las náuseas le recorren la garganta. Deja la cama a toda velocidad. Los golpes en la puerta se repiten.

—¿Blanca estás ahí?

Corre desde la cama hasta la puerta, alcanza la manivela y la presiona lo justo para que se abra. Llega rápida hasta el baño y cierra la puerta. Macarena se asoma a la habitación con cautela, no hay nadie, la ropa de Blanca está en el suelo y la cama deshecha. Las luces están apagadas, solo entra algo de claridad de la calle. Nota el ambiente cargado de la habitación, le da la sensación de que huele a alcohol.

—¿Blanca?

Entra y cierra a su espalda, encendiendo después las luces. Pone atención, escuchándola en el baño. Prefiere dejarla sola unos instantes. Recoge el vestido del suelo y lo airea antes de dejarlo sobre la cama. Se sienta, sube una pierna sobre la otra y suspira. Acaricia con calma las sábanas.

—Si necesitas ayuda, dímelo. Que ayer te cogiste una buena...bueno, tú y Max...

La puerta del baño se abre despacio y Blanca aparece al otro lado. Lleva el pelo revuelto, viste solo con ropa interior, está pálida y las ojeras cubren parte de sus ojos. Sus pómulos se marcan más que nunca. Apoya la cabeza en el dintel de madera.

—No está Max...¿Dónde está?

—¿Cómo dices?

—Anoche se quedó conmigo...pero se ha ido...¿le habrá pasado algo?

—Yo no le he visto. Habrá bajado a su habitación a cambiarse o a darse una ducha mujer, recuerda que hemos quedado hoy con él para lo de la publicidad.

—Será eso. Macarena, yo...siento lo de ayer...no sé si dije algo que no debía o...

—Tranquila. Sé que necesitabas precisamente lo que pasó ayer, no preocuparte por nada y divertirte. Dime, ¿Max a qué ha venido realmente?

****

Max abre los ojos despacio. Se da cuenta de que está en su cama, hecho un ovillo. Las sábanas descansan a sus pies. Está empapado en sudor y cada pitido de la calle taladra su cabeza. Rueda hasta quedar boca arriba, alarga sus brazos y sus piernas y suspira. Mira al techo unos segundos pero sabe que si no se levanta llegará tarde a su cita con Macarena y Blanca. Deja atrás la cama y recoge su ropa, dejándola sobre la silla. Un solo golpe en la puerta capta su atención, la alcanza y abre. No hay nadie al otro lado. Se asoma al pasillo, mira a derecha e izquierda pero nada, ni un alma recorre aquel pasillo de suelo enmoquetado y paredes ocres. Retrocede unos pasos y cierra. Sus pies rozan algo del suelo. Un pequeño papel con algo escrito. Lo reconoce al instante. Lo recoge y vuelve a la mesa de escritorio, abriendo su cartera con velocidad. Guarda el papel en su sitio y se viste a toda prisa. Acaba de ponerse la chaqueta por el pasillo, mientras corre hacia las escaleras para alcanzar el segundo piso. Gira a la derecha en busca de la habitación de Blanca. Se detiene frente a ella y toma aire. Llama dos veces pero no obtiene ninguna respuesta. Vuelve a llamar, esta vez con más insistencia. Nada.

—Mierda. Mierda.

Avanza a paso rápido hacia su izquierda y llega hasta la habitación de Macarena. Repite la acción pero de nuevo, nadie le responde. Recorre su pelo y su rostro con las manos. Suspira. Se dirige hasta las escaleras y baja con pasos lentos, desgarbados, a desgana, mientras las yemas de sus dedos rozan la fría barandilla metal. Entreabre sus ojos, le duelen. En realidad le duele todo el cuerpo, hacía tiempo que no bebía así. Llega hasta el vestíbulo. El bar queda a mano derecha. Se asoma lo justo para lanzar una mirada rápida a toda la estancia. Las ve, al fondo, sentadas en un sillón y un sofá, tomando un café. Se permite el lujo de observar a Blanca desde la distancia. Lleva un vestido azul, con el pecho en amarillo, y una coleta baja. Sus labios rojos contrastan con la palidez de su rostro. Sonríe para sí mismo. Entra en el bar, pide un café en la barra y llega hasta ellas.

Barcelona, 1968.Where stories live. Discover now