11

652 14 5
                                    

—¿Max? ¿Estás aquí?

—Perdona, Javier. Tenía la cabeza en otro sitio.

—¿Cómo se llama?

Max tuerce sus labios. Está cansado de las continuas comidas de empresa que no llevan a ningún sitio, mucha charla y pocos acuerdos. Siempre son iguales. Javier, compañero y principal competencia de su empresa, se ha convertido poco a poco en uno de los escasos amigos que tiene en aquel mundo de la publicidad.

—¿Cómo se llama quién?

—La que hace que tengas la cabeza en otro sitio. ¿No será esa que me dijiste que estaba casada, verdad? Porque si la sigues viendo al final te vas a meter en problemas, y como se entere el marido vas listo.

—No es eso. No es ninguna mujer, en este caso no. Es un tema algo más complicado, más...delicado. Ayer por la mañana alguien entró en mi casa, todo estaba revuelto cuando volví.

—¿¡Qué!? ¿¡A robar!? ¿Pero has puesto una denuncia? ¿Se llevaron algo de valor?

—Javier, para. No es eso, eso no lo hace un vulgar ladrón. No debería decirte esto pero confío en ti. Sé que conoces a gente y tienes influencias. Estoy casi seguro de que me persigue la policía, la Brigada, más bien. Creo que fueron ellos quienes entraron en mi casa, buscando no sé muy bien qué.

—¿La Brigada?—pregunta Javier con un hilo de voz—¿A ti? ¿Qué has hecho, Max? ¿En qué lío te has metido? Eso puede ser muy grave...

—Yo no he hecho nada, ¿por quién me tomas? Yo no me arriesgaría de ese modo. Es alguien a quien conozco, un amigo. Lleva años en Francia, huido, pero aquí le siguen buscando. Tú conoces a gente, necesito que me confirmes si verdaderamente le buscan.

—¿De quién se trata?

—Eduardo de la Iglesia. Éramos compañeros en el orfanato, nos conocemos desde niños.

—Veré que puedo hacer.

—Gracias, Javier.

                                                                                                 ***

Blanca pasa su mirada rápida por todo el taller, comprobando que todo está en orden. Lo hace cada día, no importa lo cansada que esté, siempre se queda la última para cerrarlo todo, incluso después de sus reuniones con Macarena, que siempre se suelen alargar más de la cuenta. Recoge sus cosas y apaga las luces. Se permite cerrar los ojos durante unos segundos, inundarse del silencio más profundo de Velvet hasta que le parece escuchar un sonido de pasos por los pasillos. Abre los ojos con rapidez y vuelve su mirada. Parece que no hay nadie tras ella. Suspira mosqueada. Se está empezando a cansar de estar en continua tensión por si alguien la sigue o la observa desde las sombras. Encara el pasillo y sale a la calle. No hay nadie en el callejón, ningún coche sospechoso, nada. Eso la hace sospechar todavía más. No sabe nada de Max pero presupone que estará bien, él sabe cuidarse mejor que ella en esos temas. Decide llamar a un taxi, la Avenida del Generalísimo Francisco Franco o Diagonal como era más conocida, nunca le había parecido tan inmensa y  tan arriesgada en su situación. Un taxi se acerca a ella, se sube sin pensarlo dos veces.

—Buenas noches señora, ¿dónde la llevo?

—A la calle Rosellón, por favor.

—Eso está hecho.

Blanca cierra los ojos. No sabe muy bien por qué pero respira acelerada, le sudan las manos y le empiezan a temblar las piernas, un movimiento continuo se adueña de su pie derecho, arriba y abajo, como si estuviera usando una máquina de coser. Se gira, mira tras ella. Nadie les sigue. Recorre su rostro con su mano izquierda. Un calor repentino atraviesa su espalda y se concentra en la zona de su nuca. Sabe que su rostro ha empezado a palidecer aunque no vea su reflejo. Siente lo mismo que cuando sufrió un fuerte mareo al saber que su hijo estaba vivo. El taxista eleva su vista y la observa por el retrovisor.

Barcelona, 1968.Where stories live. Discover now