Blanca se incorpora y se pone en pie tan rápido como le es posible. Todavía siente como le tiemblan las piernas y su respiración no es del todo regular. Alcanza su maleta y la abre por completo en el suelo, rebuscando entre sus cosas hasta dar con su bata de seda color vino, que no tarda en cubrir su cuerpo, aún dejando que se intuyan sus formas a través de ella. Las voces entremezcladas y el barullo que parecían proceder de la zona del bar se calman de repente, todo parece volver a la normalidad. Max se gira en la cama y la observa pícaro mientras apoya su mejilla sobre la palma de su mano y se acopla sobre la almohada, rozando con su mano derecha las sábanas del espacio que ahora Blanca ha dejado vacío y frío.
—Anda, ven. Seguro que no es nada. Algún cliente conflictivo...
—O la Brigada. Estoy segura de que ha pasado algo.
Llega hasta la puerta y la abre lentamente, dejando el espacio justo para asomarse y ver una porción del pasillo que queda en penúmbra, con un aspecto tétrico y poco seguro. Todo está en calma, nada parece fuera de lo normal, hasta que unas sombras emergen en el pasillo, de detrás de las gruesas cortinas que separan ambos espacios y que Blanca consigue distinguir a duras penas. Avanzan. Una de ellas camina de forma torpe, empujada y arrastrada por la otra, mucho más corpulenta. Blanca no tarda en reconocer a su hijo y a Miguel una vez están más cerca de ella. Cierra de forma suave, haciendo presión con la manivela y evitando todo sonido posible. Palidece. Sus manos empiezan a temblar. Están perdidos.
—Vístete. Vamos—. Susurra mientras se despega de la puerta.
—¿Qué ocurre?
Blanca no responde. Corre a su maleta y coge uno de sus vestidos, sustituyéndolo de forma rápida por la bata. Max alcanza sus pantalones. Los pasos débiles y torpes de Eduardo llegan hasta la puerta y tras ellos, los más firmes y potentes de Miguel.
—¡Qué te he dicho que ahí no hay nadie! ¡Si vas a detenerme hazlo de una vez! ¡Llévame a comisaría o a donde mierdas quieras llevarme!
—No te pongas nervioso, Eduardito. Si por echar una ojeada no perdemos tiempo. Luego podemos ir a comisaría si te hace ilusión.
Blanca cruza la habitación y agarra, de forma inconsciente, la mano de Max y la aprieta tanto como puede. Él traga saliva mientras observa la puerta. Definitivamente todo se ha ido al garete. Debían evitar que detuvieran a Eduardo y no lo han conseguido. Han fracasado estrepitosamente. Dirigen su mirada a la manivela, que empieza a moverse con lentitud. Blanca cierra los ojos, no quiere ver lo que vaya a pasar, al contrario que Max, que fija su vista al frente. La puerta empieza a abrirse despacio, acompañada de un chirrido metálico. En cuestión de un segundo Blanca siente como Max le suelta la mano y desaparece de su lado. Abre los ojos. Se ha situado justo al lado de la puerta, que pasa a abrirse de un modo más brusco, seguramente por una patada de Miguel, que arroja a Eduardo dentro de la habitación, casi antes incluso de que terminara de abrirse la puerta. Cae a los pies de Blanca.
—Hijo...—susurra mientras se agacha dispuesta a ayudarle a levantarse.
Max avanza unos pasos mínimos por detrás pero Miguel se vuelve hacia él antes de que pueda actuar. No duda en sacar un arma que guardaba en su cintura.
—¿Vamos a estar quietecitos, verdad que sí, Max?
Max no reacciona. Se queda totalmente quieto frente al cañón de la pistola que ahora le apunta y que le indica con gestos continuados que se coloque justo al lado de Blanca y Eduardo. Los tres parecen anunciar una fila de fusilamiento en la que Miguel no va a dudar ni un segundo, que van a caer uno detrás del otro sin poder hacer nada al respecto. Pero no ocurre nada de eso. Miguel guarda la pistola y coge la silla del escritorio, sentándose frente a ellos con paciencia y una extraña tranquilidad que puede romperse en cualquier momento. A Eduardo esa situación le provoca mucha más tensión de la que habría provocado liarse a tiros allí mismo. Hay algo confuso en la actitud de Miguel.
—Vamos a ver, vamos a hacer esto rápido. Mis superiores quieren algo limpio. Si por mi fuera ya estaríais muertos.
—¿Cómo el Manzanas*?—ríe Eduardo entre dientes sabiendo a lo que se enfrenta.
Miguel fija la vista en él, su rostro cambia por completo y se vuelve furioso. Se pone en pie y saca a toda prisa la pistola de su cintura, pegándole el cañón a Eduardo en la frente. Blanca cierra los ojos. De verdad cree que le va a matar. Max intenta hacer algo pero si Miguel aprieta el gatillo están perdidos.
—¿Te hace gracia? ¿Eh? Dime. ¿Sabes a mí lo que me hace gracia?
Blanca alcanza la mano de su hijo y la aprieta con fuerza. No sabe por qué pero imagina qué es lo que Miguel va a decir. Debe evitarlo a toda costa.
—Miguel—. Le corta tan rápida como puede—. ¿Le vas a detener? Hazlo ya.
Max lanza una mirada furiosa a Blanca. ¿Qué hace? ¿Se ha vuelto loca? Miguel la observa de arriba abajo, no la juzga, simplemente le sorprende. Ella se cruza de brazos y eleva las cejas, expectativa e insistente. Sabe que de alguna forma encontrará la manera de sacar a su hijo de la cárcel pero tiene miedo de que se entere de lo suyo con Max de ese modo. Quiere ser ella la que se lo cuente llegado el momento.
—No puede detenerlo. No tiene nada. Sería algo ilegal—. Interviene Max—. ¿Verdad, Miguelito? Estáis jodidos, lo sé. No podéis demostrar que Eduardo tiene algo que ver sino ya le habrías detenido.
—No tienes ni idea de cómo funciona esto. Le estoy dando la oportunidad de que todo sea más fácil. Un nombre.
Eduardo le mira, dubitativo. No piensa decirle nada. No piensa delatar a sus compañeros. Miguel se cruza de brazos. Blanca les observa, puede sentir la tensión de la escena. Mientras se mantienen la mirada y juegan a un constante tira y afloja, no escuchan los pasos torpes y pesados que llegan del pasillo. Lo único que se escucha, un disparo. Blanca lanza un grito y cierra los ojos, Max instintivamente se lanza y cubre a Eduardo. Ninguno de los tres parece estar herido. Huele a pólvora. Miran al frente. Su respiración se corta por completo. Miguel fija su vista al frente, tose un par de veces y escupe sangre. Con su mano derecha aprieta su vientre, que no tarda en mancharse de sangre y cubrir toda su mano. Vuelve a toser y cae de rodillas al suelo. Blanca observa la puerta. Tras él, bajo el dintel de la puerta, alguien a quien conoce bien, sostiene todavía la pistola en la mano, encarando el cañón hacia ella. Miguel cae de bruces contra el suelo. No tarda en formarse un gran y espeso charco de sangre que se termina mezclando con la alfombra. Blanca traga saliva. Eduardo observa el cuerpo inerte de Miguel.
—¿Está muerto? ¡Dime que no está muerto!
————
*Melitón Manzanas González fue un policía español durante la dictadura de Franco, colaborador de la Gestapo durante la Segunda Guerra Mundial y jefe de la Brigada Político-Social de Guipúzcoa, puesto desde el que torturó a numerosos opositores al régimen. Fue asesinado por ETA en el que fue el primer atentado premeditado de esta organización.
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Barcelona, 1968.
FanfictionBarcelona, año 1968. Blanca, tras su regreso de Cuba decide que es el momento de hacer lo que ha evitado durante años: saber más sobre su hijo. Está dispuesta a todo para conseguirlo, aunque implique mucho más de lo que ella podía siquiera llegar a...