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Eduardo suspira con pesadez y dibuja un merde con sus labios mientras avanza hasta el interior del apartamento a toda prisa, dispuesto a recoger todas sus cosas en el menor tiempo posible, dejando solos a Blanca y a Max en el salón, como si no existieran para él, como si le fueran totalmente ajenos. Blanca mira a Max inquisitiva cuando se asegura que su hijo ha desaparecido y se acerca a él.

—¿Vas borracho? ¿Tú crees que es el momento?

—No voy borracho. Solo me he tomado dos...o...quizás tres copas mientras esperaba. Nada más. ¿Cómo ha ido por aquí?

—Ha ido bien. Mejor de lo que pensaba.

Max sonríe y asiente pero al instante y sin dejarle tiempo a reaccionar, se pega a ella, agarrando su trasero y besándola en el cuello. Blanca coloca sus manos sobre su pecho, apartándolo de ella de un modo brusco, casi violento. 

—¿Estás loco? Mi hijo está en la habitación de al lado—susurra mientras retrocede un par de pasos como reacción.

—Está bien...está bien...

Max da un paso atrás y se cruza de brazos, apoyándose en la mesa, con un cierto desdén que a Blanca la pone de los nervios. Todavía la supera esa desgana, esa actitud pasota de la que en ocasiones Max hace gala solo para picarla.

—Eduardo, ¿qué vamos a hacer?

—Marcharnos de aquí pero ya—. Sentencia mientras mete una de sus últimas camisas en la maleta, hecha un auténtico ovillo.

Lanza un vistazo rápido al salón, quedan algunas cosas pero puede prescindir de ellas. Cierra la maleta y se lanza a abrir la puerta. Blanca coge la suya y le sigue, lo mismo que hace Max tras ella. Bajan las escaleras en silencio pero lo más rápido posible. Al llegar abajo Eduardo se detiene. Los observa y asiente, dejando por un momento la maleta en el suelo.

—Tengo el coche justo enfrente. Salimos sin pensar, ¿Vale? Y luego...

—Luego, ¿donde vamos a ir? No podemos ir a Rívoli, tendrán el apartamento vigilado y lo sabes. Yo optaría por quedarnos en un hotel.

—No. Es demasiado fácil, mirarían los registros. Iremos donde trabajo.

—¡Oh muy bien! ¿Donde trabajas no nos van a buscar, verdad?

—Ya lo han hecho. No encontraron nada. No creo que vuelvan, sería perder el tiempo, y una locura por mi parte.

Eduardo sonríe con malicia. Dibuja una sonrísa en su rostro que a Max le es tremendamente familiar, es la misma que tantas veces Blanca le ha dedicado, usualmente estando mosqueada con él. Vuelve a coger su maleta y abre la puerta. Sale a la calle sin pensarlo dos veces y cruza la acera apenas sin mirar. Blanca mira a Max, algo indecisa, pero no tarda en salir tras su hijo y llegar al coche, para meterse en el asiento de atrás en cuestión de segundos. Max cierra la puerta y se permite unos instantes para observar a su alrededor. No parece que haya nada fuera de lo común, nadie parece observarles. Cruza la acera y alcanza el coche, sentándose al lado de Eduardo. Blanca les observa desde atrás, no quiere ir donde trabaja Eduardo, no quiere entrar ahí pero no lo dice en voz alta, sabe que es de las pocas salidas que tienen. Observa por la ventanilla mientras avanzan. Le da la sensación de haber visto un coche conocido, uno negro, el de la Brigada, el que se dedicó a perseguirla por Barcelona. Max y Eduardo permanecen tranquilos, atentos a las calles y al tráfico, no parece que lo hayan visto. Quizás solo ha sido su imaginación, que ha confundido ese coche con uno parecido. Llegan hasta el Petit Moulin Rouge y Eduardo detiene el coche en la puerta. Sale a toda prisa, seguido de Max. Blanca espera unos segundos, sentada totalmente erguida, con las manos sobre las rodillas. Max la observa desde fuera y da dos golpecitos sobre el cristal de la ventanilla con los nudillos, sacándola de sus pensamientos.

—¡Vamos!

Blanca asiente y abre la puerta con paciencia mientras eleva la vista al salir. Se topa con unas letras grandes y luminosas, casi estridentes, paredes rojas, interior oscuro, algo que en España sería impensable. Eduardo coge dos maletas, una en cada mano, la suya y la de Blanca, y entra decidido. Max se coloca a su lado y la coge de la mano. Sabe que no le gusta especialmente donde trabaja su hijo, aunque todavía no saben muy bien de que. Cruzan el vestíbulo con las manos entrelazadas. Unas cortinas espesas y rojo vino les separan del bar del local, que simplemente consta de unas cuantas mesas y una barra algo pequeña.

—Aquí es donde trabajo, en el bar. Esperad un momento, voy a decir que estáis aquí.

Blanca traga saliva y suspira. Nunca se ha sentido tan fuera de lugar como en ese momento. Es un espacio casi destinado única y exclusivamente a los hombres y siente como las miradas de los pocos allí presentes se centran en ella, la analizan y la juzgan de un modo que no le gusta en absoluto. Se siente incómoda, le da la sensación de que alguna de las miradas va más allá, de que casi la desvisten y la exponen, de que esas miradas toman ciertos tintes de voyerismo que la hacen sentir débil y la convierten en un simple objeto. Quiere huir de ahí pero no puede hacerlo. Max permanece a su lado, en silencio, observando los pocos detalles del local, llegando a donde la escasa luz le permite. Apenas se fija en los allí presentes, para él es una simple espera, no puede llegar a imaginar todo lo que ocurre en el mundo de Blanca, a escasos centímetros de él. Eduardo vuelve hasta ellos, acompañado de una joven alta y delgada, de cabellos oscuros y ojos verdes claros, que resaltan dentro de su tez morena.

—Ella es Anne Marie, es francesa pero entiende español perfectamente. Nos ayudará. Tiene una habitación donde podemos pasar la noche. Yo tengo que ponerme a trabajar, como si todo fuera normal, pero vosotros podéis echaros un rato si quereis, estaréis cansados.

Los dos asienten, como si aquello fuese una orden que se debe acatar sin rechistar, y siguen a la joven, que les indica el camino. Recorren un pasillo estrecho, de paredes oscuras, siguiendo el estilo del resto del local, con puertas a ambos lados. De alguna de ellas escapa algún gemido que hace sonreir a Max y encogerse a Blanca, que siente un tipo de vergüenza que desconocía.

—Es esta. Solo tenemos una pero Eduardo me ha dicho que no pasa nada, ha dejado ahí vuestras cosas. ¿Está bien para vosotros?

—Sí, sí, muy bien. No te preocupes, Anne Marie, que estaremos perfectamente. Y gracias por ayudarnos.

La joven asiente y desaparece por el pasillo. Entran en la habitación y Max cierra la puerta a su espalda.

—Esto es de locos. Mi hijo trabaja en un burdel, ¡en un burdel! Y le persigue la policía, es casi un prófugo de la justicia...—declara Blanca mientras empieza a dar vueltas por la habitación bajo la atenta mirada de Max, que la deja terminar con su indignación—. Y ahora tenemos que pasar aquí la noche. No pienso dormir en esa cama. Piensa de mí lo que quieras pero no voy a hacerlo. Porque a lo mejor tú estás acostumbrado, alguna vez seguro que has pisado un sitio así, pero yo en mi vida lo he hecho. Es algo...

Max se acerca a ella con cautela y descansa sus manos sobre sus caderas. La besa despacio, mordiendo sus labios, y sin romper el beso, la va guiando hasta la pared, pegándola por completo a ella. Blanca vuelve ligeramente su rostro y le mira fijamente a los ojos.

—¿Qué haces? No pienso hacer nada aquí.

Max sonríe pícaro y le impide hablar, colocando su dedo índice sobre sus labios. Eleva sus brazos sobre su cabeza y pasa a besar su cuello.

—Vamos...¿No te excita ni un poco esto? Además, te echo de menos...


Barcelona, 1968.Where stories live. Discover now