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En mitad de la tranquilidad, el silencio y la oscuridad de la madrugada, Blanca despierta sobresaltada. Abre los ojos en tan solo un segundo y se incorpora con velocidad, apoyando sus manos en el colchón. Su cuerpo está empapado en sudor y respira con dificultad. Mira a su alrededor confundida, pero todo sigue en su sitio, estable dentro de la penumbra. Recorre su pelo con sus manos, entrelazando los dedos con algunos mechones de cabello. Alarga su mano derecha hasta alcanzar la mesilla de noche, acaricia con delicadeza la madera y busca el interruptor de la lámpara. Al encender la luz sus ojos se resienten pero no tarda demasiado en acostumbrarse a ella. Coge el reloj que descansa a su lado, todavia son las 2 de la madrugada. Suspira profundo, aún tiene muchas horas por delante. Se deja caer sobre el colchón y observa el techo. Ha tenido otra vez el mismo sueño, que en realidad no es un sueño sino un recuerdo que la atormenta. El recuerdo de su hijo la persigue, cada vez está más cerca, cada vez más presente. Siente la necesidad de remediarlo pero no sabe cómo hacerlo, ya no puede, ya llega tarde. Siempre llega tarde a todo y eso la decepciona.

Roza las sábanas. La cama está tan vacía, tan fría. Continuamente se pregunta qué es lo que ha hecho mal para terminar tan sola pero nunca encuentra una respuesta válida. Se vuelve hacia su lado izquierdo, dobla las piernas y se acopla a la almohada, formando un ovillo. Cierra los ojos, debe dormir.

El pitido repetido, incansable y metálico del despertador consigue despertarla de nuevo. Toma aire y lo apaga de un manotazo, sin mirar. Restriega sus ojos con la yema de sus dedos y estira los brazos. Está cansada, lleva demasiado tiempo sin dormir del tirón. Se pone en pie con cierto hastío y saca su vestido ocre del armario. A su lado, el que era su uniforme. Lo observa con detenimiento, aquel uniforme implica rutina, lo mismo de todos los días, las galerías, el taller, la misma gente, los mismos encargos. Apenas se acuerda ya de esa rutina. Es tan distinta ahora, ella es tan distinta ahora.

Se viste sin prisa alguna, siguiendo el mismo orden de todos los días, como si se tratara de un ritual. Sobre la ropa interior de nylon negra, las medias color carne, prácticamente transparentes, y el portaligas a la cintura para sujetarlas. Sobre estas la enagua, también negra, de tacto sedoso. Se mira en el espejo. El pelo le cae sobre los hombros, cubriendo los tirantes del bustier. Lo recoge en un moño con tres o cuatro horquillas. Ya prácticamente es capaz de hacerlo sin mirar, lleva demasiados años perfeccionando la técnica. Se gira de nuevo hacia la cama, el vestido la espera, pero antes mira de reojo el reloj, tiene que darse prisa. Deja caer el vestido sobre su cuerpo, que la cubre de un modo gracil. Se sienta en la cama y rebusca debajo, intentando hallar sus zapatos. Introduce rápida los pies y coge su bolso que descansa sobre la silla de madera del escritorio.

Sale hasta el salón. Las llaves deberían estar en el cenicero de la entrada. Las coge al vuelo y las lanza dentro del bolso, cerrando de un portazo después de salir. Mientras atraviesa el patio central del edificio mira de nuevo el reloj, esta vez el de su muñeca. Debe correr para no llegar tarde. Emprende el camino de los quince minutos que la separan de las galerías. Ni siquiera se para a pensar, sabe el camino de memoria, lo hace de un modo mecánico.

Al llegar recuerda que no se ha maquillado. Corre hasta uno de los almacenes mientras rebusca en su bolso, intentando dar con el pintalabios rojo. Debe estar ahí. Abre la puerta con velocidad. Justo enfrente de ella, un espejo. Apenas se mira. Gira el pintalabios y recorre el contorno carnoso de sus labios, tiñéndolos de rojo. Los aprieta y lo esparce. Lanza el pintalabios en el bolso y sale en dirección al taller.

-Buenos días, doña Blanca. Que gusto verla por aquí.

-Buenos días Raúl.

-¿Cómo va todo?

-Bien-miente una sonrisa aunque en realidad sabe que Raúl la conoce más que ella misma y que esa respuesta no le va a servir de nada-¿cómo van los chicos de la escuela? ¿se adaptan bien?

Barcelona, 1968.Where stories live. Discover now