Raúl de la Riva deja el lápiz que sostiene sobre la mesa con cierto hastío y baja sus gafas hasta la punta de la nariz. Suspira con pesadez, cierra los ojos y se da la vuelta, girando con él el asiento del taburete que usa para dibujar. Se detiene y observa el taller mientras se cruza de brazos.
—Blanca, ¿¡Puedes dejar de dar vueltas?! ¡Me estás poniendo de los nervios!
Blanca se para en seco al escuchar los gritos del diseñador. Le lanza una mirada desafiante, algo furiosa, y se acerca a él bajo la atenta mirada de las chicas, que han dejado de trabajar durante unos segundos.
—No estoy dando vueltas, estoy haciendo mi trabajo, que es supervisar a las chicas—se detiene y las mira—a las que no veo trabajar, por cierto.
—Perdona que te lo diga pero estás más nerviosa que un diseñador en uno de esos montones de ropa de mercadillo de pueblo, y ¿quieres que te diga por qué o ya lo sabes?
—Sé lo que estás insinuando y no es cierto.
—Claro...doña Blanca. Pues...tan solo falta media hora...—deja caer Raúl, irónico, mientras ojea el reloj.
Blanca no dice nada. Hace ademán de insinuar algo pero sabe que si no sale ya, llegará tarde, arriesgándose a que Max se marche.
Sale sin prisa alguna del taller pero a medida que avanza por el pasillo empieza a correr. Llega hasta la habitación que usan habitualmente como vestuario y se deshace de la bata blanca tan rápido como le es posible, sin preocuparse por el estado en el que queda. Coge su pequeño bolso negro y corre hasta la calle, tropezando con Pedro, al que le grita una disculpa.
Se detiene a la puerta de las Galerías. Respira profundo y mira su reloj de muñeca. 20 minutos. Vislumbra a lo lejos lo que le parece un taxi y eleva su brazo. El taxi se acerca a la acera y se detiene justo delante de ella.
—¿La llevo?
—Al Bounty, por favor. Rápido a ser posible.
—Como usted mande.
Blanca sube en la parte trasera del taxi y se permite descansar y recobrar una respiración normal mientras el taxi recorre las transitadas calles de Barcelona.
—Hemos llegado.
Blanca saca un billete de su bolso y se lo tiende al taxista. Sale sin esperar el cambio. Antes de entrar, observa su reflejo en el enorme ventanal que da al salón del restaurante. Con las prisas no ha podido arreglarse. Retoca ligeramente su pelo y entra. Nunca había estado allí pero sabe de sobra que es un restaurante de los buenos, de los caros de Barcelona. Ni siquiera se ha planteado como Max puede permitirse algo así.
En el vestíbulo, una lámpara de araña cuadra a la perfección con la alfombra redonda del suelo, que combina en color con las paredes rosadas y el suelo de mármol blanco. Justo detrás, una escalera enmarmolinada que da paso al primer piso.
—Buenos días, señora. ¿Puedo ayudarla?
—Eh...la verdad es que sí...creo que me esperan...¿Maximiliano Expósito?
—En efecto, la esperan—señala aquel hombre de aspecto distinguido, vestido con traje negro y pajarita, que, por lo que Blanca intuye, debe rondar la cincuentena aunque aparente mucho mayor—Si me sigue la guiaré hasta su mesa.
—Claro...esto...disculpe...¿el baño?
—Primer piso, al fondo del pasillo.
—Muchas gracias.
Blanca deja atrás a aquel extraño personaje y encara la escalinata, rozando con la yema de sus dedos la enorme barandilla metálica recubierta de un tono dorado. El sonido de sus tacones se incrementa a cada escalón hasta llegar al primer piso, en completo silencio. El restaurante no suele estar muy concurrido a esas horas de la mañana por lo que no se cruza con nadie.
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Barcelona, 1968.
FanfictionBarcelona, año 1968. Blanca, tras su regreso de Cuba decide que es el momento de hacer lo que ha evitado durante años: saber más sobre su hijo. Está dispuesta a todo para conseguirlo, aunque implique mucho más de lo que ella podía siquiera llegar a...