60-Capítulo Final

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La habitación está total y completamente a oscuras, solo la leve luz azulada que llega de la calle y que se cuela por la ventana ilumina de una forma etérea parte del suelo y de la cama. Todavía no son ni las ocho de la tarde pero en la calle ya está anocheciendo. Max pega a Blanca a la pared que queda justo al lado de la puerta, la mira a los ojos y besa su cuello con delicadeza, dejando cortos mordiscos sobre él. Ella se agarra a su pelo y cierra los ojos, gimiendo al sentir la mano de Max entre sus piernas, colándose por su vestido. Lleva sus manos hasta su pecho y le aparta de ella, haciéndole retroceder un par de pasos. Max se sienta sobre la cama y la observa, como, a medida que se va acercando a él, se va desprendiendo de sus zapatos, de su vestido, de sus medias...dejando solo un salto de cama negro, de tirantes y encaje, cubriendo su cuerpo. Se muerde el labio inferior al verla frente a él. Blanca atraviesa el pelo de Max con sus manos, haciendo que su piel se erice, y se sienta sobre sus muslos, colocando sus piernas una a cada lado. Se apoya en sus hombros y le besa, abriendo su boca al tiempo que mueve su cintura sobre su entrepierna. Max la coge por la cintura para estabilizar su posición pero no tarda en llevar sus dedos hasta los tirantes del salto de cama, bajándolos y revelando parte de sus pechos. Blanca le mira y él no tarda en besarlos, envolverlos con sus manos y morder sus pezones. Ella cierra los ojos y gime. Deja que Max se recree unos instantes hasta que le obliga a tumbarse en la cama. Acaricia su entrepierna, haciendo que cierre los ojos y gima. Introduce su mano por la ropa interior y le introduce dentro de ella. Gime y muerde su labio inferior. Max la mira a los ojos y entrelaza sus manos con las suyas. Ella le sonríe y empieza un ritmo constante de subidas y bajadas contra él. Intenta contener sus jadeos pero le es imposible. Necesitaba a Max, necesitaba sentirle, saber que seguía junto a ella. Max lleva sus manos hasta sus glúteos y los aprieta con fuerza. Se incorpora y la besa, mordiendo sus labios. Se coordina con sus movimientos, incrementándolos. Blanca clava sus uñas en sus hombros. Sus piernas empiezan a cansarse, sus muslos empiezan a temblar. Max sigue aumentando el ritmo y se agarra a su pelo. Blanca eleva su rostro y gime. No puede evitar un leve arañazo sobre su hombro. Él cierra los ojos y gime en el momento en que alcanza su punto de clímax, dejándose caer después sobre la cama con los brazos en cruz. Blanca se apoya sobre su pecho y gime con fuerza, cayendo sobre él.

—Vaya...eso no ha estado mal...

Blanca sonríe y le mira. Deja un beso corto sobre sus labios y empieza a jugar con su pelo. Dirige su vista al techo, pensativa. Max se da cuenta de que Blanca ha desconectado, de que su cabeza ya no está ahí. Sabe perfectamente donde está. Intenta no decir nada pero no puede evitarlo.

—Seguro que está bien...sabe cuidar de sí mismo...

—No dejo de pensar en él...llevamos sin saber nada de él cerca de un año...desde que volvimos de París...Ya no puedo más, necesito hablar con él, necesito saber que está bien...

—Blanca, ya hemos hablado de esto. Sabes que no puedes llamarle desde aquí, nos la estaríamos jugando, nosotros y él.

Blanca no dice nada más. Sabe que Max lleva razón pero se niega a aceptarlo. Nunca le había costado tanto sobrevivir a los días, se encontraba sumida en una extraña incertidumbre que la llevaba siempre a ponerse en lo peor. Todo tipo de escenarios posibles en los que podría encontrarse su hijo habían cruzado por su cabeza pero se habían quedado poco tiempo porque siempre aparecía uno peor, más retorcido y más que probable. Se pone en pie y cubre su cuerpo con su bata corta, de seda. Recoge su pelo con una coleta baja y mientras lo hace alguien llama a la puerta. Max se incorpora y avanza hasta ella.

—Ya voy yo...

Sale hasta el pasillo a oscuras y en ropa interior. Mientras cruza el salón se pone unos pantalones grises de pijama. Llega a la puerta principal y abre con cierta cautela. Lo hace siempre desde que volvieron de París. No quiere admitirlo pero sigue sintiendo cierto miedo de que alguien de la Brigada aparezca frente a su puerta dispuesto a detenerle. Carmen aparece al otro lado, cargada con un par de bolsas y algo acelerada. Le abre del todo la puerta y enciende la luz del salón. 

Barcelona, 1968.Where stories live. Discover now