35

303 10 5
                                    

Max baja corriendo las escaleras, saltando los escalones de dos en dos, tras lanzarle una mirada inquisitiva a Eduardo, que parece no inmutarse lo más mínimo por la reacción de Blanca. Saca un cigarrillo y sale al balcón, como si nada hubiera ocurrido. Max llega a la calle a toda prisa, mira a los dos lados pero no hay rastro de Blanca, no sabe donde se puede haber metido aunque tampoco le ha dado tiempo a ir muy lejos. Avanza unos pasos al frente sin dejar de mirar a todo el que se cruza con él, que le observan con curiosidad. Escucha un leve llanto en la esquina del edificio, que da a un callejón estrecho y oscuro. Apresura su paso para llegar hasta ella.

—¿Blanca?

Su mano roza la pared al girar la esquina y la ve, de pie, pegada a la pared, con la mano derecha sobre sus labios y la izquierda apretando su vientre. Se acerca a ella y la abraza, pegándola a su cuerpo. Ella ni siquiera reacciona al sentir el abrazo cálido de Max. Intenta por todos los medios contener sus lágrimas.

—Ha sido una idea horrible...no tendría que haber venido...él no quiere saber nada de mí...me odia...por lo que hice...

—Eduardo no te odia. Solo está algo dolido, resentido quizás. Pero estoy seguro de que no es odio lo que siente por ti. Vamos, volvamos arriba, habla con él, explícale todo lo que pasó, estoy seguro de que lo entenderá. Tienes que hacerlo, hemos venido aquí para esto, para ayudarle.

Blanca niega con la cabeza y baja su vista al suelo. Max toma sus manos, entrelazándolas con las suyas. Busca sus labios y la besa de un modo suave, delicado, sintiendo la humedad y los restos de sus lágrimas. Sin decir nada, la guía de vuelta al edificio. Suben en completo silencio, con las manos entrelazadas pero justo antes de entrar Max suelta su mano y las esconde en los bolsillos de su pantalón.

—Eduardo. Ven, por favor.

Blanca traga saliva. Quiere volver a huir. No eleva su vista del suelo, solo ve los zapatos negros de su hijo y algo de sus pantalones.

—¿Qué quieres?

—Que la escuches. Es lo único que te pido. Escucha lo que ocurrió y luego ya decide. No la lances a los leones sin saber de que va todo esto. Es importante, por eso hemos venido hasta aquí.

—¿Y por qué debería hacerlo?

—Porque no hay un solo día en que no haya lamentado lo que hice—. Interviene Blanca apretando sus puños, elevando la vista y sacando fuerzas de dónde pensaba que ya no tenía—. Porque no te haces a la idea del dolor que sentí al dejarte cuando en realidad no quería hacerlo. Quería llevarte conmigo, tenerte junto a mí, pero no podía hacerlo.

A cada palabra, Blanca siente crecer el nudo en su garganta y la zona baja de su mandíbula, y como las lágrimas vuelven a presentarse en sus ojos, como empiezan a rodar por sus mejillas aún cuando ella intenta contenerlas por todos los medios. Fija su vista, excesivamente vidriosa como para ver con claridad, en la de su hijo. Eduardo apaga su cigarrillo y se sienta en el sofá, restregando las palmas de sus manos sobre los pantalones. Está demasiado nervioso para decir algo que suene adecuado. Suspira y asiente.

—Está bien. Te escucho.

—Yo mejor os dejo solos. Estaré en el bar de ahí abajo.

Max sale del apartamento y cierra la puerta. Se apoya sobre ella y toma aire, dejándolo ir despacio. Cierra los ojos unos instantes. Le duele ver a Blanca de ese modo, tan afectada, con tanto escondido dentro de ella durante años. Encara las escaleras y sale a la calle. Vuelve a tomar aire y no puede evitar elevar su vista hasta el tercer piso aunque no vea nada. Solo espera que todo vaya bien entre ellos. Cruza la acera y entra en el único bar de la calle. Es pequeño, con poca luz, mesas diminutas y taburetes altos. Observa la decoración de las paredes, discos, pósters de cantantes, algún que otro cuadro de baja calidad...nada fuera de lo común. Se sienta en un taburete de la barra y una chica joven se acerca a él sonriente.

Barcelona, 1968.Where stories live. Discover now