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Max baja con cautela las escaleras, como si cada uno de sus pasos costara más de la cuenta, mientras apoya y desliza su mano por la fría barandilla metálica para no caerse. Es ya media noche y no hay una sola luz encendida, solo le sirve de guía la luz azulada que emite la luna, prácticamente llena, y que penetra por el patio, iluminando levemente las escaleras. Llega hasta el despacho de Javier, que presupone ya habrá subido a su habitación, abre las lujosas puertas correderas de madera y cristal de colores y las cierra lo más despacio posible, intentando no hacer ningún ruido. Casi a tientas se acerca a la mesa y palpándola con cautela consigue dar con el interruptor del flexo. Lo aprieta con el pulgar y enciende la luz al instante, que ilumina la mesa pero muy levemente la estancia. Suspira. No hace nada malo pero no puede evitar sentir una cierta presión y una incipiente tensión en su cuerpo. Saca el pequeño papel blanco que no tantas horas antes había estado entre los pechos de Blanca y lo sitúa justo delante del teléfono. Aparta la silla y se sienta. En ese instante las puertas empiezan a abrirse.

—Toc, toc—. Susurra Blanca asomándose de una forma tímida al interior de la habitación y encajando perfectamente su rostro entre las dos puertas—. ¿Puedo pasar?

—¿Qué haces aquí? Anda, vuelve a la cama.

Blanca no hace caso a Max y entra del todo, cerrando las puertas a su espalda. Se acerca a la mesa y se apoya en ella, cruzando sus brazos. Mira a Max con atención mientras recoge su pelo en una coleta y lo deja caer sobre su hombro derecho.

—Haz lo que ibas a hacer.

Max la mira y asiente. No quiere llevarle la contraria, al fin y al cabo le iba a terminar contando todo lo que ocurriera. Carraspea y se acerca el teléfono, tomando el auricular y colocándolo en su oído. Marca sin dudar el número que tiene frente a él y espera. Blanca intenta mantener la compostura aunque en realidad por dentro se la comen los nervios. Muerde su labio y balancea su pie derecho mientras observa a Max, que ha fijado su vista en el teléfono y parece totalmente ajeno a ella. Empieza a impacientarse, no parece que nadie vaya a responder. Max tuerce sus labios y aparta el auricular de su oído, dispuesto a colgar, cuando alguien responde.

Allo?

—¿Eduardo, eres tú?

—Sí, ¿Max? ¿Qué quieres? ¿Ocurre algo? Es muy tarde...

Blanca siente un pinchazo en su interior al escuchar por primera vez la voz de su hijo a través del teléfono. La escucha como un susurro, como algo muy lejano, como algo extraño. No sabe como sentirse. Una curiosa felicidad la invade por dentro, escuchar su voz hace que le sienta algo más cerca aunque no lo esté en absoluto. Se aparta de la mesa y se pega a Max, dispuesta a escuchar lo más cerca posible. Sus rostros ahora los separa el auricular del teléfono. Todo a su alrededor parece detenerse en el tiempo. Solo existe la voz de su hijo al otro lado.

—¿Estás bien? Siento llamar a estas horas...

—Sí, estoy bien, tranquilo. Pero...Max, hay algo...están aquí. Los de la Brigada, están en París.

—¿¡Qué!? ¡Mierda! ¡Mierda! ¡Mierda!

Blanca aguanta la respiración mientras Max sigue maldiciendo a toda la corte celestial. No puede articular palabra, no puede pensar, no le sale hacer nada más que quedarse totalmente quieta, como en estado de shock, con la mirada perdida hacia el infinito. No puede ser que se les hayan adelantado. Todo se irá al garete si le cogen antes de que ellos lleguen y todo lo que han hecho no servirá para nada.

—Tranquilo. No han venido a por mí todavía, creo que tantean el terreno. Sé que fueron a Rívoli, alguien les dio esa dirección, gracias por avisarme sino sería ya hombre muerto. De momento uno de mis contactos me mantiene informado de la situación, desconocen donde me escondo pero no creo que tarden en averiguarlo.

Barcelona, 1968.Where stories live. Discover now