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—Doña Blanca, gracias por acudir, no estaba seguro de que lo hiciese. Sé que la llamada ha sido algo precipitada, pero no he encontrado otro momento.

Blanca sonríe con timidez al joven que ahora la observa, algo nervioso. Mira con rapidez a su alrededor. Un salón de paredes marrones bastante desgastadas y más bien pequeño, es lo único que puede ver de aquella casa, no alcanza a ver el resto, que está en completa penumbra. Una mesa de madera, redonda, adornada con un mantel de hule rojo y flores pero totalmente cubierta de periódicos viejos ya amarillentos y de carpetas repletas de folios, y un par de sillas, también de madera, es lo único que preside la estancia. A mano derecha, un sillón de cuero con pinta de incómodo y una tabla con un Cristo en actitud de bendecir, de bastante mala calidad, colgado en la pared. Justo enfrente una ventana, el único punto de luz de la habitación, cubierta por unas cortinas blancas, demasiado espesas para la pequeña habitación.

—No pasa nada Miguel. He podido escaparme del trabajo un momento—se sienta en una de las sillas que Miguel le ofrece y apoya sus manos sobre las asas del bolso que ahora descansa sobre sus rodillas.

—Siento decirle que no he podido averiguar nada más. Sé que llevamos cerca de un mes con esto pero no he sido capaz de encontrar nada que no supiera ya sobre Eduardo, es como si se hubiese evaporado o se lo hubiese tragado la tierra. Aunque quizás sea por aquello de que...ya sabe...la policía...Me hubiese gustado decirle algo nuevo, pero me ha sido imposible.

—No te preocupes, sé que has estado buscando, intentando ayudarme pero ya me lo dijo el Padre Ángel, íbamos a llegar a un punto en que nos daríamos contra la pared, si no de un modo de otro. Es lo que pasa con estos temas.

Miente. Le miente a Miguel y se miente a ella misma. Sabe perfectamente por dónde puede seguir pero no quiere hacerlo. El pequeño papel blanco con el número de Max sigue en su cenicero. Durante días se había ido convenciendo de que no le iba a llamar pero tampoco lo había tirado. Quizás tenía miedo a desprenderse del todo de él.

—De todos modos, debo agradecerte lo que has hecho por mí, Miguel. Dime, ¿cómo puedo agradecértelo? Te he quitado parte de tu tiempo con esto y...

—Oh no, no se preocupe por eso, de verdad. ¡Faltaría más! Esto lo he hecho por usted pero también por mí. No se hace una idea de lo ocupado y feliz que he estado con esto, hacía tiempo que no sentía tanto interés por algo.

Blanca sonríe con amabilidad y mira su reloj de reojo. Debe volver a Velvet, se ha hecho bastante tarde. Se pone en pie, dejando la silla en su sitio y Miguel no tarda en seguirla.

—Debo irme ya. Pero, Miguel—toma las manos del joven entre las suyas—gracias por todo.

—No hay de que. Ha sido un placer poder conocerla y ayudarla. Y por favor, si averiguara algo usted, si sabe cómo localizarle, dígamelo, me haría muy feliz volver a saber de él después de tantos años.

Blanca asiente y cruza el dintel de la puerta, seguida del joven, que no tarda en cerrar la puerta del apartamento mientras se despide. Ella mira a su alrededor, está bastante lejos del centro. Recorre un par de calles estrechas y sale hasta una mayor. Ahí será más probable encontrar un taxi.

***

—Señor de la Riva, ya estoy aquí. ¿Sabe si está Macarena hoy aquí o si ha preguntado por mí?

—Pues muy bien. No tengo ni la más remota idea.

Blanca tuerce los labios. Ha perdido la cuenta de los días que han pasado desde la discusión con Raúl, pero él sigue molesto y ella no entiende por qué, aunque tampoco es capaz de preguntarle. Coge la bata blanca que descansa sobre su mesa, se la pone y abrocha uno a uno los botones. Mientras lo hace observa a las chicas desde la distancia. Siente cierta melancolía. Por un momento su mente vuelve a Madrid, a su taller, al sonido constante de las máquinas, a las risas a medias de las chicas, a los cuchicheos, a su viejo uniforme, a Ana, a Rita, a Luisa, a Pedro, a Carmen, a Max...Ya no queda nada de eso, ya todo eso se ha desvanecido en el tiempo, no es más que un recuerdo lejano al que cada vez le cuesta más llegar. Lo echa de menos. Cierra los ojos y suspira.

Barcelona, 1968.Where stories live. Discover now