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Max despierta, algo sobresaltado, con el metálico y repetitivo sonido del despertador. Alarga sus brazos sobre la cama. No hay nadie junto a él y le resulta extraño, se ha acostumbrado a despertar al lado de Blanca, a sentirla junto a él.

Eduardo abre los ojos con lentitud, le cuesta hacerlo. Siente que todo el cuerpo le pesa más de la cuenta, su cansancio acumulado apenas le deja moverse. Bosteza. Se siente algo incómodo y se percata de que sigue vestido con ropa de calle. Mira a su derecha. Blanca, a su lado, sigue dormida hecha un ovillo en una esquina de la cama. También sigue con su vestido. A sus pies, un mare magnum de papeles que se confunden con las sábanas. Por la noche ninguno de los dos podía dormir aunque les consumiera el cansancio. La única salida fue revisar los papeles en busca de algo que tuviera sentido.

Max sale del cuarto de baño después de darse una ducha rápida y se viste con cierta tranquilidad. Espera que en su trabajo no le necesiten demasiado aunque en el fondo sabe que lo hacen, no ha intentado llamarles, podría ser peor. Sale de la habitación y directo baja al bar del hotel, necesita un café. A esas horas no hay nadie allí, lo que, en el fondo, agradece. Permanece unos segundos en la puerta hasta que nota que alguien le roza la espalda.

—Buenos días, Max.

—¡Eduardo! Buenos días. ¿Un café?

—Por favor.

—¿Y Blanca? ¿La llamamos?

—Déjala. Seguía dormida. Anoche continuamos mirando papeles un rato...

Entran en el bar y se sientan en una de las pequeñas mesas redondas junto a uno de los ventanales que dan a la calle. Eduardo se fija unos segundos en la gente que pasea con tranquilidad y le observa a él desde fuera, pero pronto vuelve a centrar su atención en Max, que ya ha pedido un par de cafés al camarero.

—Esto...Max, yo quería hablar contigo. Es algo...importante...

—Claro, dime.

—Mi madre es muy guapa, me refiero, joder, es atractiva y eso...¿Tú crees que tiene algo por ahí? Porque ella no me quiere decir nada y claro...es todavía joven y eso...

Max aguanta la respiración unos segundos. Intenta tragar algo de saliva pero no puede, apenas pasa por su garganta. Baja la vista y nota como sus mejillas empiezan a sonrojarse. No puede creer que Eduardo le esté diciendo eso. Siempre se le ha dado bien mentir y ahora es incapaz de hacerlo. El sonido de unos tacones no lejos de ellos y que reconoce a la perfección hace que eleve su vista y la centre en ella. Blanca entra en el bar con su vestido azul, rematado en rojo, con sus labios del mismo tono y el pelo suelto. Les sonríe al verles y llega hasta ellos, apoyando con cariño su mano sobre el hombro de Eduardo.

—Buenos días, chicos.

—Buenos días, Blanca.

Se sienta junto a ellos y eleva su mano al camarero, que asiente nada más verla, llegando hasta ellos con dos cafés y desapareciendo rápido después.

—¿Os he interrumpido algo? ¿Conversación de amigos? ¿Temas de faldas? 

—En absoluto. Intentábamos poner orden a todo lo que sabemos, nada más.

Blanca sonríe a su hijo. Sabe que le está mintiendo. Lo sabe por las mejillas coloradas de Max. Le conoce demasiado como para saberlo y eso le delata. Eduardo se pone en pie y ambos le miran. El camarero vuelve hasta ellos, evitando con habilidad que la bandeja choque con Eduardo, deja el café sobre la mesa y vuelve a desaparecer casi sin dejar rastro.

—Voy un momento al baño, ahora mismo vuelvo.

Max asiente y espera a que Eduardo haya desaparecido del todo para mirar a Blanca fijamente y cogerla de la mano.

Barcelona, 1968.Where stories live. Discover now