—¿Me estás diciendo de verdad que no podemos hacer nada?
Blanca mira atónita al hombre de mediana edad que ahora da vueltas frente a ella, tomando una calada profunda de su cigarrillo. Max se cruza de brazos y se apoya en el respaldo de la silla. Le da la sensación de que están perdiendo el tiempo, un tiempo que ahora que Eduardo no está es más valioso que nunca.
—Si lo ha cogido la Brigada...no sabemos donde lo pueden tener escondido...es como buscar una aguja en un pajar...
—¡Eso a mí me da igual! ¡Así tenga que remover todo París de arriba abajo para encontrar a mi hijo! ¡Jean Louis tú le estabas ayudando! ¡Ayúdale ahora!
—¡No puedo! ¡No puedo! ¿Cómo se supone que le tengo que ayudar? ¡No sabemos donde está!
Blanca se dispone a responder pero Max la detiene, descansando su mano sobre su antebrazo. Intenta calmarla, sabe que si empiezan a discutir no encontrarán una solución favorable para nadie. Alcanza la pitillera que descansa sobre la mesa de aquel salón pequeño pero acogedor, con muebles bastante más modernos que el edificio. Coge un cigarrillo y lo prende despacio, con calma. Blanca suspira y con la yema de sus dedos aprieta sus párpados, está cansada, le duele la cabeza y le pueden los nervios.
—Por favor, Jean Louis...debe haber algún sitio al que lleven a los detenidos...
—Algo me dice que esto va más allá...
—¿Cómo que más allá?
****
Eduardo intenta pasar la lengua por los labios para humedecerlos, están resecos, toda su boca lo está. No sabe cuanto tiempo lleva allí, ha perdido la noción casi por completo del tiempo y del espacio. Solo sabe que a veces Miguel está allí y a veces no, que de vez en cuando alguien abre la puerta para darle de comer o beber pero no es capaz de identificar a nadie ni de ver más allá de la puerta. Intenta moverse en la silla pero sigue atado. Le duele todo el cuerpo, las constantes agresiones de Miguel hacia él empiezan a pasarle factura, siente una fuerte presión en el pecho, en la zona de las costillas, y aunque no puede verlo sabe que su rostro está cubierto de sangre.
—Hola, Eduardo, ¿Cómo estás?
—Dejame ir, por favor...no vas a sacar nada de mí...
—Hombre...si me lo pides así, me sale más rentable pegarte un tiro.
—Vendrán a por mí, lo sabes de sobra.
—¿Quién? ¿Tu madre y Maximiliano? ¡Uy! ¡Qué miedo! Debería echar a correr...
Eduardo agacha la cabeza y suspira, no sabe cuanto aguantará sometido a la presión que Miguel ejerce sobre él.
—Mira, Eduardo, me estoy portando bien contigo porque eramos amigos...
—Amigos...—susurra con cierta ironía—¡Vete a la mierda!
Miguel aprieta sus labios y cierra el puño, estampándolo contra el rostro de Eduardo, que gira hacia su derecha y cierra los ojos. Su cabeza cae hacia adelante, inconsciente.
****
—Tenemos que ir a la policía. Es la única salida. Ellos le buscarán.
Max suspira y se deja caer sobre la cama. Desde que han vuelto de casa de Jean Louis, Blanca no ha parado de darle vueltas al asunto. La está consumiendo.
—Blanca, cálmate, por favor...
—¿Qué me calme? ¿Cómo quieres que me calme si han secuestrado a mi hijo?
—Está bien. Haremos lo que dices. Pero antes déjame hacer algo, por favor. Prométeme que te vas a quedar aquí y que no vas a salir de la habitación.
—¿Qué vas a hacer?
Max no responde. Se pone en pie y deja un beso rápido sobre la mejilla de Blanca para salir después de la habitación. Baja a toda prisa las escaleras, cruza el hall y sale a la calle. Mira a ambos lados en busca de un taxi, que se detiene frente a él pasados unos minutos. Sube y ocupa el asiento trasero.
—Où?
—A la caserne de la police, s'il vous plaît.
El taxista inicia su camino. Max mira por la ventanilla y respira algo nervioso, no está nada seguro de lo que va a hacer pero debe intentarlo, junto a su amigo Javier, es la única opción que les queda. Mientras avanzan observa todos y cada uno de los edificios con los que se topa su vista. «¿Dónde estás, Eduardo?».
—Nous sommes arrivés.
Max le tiende unas monedas y sale del taxi a toda prisa. El cuartel de la gendarmería queda justo frente a él. Toma aire y entra decidido, llegando hasta un mostrador donde un joven de uniforme revisa unos papeles y los sella con poco brío.
—Bonjour...je veux rendre visite à un prisonnier...
—Bonjour...un prisonnier?
—Sí, a un preso. Esteban Márquez—recalca con intensidad y elevando el tono de voz.
—¿Español? Tiene que...ir...a aquella mesa...
Max asiente y sonríe al joven que tras esa interrupción sigue con su trabajo. Se acerca a una de las mesas que ocupa un señor mucho más mayor, de rostro redondo y mejillas coloradas casi cubiertas por un bigote canoso que esconde su boca. Se sienta frente a él sin preguntar.
—¿Entiende usted español? Necesito visitar a un preso, se llama Esteban Márquez, por favor es importante.
—Lo siento pero este no es horario de visita, venga mañana.
—No puedo esperar a mañana. Ya le he dicho que es importante y será solo un momento, se lo pido por favor.
El hombre, que ahora cruza los brazos y se apoya en el respaldo de la silla, mueve su bigote de un lado a otro, pensativo. Mira a Max, se le ve cansado y nervioso. Se pone en pie y coge unas llaves del cajón de la mesa.
—Vamos, sigame.
Max se levanta de la silla tan rápido como puede y empieza a andar tras el policía, que recorre un par de pasillos, dejando atrás las oficinas y adentrándose en lo más oscuro de la gendarmería, la zona de los interrogatorios y los calabozos. A Max esas zonas nunca le han dado buena espina, siempre ha pensado que entre esas paredes suceden cosas horribles. El policía abre una de las puertas que da a otro pasillo pero no avanza, se detiene junto a la puerta.
—Ahí lo tiene, al fondo.
Max traga saliva y asiente antes de entrar en ese húmedo y oscuro pasillo que huele a algo extraño que no sabría identificar. Se detiene junto a la única celda ocupada. Su habitante se pone en pie al verle, acercándose a los barrotes. Max se sorprende, no parece el mismo Esteban de siempre, está más delgado, más sucio y con aspecto cansado.
—¿Qué haces aquí? ¿Qué quieres?
—Tengo que hablar contigo, es sobre Eduardo.
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Barcelona, 1968.
FanfictionBarcelona, año 1968. Blanca, tras su regreso de Cuba decide que es el momento de hacer lo que ha evitado durante años: saber más sobre su hijo. Está dispuesta a todo para conseguirlo, aunque implique mucho más de lo que ella podía siquiera llegar a...