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Después de diez aburridos minutos mirando fijamente al techo, Blanca se vuelve hacia su derecha y suspira. Apenas ha dormido en toda la noche. Siente sus ojos pesados y cansados, y los aprieta con sus dedos. Mira al pequeño reloj despertador que descansa sobre la mesilla de madera. Las 6. Toma aire y niega con la cabeza. Se vuelve hacia su izquierda. Alarga y luego dobla sus piernas entre las sábanas. Las retira de su cuerpo y las echa al final de la cama. Decide ponerse en pie. Llega hasta el baño y se mira en el espejo, que le devuelve un reflejo somnoliento y cansado pero terriblemente bello. Lleva sus manos hasta su pelo y lo recoge en una coleta, que arma con un par de horquillas. Poco a poco, pieza por pieza, se desprende del pijama de Max y lo deja caer al suelo. Sus pies avanzan y rozan la alfombrilla sedosa del suelo, para pasar a la frialdad del plato de ducha. Cierra la puerta de cristal y enciende el agua. El agua caliente empieza a bajar y a recorrer todo su cuerpo y el vapor y las gotas no tardan en invadir el cuarto de baño. Inmersa en el placer de esa ducha caliente y relajante, no escucha abrirse la puerta de la habitación, ni los pasos que avanzan decididos por ella, pero algo hace que se detenga unos instantes, el chirrido de la puerta del baño al abrirse.

—¡Max! ¡Me estoy duchando!

La puerta se cierra con rapidez, de un portazo. Blanca cierra el agua y pone atención. No se escucha nada al otro lado. Esperaba algún chascarrillo por su parte, algún comentario, pero nada. Todo está en completo silencio. Se inquieta. Algo no va bien. Se apresura, termina de ducharse con rapidez y sale hasta la habitación, cubriendo su cuerpo con una toalla. Escucha pasos rápidos por el apartamento, se asusta. Se queda anclada al suelo, siente que no puede moverse, que debe hacerlo pero le es imposible.

—¿Blanca? ¿Blanca donde estás?—los gritos de Max recorren el pasillo y las habitaciones.

Blanca sale corriendo de la habitación, encontrándose con él en el salón. Max corre hasta ella y la abraza, la aprieta contra su cuerpo. Entonces Blanca se percata de cómo está el salón, completamente revuelto, todo patas arriba. Siente la respiración nerviosa de Max en su propio pecho. Se agarra a él, a su pelo, a su espalda. No entiende qué ha pasado. Max sigue anclado a su cuerpo, puede sentir la humedad de la toalla y las formas del cuerpo de Blanca tras ella.

—Max, ¿qué ha pasado? ¿Dónde estabas?

—¿Estás bien?

—Sí, estoy bien. ¿Me puedes decir que ha pasado?

—No sé lo que ha pasado. Me he despertado, no te escuchaba así que he supuesto que seguías dormida. He bajado a la panadería a comprarte algo para desayunar y cuando he subido estaba todo así. ¿Has escuchado algo? ¿Dónde estabas mientras han entrado?

—Estaba en la ducha. Alguien ha abierto la puerta, yo pensaba que eras tú pero...cuando he salido ha sido porque te he escuchado...Max es culpa mía, nos estaban observando y ahora han entrado aquí...debería haberme ido a mi casa...

—¿Para qué? ¿Para que te pillaran a ti sola, con todos los papeles sobre tu hijo? Aquí al menos no han encontrado nada.

—¿Quiénes son? ¿Qué quieren? Porque la policía no hace ese tipo de cosas...

—No lo sé, Blanca, de verdad que no lo sé...Necesitamos saber cómo se han enterado de que buscas a Eduardo—Max hace una pausa, lleva sus manos hasta su boca, preocupado y pensativo—Blanca, Carmen.

Al escuchar el nombre de su hija, Blanca se alarma. Mira a su alrededor, nerviosa, en busca del teléfono. Empieza a rebuscar entre los objetos desordenados por el suelo, sin darse cuenta de que la toalla empieza a desprenderse de su cuerpo. Max corre hasta ella, evitando que caiga, y la envuelve de nuevo. Blanca da con el teléfono, escondido bajo un montón de papeles. No tarda en marcar un número que sabe de memoria. Lleva el auricular hasta su oído y espera a que dé línea. Una voz suave suena al otro lado.

Barcelona, 1968.Where stories live. Discover now