Vivimos pero no convivimos, como islotes separados por la desconfianza, dejamos pasar la oportunidad de formar todos un gran continente. Sin banderas, sin más lengua que la que se expresa en el silencio, con una mirada o una sonrisa cómplice. Cuando el dolor de uno sea el dolor de todos y la alegría de uno sea la alegría de todos, empezaremos a comprender el universo como un todo sin divisiones, ni separatismos. Una sola identidad la que proclama en libertad el sentimiento de unidad.
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