Levanté mi cabeza hacia arriba, en un prado solitario, lejos de las farolas de la ciudad. En una hermosa noche estrellada, sentí un silencio que se me pusieron los vellos como escarpias. Una experiencia mística cuando mi limitada mirada, se perdía en los confines del universo. Quise bucear en ese océano de estrellas de mar estelar. Precipitarme a la velocidad de la luz hasta el fondo del orbe infinito. Mi pensamiento veloz como un rayo luminoso atravesó millones de nebulosas y no me dejé atrapar por la atracción de ningún agujero negro, que me pasará a otras dimensiones que desconozco. Mi mente viajó hasta la última frontera y me encontré a mi mismo. Como si de un círculo se tratara, retorno al universo de los ojos. En ese instante puedo comprenderlo. Todo está dentro. En la medida que se extiende el firmamento hacia fuera la conciencia se expande hacia dentro. Que hermosa locura que perdí la cordura por un momento. Cuando se llega hasta el corazón de cosmos se abre una puerta que accede a un alma infinita. En el fondo del universo hacia fuera al mismo tiempo el fondo del corazón hacia dentro. Una paradoja tan bella como misteriosa. Si puedo disolverme en una pequeña partícula para llegar hasta el secreto que no se revela, sino cuando se funde el alma con el todo. En una dicha inefable la divina presencia del principio y el final. La génesis de todos los orígenes. Un punto de quietud indefinido suspendido en ninguna parte. En el centro de todas las cosas dónde tú y yo somos lo mismo. Nada puede separarnos, si no es en una razón que nos divide en una ilusión que parte lo que siempre permanece unido. Un sueño dentro de otro sueño en la misma mente de Dios, cuando abrió los ojos y despertó contigo.
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