No sabía cómo había llegado a ese lugar ni en qué momento. Sólo recordaba que en ese preciso instante la necesidad de respirar aire fresco ganó la batalla por su impulso.
Para Juliana, trabajar en la cocina de Enrique Olivera era un sueño hecho realidad. A decir verdad para cualquier aspirante a cocinero estar en la misma habitación que él ya era un privilegio, imagínense trabajar todos los días aprendiendo de los mejores.
Había llegado al DF desde San Antonio hacía poco más de tres años, huyendo de la miseria en la que la había dejado su padre. Su madre, Lupita, había fallecido de cáncer un año antes de que Juliana se enterara de qué hacía el Chino Valdés exactamente.
Juliana siempre creyó que su madre en realidad murió de amor, siempre esperando algún gesto, alguna palabra de amor, algo que le demostrara que aquel hombre del cual se había enamorado seguía allí. Pero ese gesto nunca llegó y ya era muy tarde.
Eventualmente las malas decisiones y los atajos que tomó el Chino se apilaron para tomarse venganza, no sin antes cobrarse la vida de un juez federal allí mismo en San Antonio. Éso le valió un viaje directo a la silla eléctrica.
Cuando Juliana se enteró de lo que su padre hacía, su mundo terminó de colapsar. Apenas tenía 18 años recién cumplidos y se quedaría huérfana a la brevedad. Sin mencionar el estigma que cargaría el resto de su vida sólo por ser hija de un asesino, de un sicario.
Fue luego de la peor noche de su vida desde que su madre había muerto, que entre lágrimas y desazón decidió irse del tráiler al
que a duras penas llamaba hogar.Tenía que cambiar de vida, de país, revertir su historia. Ella siempre creyó que la mayoría de la gente compartían miedos similares; a morir, a envejecer y a esa sensación de no tener nada, ese vacío existencial de saberse en medio de la nada.
Y ciertamente Juliana ya no tenía nada más que perder, más que su vida, y aún así la idea de morir no la asustaba en lo más mínimo. Tomó coraje e impulso de donde ya no había, armó un pequeño bolso con las pocas cosas que consideraba de real valor, tomó su guitarra, la cual era su pertenencia más preciada, y se marchó. Sin mirar atrás, sin esperar a que ejecutaran a su padre, sin despedirse de nadie, pues ya no había nadie más en su vida.
Claramente su camino al DF estuvo plagado de peligros y miserias. Subsistió a base de ingenio, carisma y una gran habilidad para cantar y tocar su guitarra en la calle. En más de una ocasión tuvo que elegir entre una cena o una habitación de hotel de mala muerte, y en más de una ocasión durmió en algún banco de alguna plaza.
Finalmente logró encontrar un trabajo temporario en las afueras de San Antonio que le permitió subsistir sin tener que elegir entre comer o dormir. Era un trabajo de lavacopas en un típico restaurante gringo, de esos con cabinas y una gran barra, que parecía sacado directo de una película de los 60s.
El dueño del lugar era un hombre de unos 50 años, afroamericano, alto y fornido. Juliana pensó que probablemente él también atravesó momentos como el que ella estaba atravesando, con absolutamente todas las de perder, y por eso le dio el trabajo a una niña de ascendencia mexicana, sin experiencia y que claramente se encontraba en la calle.
Juliana rápidamente se ganó el puesto en esa cocina y comenzó a asistir a los cocineros con cuanta otra cosa le pidieran, todos allí se habían encariñado con ella y era como la hija o hermana menor de todos ellos. Con el correr de las semanas Juliana había aprendido lo suficiente como reemplazar a una de las cocineras, cuya hija estaba enferma, haciendo un maravilloso trabajo. El dueño no dudó en incorporarla como asistente de cocina, lo cual no sólo implicó más horas, sino también mejor paga.
También la cocinera, Susan, a la que ella reemplazó le ofreció un cuarto de su casa el cual estaba en alquiler, de esa forma podría ahorrar aún más y no tendría que seguir quedándose en ese lúgubre y feo hotel, al costado de la ruta. Susan era madre de tres niñas y ver a Juliana en esa situación no hacía más que romperle el corazón, por lo que no tardó mucho en convencer a la muchacha de los grandes ojos tristes de que quedarse con ellas era la mejor opción.
Juliana nunca había sido una persona extrovertida o que exudara confianza, no tenía en ella un solo hueso de egocentrismo y a decir verdad siempre se consideró socialmente inepta. En el colegio siempre solían molestarla por su carácter reservado, el cual casi siempre pasaba por antipatía, aunque ella intentara por todos sus medios “ser normal”. Pero ahora todo era incluso peor, desde que su madre había muerto Juliana no había hecho más que construir murallas a su alrededor. Y ni hablar de estos últimos meses. Ella había tomado la decisión, aún de forma inconsciente, de nunca más dejar entrar a nadie a su vida y mucho menos en su corazón.
Sentía que todos aquellos que alguna vez significaron algo para ella la habían traicionado. Tampoco es que hubiesen muchos nombres en esa lista. Sólo tres.
Su madre, que si bien ella entendía que su muerte había sido totalmente involuntaria, no dejaba de sentirse como una traición. Si tan solo hubiese ido a los controles médicos a tiempo, si hubiese ido al hospital apenas sintió que algo andaba mal. Pero no, Lupita decidió esperar hasta último momento y eso le costó la vida. Y Juliana estaba más que enojada con su madre, se sentía traicionada.
El siguiente nombre de esa corta lista era su padre, por obvios motivos. Su relación con el Chino nunca había sido normal, ni siquiera podía llamarla una relación. Él continuaba insistiendo en que ella no era su hija y ella continuaba insistiendo en que el minuto en el que cumpliera la mayoría de edad se largaría de la vida de ese hombre. Por lo tanto hablar de traición con el Chino quedaba un poco grande, pero aún así la vida se había encargado de traicionarla al no darle un padre, o alguien que pudiese cumplir un rol similar.
Y por último estaba Amy. Esa niña había sido lo más cercano a una relación amorosa que Juliana había experimentado. Se conocieron en la escuela e inmediatamente se convirtieron en mejores amigas. No le resultó difícil a Juliana enamorarse de Amy, pues la muchacha tenía todo a su favor: era hermosa, rubia y con unos ojos verdes que podrías pasar horas contemplando, naturalmente atlética, con un gran sentido del humor y una inteligencia que nunca cesaba de sorprender a Juliana.
Amy era extremadamente popular, era la cara opuesta de Juliana, por lo que a todo el mundo sorprendía el que fueran amigas. Para Juliana ella se había convertido en su única referencia de cosas alegres y positivas, la impulsaba a ser mejor, a estudiar más, a querer ser alguien y hacer algo de su vida. Con el correr del tiempo la morocha se dió cuenta de que sus sentimientos se habían transformado en algo más que una simple amistad, y estaba bastante segura de que para Amy también.
Pero, como todo en su vida, esa historia tampoco tuvo un final feliz. Amy decidió alejarse de su vida, no sin antes propinarle un par de humillaciones bastante dolorosas y bastante públicas. Sin dudas ella se percató de su atracción y decidió apartarse, en lugar de ser valiente y continuar explorando lo que quizás pudo haber sido su primer amor. Juliana quedó devastada, y fue así que desistió de regresar para su último año de secundario. Al mismo tiempo Lupita se enfermó, por lo que tuvo el pretexto ideal para no hacerlo.

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Yellow
FanfictionHola!! Esta es una historia pensada para usar los personajes de Amar a Muerte pero en un contexto completamente diferente, algo así como una versión mezclada y adaptada de Amar a Muerte y la película ¿Conoces a Joe Black? Espero que les guste! Si bi...