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Al llegar el nuevo día siento mis dedos de los pies mojados. Cuando corro mi cobija, me doy cuenta que Doky me lame los dedos. Cuando me ve, ladra y se abalanza a mí. Yo lo abrazo y lo dejo en el piso. Voy hacia mi baño y él me persigue. Algo me dice que ya somos inseparables. Me lavo los dientes y me doy una ducha rápida. Cuando bajo, mis padres no están. De seguro, al ser lunes, están en las librerías. Miro el reloj de la cocina: la 1:19 minutos de la tarde. Me sirvo mi desayuno-almuerzo (unas pastas con carne molida) que me recuerdan a aquel día con Sofía en el establecimiento de su padre, mientras escucho música a lo lejos. De música ligera suena de fondo. Soda estéreo me llena de energía esta tarde. Hoy decido que saldré a caminar. Tomo mi celular al terminar mi comida y salgo a la calle después de fregar los platos. La tarde es fresca.
Me dirijo hacia el mismo parque donde conocí a doña Rosalinda. Vaya... Qué recuerdos tan lejanos, pero a la vez tan cercanos.
    Cuando llego, me siento en un asiento hecho de concreto. Saco mi teléfono móvil y entro en Instagram. No hay nada nuevo que me llame la atención. Cuando miro una publicación sobre el lanzamiento de un libro nuevo, mi móvil emite un sonido. Cuando miro el identificador de llamada, me sale una sonrisa:

SOFÍA

    Sin pensarlo siquiera dos veces, contesto.
    —Hola, Sofía. —Contesto enseguida me coloco el celular en mi oreja derecha.
    —Hola, José. ¿Puedo recogerte en casa? Es algo de vida o muerte. —En su voz escucho mucha tristeza y sollozos ahogados. Ella continúa diciendo—: Mi padre ha muerto.

Yo viviré en tiWhere stories live. Discover now