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Me he quedado hablando horas con el anciano sentado a mi lado, hasta que su mirada se dirige a la puerta y dice en voz baja:
    —Ahí viene tu novia. Y no parece feliz.
    Me di vuelta y me levanté de la justo en el momento que se me echaba a llorar encima, abrazándome como nunca lo había hecho. Entre sollozos alcance a escuchar:
    —...Mal... Ngre... Ucha... —Y sorbe los mocos que se abren paso por su nariz—: Está muy mal, Mau. Le dio un paro y se la... Se la... —Más llanto. No podía y yo tampoco podía quedarme de pie: mis piernas flaqueaban y creí que caería. Así que la siento donde estaba y el anciano mira hacia otro lado, haciendo gesto de tristeza.
    Lloró por más me media hora, cuando las primeras gotas de lluvia de la madrugada caen inmisericordes de las dolencias, los llantos e, incluso, las perdidas. Viento frío llega y nos cubre como un manto nuevo de miseria. Todos los que estaban sentados se levantan y buscan refugio, pues encima de las sillas no había techo alguno, pero al lado, en la entrada al hospital, sí. Así que todos caminamos hacia allá.
    Sofi, después de varios minutos y cuando la lluvia cae mucho más fuerte, dice:
    —Un oficial me ha dicho que no vaya a casa. Dice que es muy probable que yo sea su próxima víctima. ¿Podría quedarme en la tuya? No quiero ir a ningún otro lugar.
    —Claro. —A pesar de todo, y con dolor, puedo decir que una chispa de felicidad me llega al cuerpo al saber que se quedará en mi casa, viéndola dormir y hasta respirar a mi lado. ¿Me estaré enamorando? Meh. Eso es imposible. Apenas nos conocemos... ¿O sí? Sacudo mi cabeza al pensar esas estupideces y vuelvo al tema—: Es genial que lo hagas. Así hasta yo estaría más tranquilo.
    Así, con una de las escenas más frías, literalmente, de mi vida, con Sofi llorando de nuevo a mi lado, con tanta gente a mi alrededor viéndonos mientras sus esposas, esposos, hijos, hijas y hasta familiares se debaten entre la vida y la muerte, y otros solo se debaten entre dolores menores, me doy cuenta que es muy probable que esté enamorado.

El amor tiene límites que muchos pasamos por alto, pero el verdadero límite del amor es pensar que no hay límite. O eso, al menos, pienso yo, mientras en el horizonte sale el sol y se torna de un naranja con azul, el sol muestra su cara, personas entran a hacerse exámenes y la puerta principal es abierta al público. Dejó de llover a las 5 y algo de la mañana, y Sofi, sin aguantar más, se sienta en el mismo lugar de la madrugada, recostándose sobre mi hombro y quedándose dormida. El anciano con el que hablaba, que se llamaba William, se fue hace poco. Una señora que al parecer era la madre del niño llegó y dio su relevo para que aquella alma de quien sea que gobierne los cielos descansase. «Bienaventurados los cansados, que yo os haré descansar.»
    Después de varias horas más, ya rayando la hora sexta en época romana, es decir, el medio día, decidimos salir a comer algo. Salimos del centro y nos dirigimos hacia la derecha, y caminamos bajo el sol abrasador y el calor incesante de la bienvenida a la tarde. Cruzamos dos calles, pasamos por un D1, una tienda de repuestos automotriz y llegamos a otro cruce, donde en toda la esquina está una EPS: Sura.
    Cruzamos y justo allí está una panadería. No aguantamos más el hambre y entramos allí.
Comimos como locos y nos tomamos de a tres cafés con leche. Necesitábamos energías para continuar. Después de un merecido descanso, y también de discutir con Sofi quién pagaba, me dirigí al mostrador y pagué, caminamos de vuelta y nos sentamos de nuevo. Menos mal la sombra nos cubría del sol. Pero nada más sentarnos un oficial de policía sale y camina hacia donde estamos nosotros. Estoy seguro que el corazón de los dos iban al mismo ritmo: unos 1000 kilómetros por hora.
    —Buenos días, Sofía; buenos días, Mauricio.
    —No tienen nada de buenos —dice Sofía.
    —Pues lo será, pues tu madre salió bien del quirófano. Ahora necesita demasiado reposo, pero estará bien custodiada. Ahora, si me permiten, iré al cuartel para ver qué más tenemos de nuevo. Puede que en la escena donde agredieron a tu madre el agresor haya dejado alguna pista...
    —Vamos contigo —propone Sofía.
—Se...
Vamos contigo —reafirmó, haciendo fuerza en cada palabra. Pienso que es igual que la emperatriz más poderosa de Roma, Julia Domna, que toma posición en el año 197 d.C., y una frase que la describe dice: «Había algo en el entorno de aquella mujer que no dejaba margen a dudar de lo que dice, y menos de sus afirmaciones.»

Llegamos al cuartel solo 9 minutos después de salir de la unidad, pues de Castilla a Caribe hay poco recorrido. Decenas de policías caminan de un lado a otro y, algunos al ver llegar al oficial, se dirigen a él.
    —Venga por acá, por favor —le pidió una chica con una tableta en la mano y también con unas gafas de montura de pasta negra. La estatura baja y el cabello largo. Ojos oscuros y tez trigueña. El vaivén de su pelo sería un péndulo perfecto para hipnotizar.
    —Hemos encontrado una pista —empieza a decir, después de sentarse en una terminal y darle vuelta a su computador— en la escena. No es mucho, pero después de tanto escurrirse de nuestras manos encontrar esto es dar un buen paso. Es una pedazo de piel que doña Tatiana fue capaz de arrancarle de la cara. No sabemos de quién es aún. Esperamos que sea del atacante. También hemos encontrado la punta de un cuchillo. La suposición es que trató de apuñalar a Tatiana, y ella se corrió haciendo que impactará en una pared y se quebrase la punta, aunque también puede ser que se haya caído el cuchillo y que se haya quebrado. Esperamos encontrar huellas en él. Pero —prosiguió después de una pausa—, también hemos encontrado un pelo. Fue arrancado de raíz. Tenemos la esperanza de que Tatiana le haya halado el pelo y le haya arrancado buena parte de éste.
    Fue demasiada información en poco tiempo.
    El oficial asintió y al rato dio una orden:
    —Cuando tenga todo que me lo hagan llegar, se lo llevaré al coronel Jorge.
    —Sí.
    Fue todo lo que dijo de la chica y se puso a trabajar de nuevo. Después de haber sudado, haberme mojado por horas con la lluvia y no lavarme los dientes, le pido a Sofi:
    —¿Vamos hacia casa para bañarnos y cambiarnos de ropa? No aguanto más esta.
    —Claro.
    Salimos y llegamos a mi casa en poco tiempo. Al llegar y abrir la puerta siento que me lanzan con fuerza hacia adelante y la puerta se cierra de golpe. No alcanzo a caer, y al darme vuelta me sorprendo al sentir un beso de Sofía. 

Yo viviré en tiWhere stories live. Discover now