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Ana termina su relato y nos mira. Definitivamente lo que ha vivido ha sido el peor de los infiernos. Nosotros nos quedamos callados y ella nos mira. Termina diciendo:
    —Debo irme, chicos. Pero me alegra que también el problema se haya resuelto sin más muertos. Nos veremos luego. —Y, levantándose mientras se dirige a la puerta y nos mira—. O, al menos, espero verlos de nuevo.
    Y se va. Nosotros nos miramos, al rato entra un doctor con unos papeles en la mano.
    —Muy buenas tardes, Sofía —y mirándome a mí—; buenas tardes Mauricio. Espero todo vaya de maravilla y su hermosa mascota no nos deje un nuevo detalle. —Estoy seguro que ella y yo ahogamos la risa en el mismo instante—. Sofía —vuelve a decir, mirando los papeles y pasándolos uno a uno. Sus ojos, cubierto de unas gafas con un lente bastante grueso que compaginan a su gordura—. Sí. Ya mañana puedes irte a casa. Ya tu sistema está en óptimas condiciones. Lo que lamentamos es no haberte dejado ir a los entierros de tu madre y hermana. Pero tenemos que ser precavidos.
    Eso es cierto. No dejaron que ella fuera por su estado de ánimo tan irregular. Además, por un día, tuvo pensamientos demasiado suicidas y sabía que yo no podría cuidarle. Así que decidieron no dejarse salir.
    —Bueno. Disfruta de tu último día aquí. Hasta luego, y espero no volver a verlos por acá. Odio ver a los mismos pacientes.
    El doctor, que se llama Julián, siempre nos ha hecho la misma broma. Él se va y nosotros nos reímos. Nos miramos y, por segunda vez, nos besamos.

Yo viviré en tiWhere stories live. Discover now