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MANUELA

Era en la tarde cuando los padres de Ana, las chicas y yo salimos para la Fiscalía. Allí, Gustavo Sosa, el teniente que seguía el caso, tenía unos vídeos grabados del secuestro gracias a las cámaras del restaurante.
    Cuando llegamos todo estaba hecho un caos. Personas iban y venían en la Fiscalía. Todos llevaban papeles en la mano y el teniente daba órdenes por un radio. Nosotros creímos que algo le había pasado a Ana. Y el padre no espero dos veces y corrió hacia él para hacerle la pregunta que todos teníamos en la mente, y de la que respuesta alguna no queríamos si era mala.
    —¿Le ha pasado algo a mi hija? ¿Saben algo más que no nos hayan dicho aún? —La tristeza se le ve reflejada en el rostro.
    —Sí. Pero vayamos a otro lado. Síganme.
    Nos hizo caminar por cinco minutos hasta llevarnos a su sala laboral. Allí se sentó, su peso pluma y su cuerpo delgado cayeron como bala. Sus ojos penetrantes de color café nos penetraban hasta el mismo cerebro. Se frota su barba y bigote sin afeitar por dos semanas y comienza a hablar:
    —Hemos encontrado el coche donde se movilizaba José. Lastimosamente sin ellos.
    —¿Dónde están? —Pregunté yo. Con rabia.
    —No lo sabemos, señorita. Y no creo que lo sepamos por un tiempo. Puede ser corto o no, depende de cuándo nos den la orden.
    —No entiendo nada —seguí hablando—. ¿Por un tiempo? ¿Orden? ¿De qué nos hemos perdido en estos días? —Mi rabia seguía creciendo tanto que apreté mis puños.
    —Manuela —dice él, mirándonos a todos—... El coche fue encontrado en el aeropuerto JMC. Al parecer salieron del país. 

Yo viviré en tiWhere stories live. Discover now