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Cuando salimos sentí hasta envidia de yo seguir con cáncer y ella estar completamente sana de la noche a la mañana. Cuando recogimos a Doky, que la señora estuvo jugando con él todo el tiempo, nos dijo que era juguetón de remate y que parecía con pilas inacabables. También que parecía un peluche que ladraba por arte de magia.
    Llegamos a mi casa en menos de quince minutos. Al final, resultó ser que el hospital no era. Dijo que cuando llegáramos a casa me diría el verdadero lugar de lo que yo deseo que sea una cita. Pero cuando llegamos había un cambio: en la entrada había maletas y bolsas con ropa. Yo no entiendo el por qué están ahí, hasta que escucho los gritos de mi madre, en su voz se adivina un llanto de varias horas y también la rabia contenido de un animal salvaje.
    —¡Eres un imbécil! ¡Eres un bastardo! ¡Desgraciado! ¡TE ODIOOOOO!
    Después de los gritos suena un golpe y yo, en mi interior y con la inocencia de quien nunca ha presenciado pelea alguna en su familia, digo con voz queda a Sofi:
    —Sofi, espera acá. Intentaré ver lo que pasa.
    Después me encamino hacia donde provienen los gritos y el golpe: la cocina. Me asomo un poco por la puerta trasera y veo a mi madre con lágrimas en los ojos y también a mi padre, de espaldas, quieto, inmóvil, como si fuese una estatua. Estático. Me da la impresión de que ni siquiera respira. Antes de que me vean, retiro mi rostro y me quedo pegado a la pared, mientras escucho nítidamente lo que dicen:
    —No puedo creerlo —empieza mi madre, con la misma voz quebrada como un jarrón de barro al caerse, con los trozos desperdigados como su corazón; el dolor de su voz es tan grande que hasta puede llegar a ser tangible—. Me engañaste. No puedo creerlo. Y peor aún, lo has hecho con... con m... mi... hermana. Esto no tiene perdón. Ya tienes tus cosas en maletas. Vete.
    Mi padre, en su misma posición estática y, al parecer, aún perplejo por la terrible felonía que perpetró, sigue sin mediar palabra alguna. En su interior, su corazón ha de latir tan rápido que quiere salirse del pecho.
    Aún cayado y de pie, mi padre lo único que articula son dos palabras que no son capaces de convencer a mi madre. Lo único que hace es hacerla enojar un poco más.
    —Lo... Lo lamento. —Y se calla, da media vuelta y se dirige adonde estoy. Yo, tratando de ser ágil como gato, me escabullo hasta la entrada donde está Sofi, y le pido que vayamos a la calle. Cuando salimos, el viento caliente nos saluda como si fuese un amigo que nos esperaba incesante en la entrada. Nos escondemos detrás de un muro que da a unas escalas para llegar a un segundo piso. Después de cinco minutos y medio, el coche de mi padre se va con un leve deslizamiento. Cuando vemos que está en la esquina, salimos de nuestro escondite y vamos de nuevo a casa. Al entrar, mi madre se encuentra llorando en la sala, sentada en un sofá y con las manos en el rostro, tapándose como si la vida la recriminara y ella se sintiese tan culpable que no quisiera mirarle a la cara. Al final, Sofi tiene el valor acercarse y hacer que llore en su hombro. Doky, sensible al parecer de la tristeza que se huele en el aire, no emite ruido fuerte alguno. Solo un leve gemido que suena a tristeza prestada. Yo, con él en brazos, lo dejo en el suelo y él se acuesta de inmediato, al parecer cansado de lo que no ha hecho. Yo me acerco a mi madre y ella me abraza y me pide perdón como si hubiese cometido el peor de los pecados. Yo, que en mi interior sé que ella no tiene nada que ver con el terrible acontecimiento que aconteció hace poco y que ha destrozado esta familia que llevaba más de 16 años unida, solo puedo decirle unas pocas palabras.
    —Tranquila madre. Tú no tienes la culpa de que hayas escogido al hombre equivocado.
    Ella sigue llorando y, por primera vez en mi vida, yo siento en esta casa el terrible fantasma de la desolación misma...

Yo viviré en tiWhere stories live. Discover now