20

10 1 0
                                    

Las palabras de Sofi me han dejado el corazón como la primera vez que vi su belleza: con taquicardia. Saber que su padre ha sido asesinado es algo tan atroz como darte cuenta que mañana mismo morirás. (Casi nada salido con la realidad de mi vida).
    Sofi y yo entramos a la sala de fiscalía que se encuentra en Caribe, donde un agente de la policía había visto la grabación donde salía su padre. Al parecer, lo habían asesinado exactamente frente a una y al lado de dos. Con eso la panorámica de la escena es much0 más precisa. Lastimosamente no se ve la cara del asesino, ya que tenía una gorra y, debajo, su cara estaba cubierta por un pasamontañas, cuan hombre al que se le ha quemado el rostro y sólo le quedase los ojos, la boca y la nariz con algo de color. Eso es algo que empieza a investigarse, donde los policías han partido de inmediato al lugar para ver si hay pistas que pasaron por alto del asesinato del pobre hombre. Cuando entramos al recinto, un rectángulo color gris metalizado, nos conducen de inmediato a la sala donde nos esperaba el coronel Jorge Rodríguez. Sentado en una silla con respaldo de cuero negro, y con un computador de frente, nos invita a entrar. El recinto es completamente cuadrado y las paredes son de cristal. Sofi y Ana se sientan mientras que yo, al igual que el oficial, nos quedamos en pie. El coronel da vuelta a la pantalla de su ordenador y empieza a verse un vídeo.

En una calle donde el aire frío y la poca lluvia que cae son los únicos testigos de las pocas personas que caminan por el lugar, un señor impecablemente vestido va caminando por una acera mientras que, sin saberlo, alguien le perseguía. Vestía una camisa blanca, un pantalón azul, una gorra y, al parecer, un pasamontañas.
    Rodrigo sigue caminando hasta que, en la entrada de una casa, se queda de pie. Ve hacia los lados y, al mismo tiempo que dentellaba un rayo en el horizonte, toca la puerta de aquella casa. Nada más abrir la puerta sale a su encuentro una chica que no debe tener menos de 30 años de edad. Su pelo se alcanza a ver entre negro o rojizo. Tiene alrededor de un metro sesenta y dos, y usa unas gafas de montura metálica, que emite un destello unísonamente con los rayos. Se saludan y se dan un beso.
    Cuando la puerta de ella se cierra (después de darle un sobre de manila sellado), él se guarda aquello en el interior de su chaqueta. Cuando se da la vuelta para emprender su camino de ida, la lluvia empieza a caer con una fuerza inusitada. Parecía que las nubes tuviesen millones de litros en su interior de aquel líquido necesario para la vida humana. En ese momento comienza el enfrentamiento que acabaría con su vida. La misma persona que le ha perseguido se le tira encima como león después de mirar por horas a su presa. Rodrigo responde con golpes, puños que logra asestar en la mandíbula de su agresor. El otro responde con dos ganchos en el vientre. Rodrigo, a pesar de no tener demasiado aire en sus pulmones y de colocarse de manera que sus manos descansan en sus rodillas, se yergue lo más rápido posible para no caer rematado y asesta un golpe tan fuerte que hace que el contrincante se toque la nariz mientras se mira la mano por si hubo sangre. Otros tres golpes en la mejilla derecha le llegan por parte del más mayor. El agresor cae en el piso, pero da media vuelta y vuelve al ataque con una patada que llega al cuello de Rodrigo y hace que caiga sin nada más que hacer. El hombre con gorra camina hacia él y le agarra por el cuello de la chaqueta. Lo levanta un poco, con la mano en alto. Está dispuesto a asestar otro golpe que le deje fuera de combate. Los dos están empapados, el agua sigue cayendo con furia, con tanta o más que la del joven de gorra. Un rayo seguido de otros tres se ven muy cerca. El resplandor que emiten hacen que el joven pueda ver el rostro de Rodrigo: lleno de sangre. Deja caer su puño en la parte derecha de su cara; un crujido se escucha seguido de otro y un grito de dolor: la mandíbula fue fracturada por el golpe, y el joven se toma la mano con la que golpeó; se la ha resentido. Después de descansar por medio minuto, y que en el interior de la casa donde reside la mujer las luces se apagasen
y llamase a la policía (o eso constaría en los archivos de llamadas de la fiscalía), el joven se mete las manos en la parte trasera del pantalón y saca una jeringa que prosigue con armar, llenar de aire e introducirla en el cuello del pobre tendido en el suelo que, sin saberlo, la vida se le iba como un soplo del mismo aire que se siente con la lluvia, como el mismo aire que se le inyectó y con el mismo aire que respira poco a poco. Después el agresor se lleva el paquete, perdiéndose corriendo por la negrura de la noche. Diez minutos y medio después de la pelea, llega la policía y encuentra un cuerpo sin vida, muerto por un problema cardíaco...

Yo viviré en tiWhere stories live. Discover now