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Tres meses después

En el restaurante donde fueron por primera vez Sofía y Mauricio se encuentra la madre en la cocina, mientras que su hijo es el lleva las ordenes allí, para que empiece una ronda más de ida y venida con comidas en mano de los camareros. Mauricio no deja de pensar en Sofía y se hablan todos los días a las 10 de la noche. Cuando el restaurante queda vacío su madre sale un momento y habla con él de algo que, aunque jamás han tocado, sabe que su hijo lo tiene pensado desde hace más de dos meses.
    —Sabes que si quieres hacerlo puedes ir.
    Se sientan en una de las mesas. Él responde.
    —Lo sé, mamá, pero... —Baja la cabeza y une los dedos de las manos que pone en la mesa.
    —Sin miedos. El que más piensa más duda.
    Y ella se levanta y va de nuevo a la cocina.
    ¿Debe hacerlo? ¿Eso dicta de verdad su corazón?
    Resopla y piensa. Si su madre se hace cargo de todo, es capaz. Sonríe, se levanta y va a la cocina.

En otro lugar de la ciudad, Ana, Manuela, Valentina y Andrea están sentadas acompañadas de Richard, el que era camarero y ahora es el novio de la más extrovertida de las chicas. Hablan de lo bien que les ha ido en los exámenes finales del bachillerato y qué estudiarán en la universidad. Están en un parque muy arbolado y lleno de pasto, donde colocaron una manta para no ensuciarse. Pasan unos chicos y todas se quedan viendo sus traseros. Después de todo, las chicas, que evitaban ser como Manuela, lo han conseguido. Pero nadie dice nada, hasta que una voz potente se escucha.
    —¡¿Vieron esos traseros?! ¡Por Dios bendito!
    —¡Oye! ¡Que eres mi novia! —Grita Richard después de lo que dijo su novia. Todas ríen y él trata de ponerse serio. Ella le mira por encima del hombro con cara tierna.
    —Perdón.
    Y mueve los ojos de manera coqueta. Ahora sí no aguanta y el novio se ríe. Después de tantas desgracias vuelven a estar juntas. Como eran. No lo lograron por varios meses, pero cuando ya Ana se iba sintiendo mejor los ánimos han vuelto a ser los mismos. Cuando cada una se va para su casa Ana, sentada en su cama, llama a alguien.
    —¡Hola! —La voz del chico llega con demasiada energía. Se conocieron hace poco en persona, cuando todas se iban para el cine. Se volvieron inseparables y no dejan de hablar de todo lo que hacen en el día. Y eso hacen en este momento. Hay risas por cada comentario. Pero, mientras que Ana habla con aquel chico, Andrea y Valentina se ven a escondidas en la casa donde, hace unos años, hicieron una fiesta de cumpleaños por los dieciocho de alguien, el mismo día que atropellaron a Ana y Jorge. Son visitas especiales y enérgicas. Los padres de Andrea trabajan y la casa está sola. Caminan las dos a la habitación de la anfitriona y se besan, se desvisten y hacen el amor.
    Mientras que eso sucede en casa de Andrea, en la de Manuela nada es como lo parece. Ella, después de sentirse mal y no comer por días llama a su novio y éste acude. Los dos se van al baño sin que los padres de ella se den cuenta. Manuela saca de la cajita la prueba de embarazo. Después de varios minutos de incertidumbre y que Richard tomó como años y se quedó sin uñas y casi sin cutícula, sale. Tiene la muestra en la mano. Se la muestra. El corazón le para. La prueba muestra lo siguiente:

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Ana sale de su casa. Quedó en verse con Mateo, el chico con el que hablaba. Se encuentran en un parque y se sientan en un banco. Tiene pelo semilargo, tez albina, ojos miel, de estatura media y porte atlético. Hablan animadamente y se sienten felices. Él, con miedo, se arriesga a cumplir un sueño. Lanza una pregunta determinante:
    —Ana... Tú... ¿Desearías ser mi novia?
    El tiempo se detiene y hasta el aire cálido de la tarde deja de soplar. Ana, con el corazón en la mano, responde a la pregunta.
    —¡Dios mío! ¡Por supuesto que sí, Mateo!
    Y se abrazan cuando se ponen en pie. Y, mientras caen unas pocas gotas de lluvia se dan el primer de muchos besos.

Mauricio sale corriendo de casa y se monta al taxi después de quedar con su madre que ella se haría cargo de todo por tres meses. En una hora y media llega al JMC y llega exactamente con el último llamado para embarcar el vuelo a Canadá.

La nieve cae en Canadá y Sofía llega donde está viviendo. Su gorro de lana blanca combina con su gabán gris y su pantalón también gris. Cierra y se quita el arsenal contra el frío, se dirige a su habitación y se sienta en la cama con el celular en mano. Llama a Mauricio. Vaya, qué raro, no tiene señal. ¿Dónde andará? Después de intentarlo cinco veces se queda dormida, mientras que un avión con el amor de su vida surca un océano.

Sentado en el avión y viendo por la ventanilla, Mauricio piensa en cómo saber dónde vive Sofía. Al rato, y antes de quedarse dormido, piensa en ir al primer restaurante y preguntar por ella. Tal vez está en alguno de ellos. Al rato se queda en manos de Morfeo. 

Yo viviré en tiWhere stories live. Discover now