22

3 1 0
                                    

No sé quién sea esa chica, pero Sofi corre hacia ella con tanta rapidez y con tanta decisión que me hace creer que son conocidas. Yo camino, con algo de pena y encogido por tanta gente que las miran y me miran por ir hacia ellas, y me postro al lado de Sofi, mientras abraza fuertemente a Ana.
    La chica en cuestión tiene un pelo larguísimo color castaño que, de seguro en pie, le llega hasta la cadera o algo más. Sus ojos son color avellana, su tez es trigueña y, de pie, ha de medir más del metro setenta.
    Yo, fuera de escucharles llora a ambas, escucho que Sofi le pregunta algo, aún si soltarle del abrazo que, de seguro, no se dan desde hace varios meses, o incluso el año.
    —Ana, ¿qu-qué ha pas-pasado? ¿Por qué estás así? —No pregunta más, solo solloza al lado de la que es, o fue, su amiga.
    La chica no responde. De seguro tiene una historia increíble que contar, y también mucho que hablar con Sofi. Al final, ella se levanta y se dirige a mí. El silencio que se hizo alrededor es tan denso que se puede cortar con una navaja. La chica sigue siendo conducida por su madre, y las personas de atrás al pasar, saludan a Sofi y a mí. Creo que también son amigos de ella. El que no saluda a nadie es el que va al lado de una chica de tez trigueña y de pecas.
    Cuando Ana le pide a su madre que se detenga y dé media vuelta para encararse a Sofi, le dice que si tiene la tarde libre después de salir de allí. A lo que ella responde afirmativamente. Estoy seguro que esta historia que se contará en pocas horas será la más fascinante que escucharé en mi vida.

Ya hemos terminado todo con el coronel que se hará cargo del caso. Según él ya están empezando todo para hacer una investigación tan ardua como compleja, ya que encontrar a alguien con pasamontañas es algo muy complicao. Doña Ana se va en el carro y yo decido quedarme con Sofi y acompañarla a escuchar lo que Ana dirá. Ella no se opuso, pero sí le estuve preguntando sobre ella. Al final me contó un poco.
    —Ana era una gran amiga. Nos conocimos un poco antes de que ella se conociera con alguien llamado Jorge, que, hasta donde sé, se convirtió en su novio. Pero después de eso no supe más de ella. Nos distanciamos. No sé muy bien por qué, pero yo nunca quise ser parte de su grupo de amigas. Hay una chica que es demasiado extrovertida. Se llama Manuela. Es la albina con pecas en el rostro. Andrea y Alejandra sí son buenas amigas, pero tampoco volvimos a retomar contacto. Tal vez las cosas cambien un poco ahora. No sé qué le ha pasado, pero ya no la dejaré sola.

Ana regresó a los cuarenta y dos minutos de nosotros salir a esperarle. El calor que hace a esta hora es demasiado abrasador. Tanto que nos cubrimos los ojos para mirar. Además, el ruido de la carretera principal que está a nuestras espaldas no ayuda.
    —Hola, Sofía —empieza Ana—, la idea es que vayamos a mi casa. Allí estaremos todos juntos. ¿Te parece bien la idea?
    —Claro, me parece fantástico. Pero acá mi amigo también desea acompañarme. Nos hemos vuelto inseparables. ¿Habría algún problema con todos de que vaya?
    Puros gestos negativos a nuestro alrededor.
    Como todos no cabemos en el carro de la madre de Ana, Sofi y yo decidimos ir en taxi hasta allí. Nos acompaña Andrea y Alejandra, dos chicas completamente hermosas. Yo estoy en silencio en todo el trayecto, pero si escucho lo que dicen cuando hemos llegado a nuestro destino:
    —Sofi —empieza a decir Andrea—, hace más o menos dos meses y medio había secuestrado a Ana. Estuvo a punto de perder la vida.

Yo viviré en tiWhere stories live. Discover now