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El final de mi sueño era, más o menos, con un perrito que corría hacia mí después de salir de una zahúrda. Después de que tomé al cachorro, que era de raza shih-tzu color blanco con manchas café, me desperté porque mi madre me estaba moviendo la pierna derecha. Medio adormitado, ella me dice algo que me sabe completamente lejano:
    —Debes levantarte hijo, tienes una llamada de Sofía esperándote. Además, son las dos. —Con esto último me despierto de golpe.
    Mi madre me pasa el teléfono inalámbrico y contesto aún con la voz somnolienta.
    —Hola, Sofía, perdona; he dormido más de la cuenta. —Al otro lado se escucha una risa.
    —No te preocupes, José. Aún tienes cincuenta y cinco minutos para estar listo.
    Después de quedar en que me iría rápido a darme una ducha y comer algo, quedamos en que ella vendría a recogerme a mi casa. Así que corro al cuarto de baño, me cepillo los dientes y me baño con agua tibia.
    A las 2:49 ya estoy listo, con unas albóndigas con salsa en mi estómago y también con los sentidos activados. Me he puesto un pantalón de dril color crema, una camisa blanca y unos converse blancos con negro.
    Exactamente a las 3 llega ella a mi casa. Viene vestida con una blusa blanca, un leñador de cuadros anaranjados y rojos, un pantalón azul oscuro y unos vans negros.
    —Hola, José —me saluda con un abrazo y un sonoro beso en la mejilla. Luego respondo:
    —Hola, Sofía. ¿Lista? —Los nervios se me notan enseguida; creo que son palpables.
    —Claro que sí. Si no te dan miedo las películas de terror, claro está... —Ella muestra una sonrisa pícara y divertida.
    —Claro que no... —Miento, porque sí que me dan miedo las películas de terror. Un día mi familia y yo decidimos ir a cine, y vimos La Monja, y cuando tenía la sensación de que venía alguna escena de terror me tapaba la cara con mis dos manos.
    —Perfecto... Entonces podemos ir, que vamos tarde. —Y con estas palabras, empezamos a caminar hacia la estación del metro.
    Cuando subimos por una pendiente bastante empinada, nos percatamos que a lo lejos hay mucha gente enfrente de una iglesia. Cuando nos acercamos poco a poco, vemos que hay un cartel al lado de la puerta de la funeraria campos de paz.
    En el cartel se puede leer:

LA FAMILIA RODRIGUEZ OCHOA
LAMENTA LA MUERTE DE:
ROSALINDA RODRIGUEZ OCHOA

FUNERARIA:
CAMPOS DE PAZ.

    Al ver la foto de la persona fallecida mi corazón da un completo vuelco. Por un momento me olvido de Sofía, del cine y de todo lo que me rodea. Aquella señora era la que un día me encontré en el parque en la oscuridad de la noche.

He de imaginar que algunos de los que hay allí son alguno de los hijos que la había abandonado. Y, si en efecto lo son, ¿qué hacen allí? ¿Ahora siente la ausencia de su madre?Malditos hipócritas. Caminando con Sofía llegando a la estación de Tricentenario, le conté la historia de la señora y cómo la conocí. Ella, escuchando atentamente, me toma de la mano y me la acaricia con su dedo índice. Al momento, dice:
    —Vaya... ¿Qué crees que ha pasado con el pobre perrito? Ojalá no lo tiren a la calle.
    —Viniendo de los hijos no me espero gran cosa... —Es la verdad. Si fueron capaces de dejar a su propia madre abandonada, no me quiero imaginar qué le harán la pobre Doky. En un momento, se me viene el recuerdo de aquella noche. El perro ladrando, cuando lo acaricie, las palabras que crucé con doña Rosalinda.
    Cuando nos montamos al vagón, con dirección a la estación Itagüi, sigo pensando en ella. Sofía me saca de mi ensoñación.
    —José, esperemos que ella descanse tal y como se debía. De igual manera, si ellos la abandonaron, el cargo de consciencia que van a tener será demasiado grande.
    Ella tiene mucha razón, pero es que mi mente maquina cosas que no desearía. Solo deseo que aluno de ellos muera.
    Caribe.
    —Lo dicho —empiezo a decir—: si la vida nos sorprende con una muerte injusta, solo esperamos que las siguientes diez estén completamente justificadas. O por lo mínimo, que alguno de ellos se arrepienta.
    Universidad.
    —Lo sé —me responde ella, agarrada a mi brazo mientras yo me agarro de la baranda al lado de la puerta—. Pero ya todo está en manos de Dios. O —dice ella, con una sonrisa hermosa en su rostro—: en quien sea que gobierne los cielos.

Hemos llegado a nuestro destino treinta y dos minutos después de tomar el metro. Cuando entramos a la sala, ya la película se ha consumido casi veinte minutos. Esperamos a que no se haya pasado nada relevante.
    La película que hemos escogida es la nueva de Cementerio de animales, que, por cierto, el libro estuvo demasiado bueno. Louis Creed me tenía fascinado hasta cierta parte, y Jud Crandall me llenaba de ciertas risas. En la película me he fascinado con el actor que hace el papel de Louis. La verdad, la película no dio tanto miedo, pero sí estuvo relativamente buena. (Al menos no me tapé la cara con las manos). Al finalizar salimos y entramos al centro comercial Mayorca a tomarnos unos refrescos. Mi cara fue de incredulidad cuando, al yo pedir un jugo Hit de mora, Sofía pide una cerveza 3 cordilleras.
    Después de que ella se tomara cuatro cervezas y yo dos jugos Hit y también dos cervezas (en mi caso, dos Pilsen), nos damos cuenta que son más de las siete de la noche. Así que corremos hacia la estación y en cuarenta y cinco minutos llegamos a Tricentenario.
    —Yo te acompaño a casa. —Es lo que me dice Sofía, algo me imaginaba yo de que siguiera conmigo en el vagón en vez de bajarse donde debía hacerlo. Así que los dos salimos de la estación y tomamos el lado izquierdo de la taquilla norte. Caen gotas pequeñas del cielo, así que nos apresuramos a caminar lo más rápido que podemos.
    Las pendientes son bastantes, pero llegamos a mi casa en poco tiempo. Al entrar, todo está completamente a oscuras, en la mesa del comedor una nota yace debajo de un vaso, seguro para que el viento no se la llevara de excursión por la casa. La tomo y leo en voz alta, para que Sofía se entere:

HIJO, HEMOS SALIDO.
A LAS OCHO LLEGAMOS A CASA.
:)

Bueno, no se van a demorar demasiado. Así que nos sentamos en el sofá de mi casa a esperarlos, y llegan exactamente tres minutos y medio después de habernos sentado.
    —¡Hola, hijo! —Grita mi madre, que va vestida de gala, al igual que mi padre—. ¿Cómo la han pasado? —Pregunta, mientras abraza a Sofía. Ella responde por mí:
    —La hemos pasado genial, señor y señora Jiménez —ellos la interrumpen.
    —Oh, por favor —empieza mi madre—, llámame Antonia. —Y se dan un abrazo.
    —Y a mí llámame Juan. —Después de que diga su nombre y también de abrazar a Sofía, coloca una maleta pequeña donde, después de colocarla, escuchamos un leve ladrido de bebé. Mi rostro se dirige a la pequeña maleta, mientras veo a mis padres.
    —Anda, hijo —dice Juan—, ábrelo, es para ti. O, en este caso, para los dos. —Y mira a Sofía, que sonríe pícara.
    Me acerco y abro la maleta, por la rejilla ya se veía una oreja pequeña de un cachorro.
¿Sofía tendrá que ver con esto? ¿Será un regalo de ella y de mis padres? ¿A qué viene es...? Al abrir del todo, mi corazón salta.
    ¡Es el mismo perro de mi sueño! Exactamente del mismo color y de la misma raza.
Cuando lo cargo, empieza a llorar.
    —Shhhh —digo yo, mientras le acaricio la cabeza—. ¿Esto acaso es obra de todos? —Digo mientras detengo mi rostro en cada uno de ellas. Al final Sofía es la que responde.
    —Algo así... ¿Cómo piensas llamarlo?
    —Bueno... —Empiezo—. Es chico. —Solo pienso en algo. Y creo que no hay mejor homenaje para alguien que éste... —Lo voy a llamar Doky. —Todos dan por buen gusto el nombre, hasta que Sofía habla:
    —Ya sabía que le ibas a poner ese nombre. Por eso he traído esto... —Manda su mano al bolsillo derecho de parte trasera del pantalón y saca una correíta con un circulo. Es de metal, y las letras doradas al igual que el lazo. En caligrafía bastante gruesa se leen exactamente cuatro letras:

DOKY

Yo viviré en tiWhere stories live. Discover now