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Un año después

Mauricio y Sofía se encuentran sentados en la acera con un sol incesante. Hablan de lo que pasó un año atrás. Aquellos días de infierno vividos que casi hace que sus vidas quedaran en el pasado. Recuerdan la guerra de pandillas en Bello, la muerte del padre de Sofía, la hermana de ésta y de su madre. Ya no hay dolor, sólo recuerdos que, aunque crean ausencia en el interior de ella, también le crea un nuevo reto: debe vivir por ellos, hacer lo que no hicieron, aunque eso le conlleve dejarlo todo: su nueva vida, a Doky y, lo que más le duele, dejar a su amigo inseparable, Mauricio. Pero tiene que hacerlo. Y así, con el calor abrazador de una tarde donde las nubes no hacen acto de presencia, donde el sol les ilumina y con Doky ladrando a lo que parece diez pulmones, se lo dice:
    —Mau, lamento decirte esto, pero...
    El rostro de él, que estaba lleno de felicidad, se tiñe de tristeza y miedo por lo que pueda venir. Traga una saliva que no quiere llevar ni al esófago. A los trece segundos Sofía sigue diciendo la que será la peor puñalada recibida en su corta vida.
    —Perdón, Mau, pero me iré a Canadá mañana...
    Mauricio siente cómo la tristeza crece en su interior poco a poco. Al final, en sólo segundos, ya ha invadido todo su cuerpo y su rostro, al igual que su vida, se torna tan gris como las nubes que se acercan por el horizonte. Sofía lo dijo con tanta naturalidad, que no sabe que las palabras matan más rápido que cualquier proyectil. Como si no supiera que, en muchas ocasiones, decir algo antes de hacerlo duele mucho más.
    Mauricio baja su rostro y mira la orilla de la acera donde se encuentran sentados. Mira las casa del frente. Sofía le mira. No puede evitar sentirse triste al dejar atrás al chico que poco a poco se le ha entregado con todo el corazón. Quien le ha robado hasta el aliento y el aire que respira. Pero no se lo ha dicho. Además, tiene el deber de seguir vigilando las cadenas. Sólo debe irse por unos cinco o seis meses. Pero decirle ahora que le ama es tan fuerte que, al llegar a Canadá, sabe que se sentirá impotente y triste por dejarle con esa espina en el corazón. Ella se levanta y le tiende la mano derecha, que él duda en tomar y sentir ese tacto por la que será una de las últimas veces que lo hará por el resto de su vida.
    —Vamos, Mauricio. Quiero que veas algo.
    Y, ahora, sí la toma. Se levanta, toman a Doky  y los tres entran a casa. Cuando cierran la puerta se siente la frescura que carece en el exterior. Sueltan al que consideran su hijo. Llegan a la habitación de ella y, al llegar a su estantería, saca un sobre de carta pegado. Unas letras en una de las caras reza:

PARA MAURICIO. LEER DESPUÉS DE QUE YO NO ESTÉ.

Se la entrega y ella, con un impulso en su corazón que su mente rehúsa en hacer, le abraza. Se sumen los dos en un abrazo sincero, sin mentiras ni al tacto ni a la vista. Se abrazan como la primera vez. Se miran como la primera vez cuando se separan. Quedan a pocos centímetros el uno al otro. Ella y él se quieren besar, pero no saben si hacerlo o no. Pobre ilusos, no saben que el último beso es el que refuerza un amor, y más en una prueba del destino como aquella.
Mauricio se acerca rápidamente y le da un beso. Se aprietan tanto que no pueden, ni quieren, separar sus bocas. Mauricio camina abrazado a ella, aun besándose y la acuesta en la cama. Su pone encima y le besa apasionadamente el cuello y de nuevo la boca. No puede parar. No quiere parar.
    En dos horas hacen el amor más apasionadamente de lo que lo harán en sus vidas.

Yo viviré en tiWhere stories live. Discover now