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Mientras caminábamos hacia su casa, Sofía, vestida con un vestido con estampados de rosas y fondo blanco, me hablaba sobre el "malentendido" que pasó con su hermana gemela. Yo, caminando con la cabeza baja y viéndola por el rabillo del ojo, me siento demasiado feliz al poder escuchar su voz y verla de nuevo. Cuando la vi en la estación corrí hacia ella y la abracé por cuatro minutos y medio. Ha sido un momento mágico, maravilloso e incomparable para mí... y sé que para ella también.
    —Y eso fue seguramente lo que pensaste, ¿no? —Dice ella, que concluye su soliloquio con una pregunta monosílaba.
    —Es... Posible —respondo, casi en susurro porque sé que lo que dijo es muy cierto.
    —¡No es posible, de la forma que lo dices! ¡Es cierto! ¡Creíste que era yo y te sentiste triste! Además, admite que te gusto.
    Yo me quedo de una sola pieza. ¿Cómo puede preguntarme eso en este momento? Mis mejillas arden como lava recién salida del volcán. ¿Qué puedo responder a eso?
    —¡Apenas nos conocemos! —Grito, un poco divertido—. No puedo sentir eso... —Miento por fin, porque sé que me gusta, me atrae como el imán al metal.
    —Fácil —dice ella mientras seguimos caminando en la oscura noche, con un viento helado que nos acompaña como si fuésemos tres y no dos. Lo que sigue diciendo me deja helado y hace que recuerde otro día en el hospital—: Tú me gustas, José.


En el hospital

    —En la vida las cosas que parecen fáciles son de verdad complicadas, y las complicadas parecen relativamente fácil —digo, viendo fijamente a Sofía; hoy se va para casa.
    —Tienes mucha razón, José. Pero lo que vivimos no es ni parece fácil... Vamos a morir.
    Ella, sentada en la camilla, lleva puesta una blusa blanca con volutas negras, como si la hubiesen salpicado de pintura, una línea perfecta en sus pestañas y el pelo recogido en una coleta alta. Yo me quedo viéndola embelesado, como si viese al mismísimo David de Michelangelo Buonarroti. (1)
    —Lastimosamente sí —respondo—. Pero muchos se salvan en las peores circunstancias.
    —Lastimosamente, mi querido José, tú lo tienes en etapa IV. No hay marcha atrás. Además, yo la tengo en etapa III. No hay escapatoria.
    Por desgracia, es real. Mi cáncer de estómago está demasiado avanzado. La etapa cuatro tiene varias fases, una de ellas es la cualquier T, que consiste en que el cáncer puede crecer hacia cualquiera de las capas (Cualquier T) y podría o no haberse propagado a los ganglios linfáticos adyacentes.(2)
    La parte más temerosa de este cáncer, para mí estando en etapa IV, es la conocida como M1. Que significa que el cáncer se ha propagado a órganos distantes como el hígado, los pulmones, el cerebro o el peritoneo (la membrana que recubre el espacio alrededor de los órganos del sistema digestivo). (M1). (3) Esto se conoce como metástasis, que significa que se ha traspasado a otros órganos del cuerpo.
    Esa tarde ella se fue y quedé solo en la habitación, pensando cada momento hermoso que hemos vivido gracias al desti... ¿Destino? Patrañas. Gracias a quien sea que gobierne los cielos.
    Pensé en ella todo el resto de la tarde hasta la noche, cuando llegó mi madre y mi padre llorando como si ríos bajasen de sus ojos a las orillas de sus labios. La enfermera de la tercera edad que dejó que acompañara a Sofía a una terapia fue la que habló, haciendo que mi sangre helara y el tiempo se parara por completo:
    —José, según los escáneres que te hemos hecho... Tu cáncer se ha pasado a M1... —No sé qué hacer, si salir corriendo o llorar. Solo puedo agradecer que Sofía no esté acá en este preciso momento—. Ahora ha llegado a tu hígado... Y empieza a llegar al cerebro.


En casa de Sofía

    La casa de Sofía es de fachada blanca, con reja en hierro forjado y puerta de madera. La reja tiene figuras en ella, pero la que me llamó la atención es un símbolo conocido como la flor de lis. Abrió la reja y la puerta y pasamos a su interior. Es un primer piso bastante hermoso, con los ventanales necesarios para ver a su exterior. Su interior está perfectamente amoblado, con muebles de cuero color café, que unos días después me daría cuenta que son replegables y se convierten en sofá-cama. Al igual que el exterior, en interior es blanco, con el piso de madera. La sala se remata con una mesa donde yace un televisor de mediana dimensión. Puestos en las paredes, hay varios parlantes, y antes de preguntar para qué eran Sofía me responde:
    —Son para el teatro en casa y para las películas. Literalmente te sientes en un cine.
    No necesité decir nada más. Seguí mirando su casa hasta que se aparecieron sus padres. La madre, que me abrazó al recordarme, se llama Ana, y el padre, que me apretó muy fuerte el brazo, se llama Rodrigo. Ella va vestida con un pantalón negro que le queda bastante pegado, una blusa azul cielo y unos tacones de 3cm. Él, por su parte, lleva un traje con camisa y corbata del mismo color que la blusa de Ana. De resto, todo es negro. Ellos dijeron que saldrían a una reunión de trabajo y que si queríamos acompañarlos. Sofía me mira y yo me encojo de hombros.
    Al final, los cuatro vamos en el auto de Rodrigo. Los padres delante, nosotros atrás. Miramos por mi ventanilla (que es la derecha) y ella me toma de la mano. Vaya... Si tan solo supiera que mi cáncer ha avanzado a M1 de seguro saldría corriendo con lágrimas en los ojos. Al final, después de 17 minutos de trayecto, paramos en un restaurante. O algo así. Su logotipo es un horno donde en letras led se puede leer Il Forno.
    Nos bajamos del carro y entramos en el establecimiento. Es realmente hermoso.
Con mesas y sillas de maderas, al igual que ciertas barras y adornado con demasiados tipos de plantas, Il Forno ocupa exactamente 301,5 metros cuadrados. Tienen 18 meseros, sin contar los cocineros y los cajeros. En una esquina se pueden ver hermosas rosas rojas, mientras que en el centro hay un pedestal con una maseta gigante llena de girasoles. Al otro lado se ven unos tulipanes de diferentes colores que se extienden en toda la línea. Y, al final, unos hermosos cuernos cuelgan del techo en las esquinas.
    —Mi padre es el dueño de la cadena —Dice Sofía, que se ha quedado a mi lado mientras veía el establecimiento. ¿Es el dueño de la cadena? Es increíble...
    —Es magnífico —digo—. Es realmente hermoso.
    Los padres ya están sentados en una mesa con todos los camareros. Nosotros nos sentamos en la esquina donde están las rosas rojas. Rodrigo nos ve sentados y nos manda un camarero. El joven no ronda los 23 años, tiene el pelo oculto con un gorro blanco (al igual que el delantal que lleva) y unos ojos café. Su composición es delgada y camina con decisión.
    —Mucho gusto señorita Sofía, es un placer verla sana —empieza el joven, que se llama Camilo—. Mucho gusto también al joven. ¿Desean algo de la carta o que los sorprenda el cocinero? Créanme que sorprende a quien sea con las maravillas que cocina. —Termina de hablar dándonos un guiño de ojos. Yo miro a Sofía que sonríe.
    —Dile a Gonzalo que nos dé lo que más me gusta. Y, por favor, dos coca-colas con limón.
    El camarero sonríe y se da la vuelta.
    —¡Y también dos vasos con hielo! —Grita ella, y el camarero se da la vuelta y alza sus pulgares en un gesto que significa que lo llevará lo más rápido que pueda.
    Nosotros hablamos un poco de mí, lo que más me gusta y lo que no. Mis autores y libros favoritos. Ella, al ver que nos quedamos sin conversación, toma su Iphone y conecta los audífonos. Cuando nos ponemos de a uno, ella coloca el primer álbum de Big Time Rush. Tararemos las canciones hasta que, pocos minutos después, llega el camarero con dos platos llenos de pastas.
    —Dos spaghuettis a la bolognesa con extra de salsa. —Nos coloca los platos en la mesa—. Y dos coca-colas con hielo y limón. —Coloca también los dos vasos y las respectivas botellas de coca-cola. Después se va.
    Para ser sincero, nunca comí nada más delicioso que esto. Cada bocado es como si probara algo hecho por un mismísimo ángel. Pocas cosas hay tan aprovechables como una buena comida...

A las 11:48 de la noche llegué a mi casa. Cansado, pero feliz. Quedé en verme con Sofía e ir al cine a las tres de la tarde. Me desvisto y me acuesto. En pocos minutos quedo dormido. En mis sueños... Está ella.


(1) Así se llamaba realmente Miguel Ángel.

(2) Esto, en la comunidad médica, se conoce como (Cualquier N).

(3) Esta sección y la anterior en cursiva son datos sacados de America Cancer Society.

Yo viviré en tiWhere stories live. Discover now