2

5 1 0
                                    

ANA

Recuerdo que, cuando abrí los ojos, todo era muy raro. No sabía dónde estaba y mucho menos el porqué. Era una habitación, exactamente un sótano. Solo estaba yo, sentada y amordazada en una silla de madera. Lo único que me acompañaba era el ventilador que pendía del techo y que hacía tanto ruido para que me doliese la cabeza.
    De un momento a otro, siento que la puerta se abre y que alguien baja. En ese momento no sabía qué había pasado, hasta que mi mente fue atando cabos. Recordaba el carro y, por último, recordaba que José me había puesto algo en la boca.
Cuando bajó, tenía tanto miedo que sentía que el cuerpo me temblaba tanto como el ventilador del techo. En su mano tenía un cuchillo. Yo quería gritar, pero la mordaza (que era alguna prenda de vestir vieja que sabía a flor de Miami), me impedía hacerlo.
    Él se acercó a mí, y yo no sé si por miedo o repugnancia quise escupirle, darle una patada en su miembro de procreación de bebés, y correr. Las manos las sentía muy entumecidas, y los pies igual; como si llevase horas en la misma posición. Al final, se sentó frente a mí en una silla que estaba detrás de. Para mi sorpresa, me quitó la prenda de vestir de la boca y aspiré aire como si no lo hubiese hecho desde el 2000.
    —Cuánto tiempo ha pasado, querida Ana...
    —Y ni con todo ese tiempo he podido olvidar tu maldita cara de murciélago —espeté.
    —Vaya —dice con voz indignada—, hemos empezado con insultos. ¿Por qué tan agresiva?
    —No lo sé, José. ¿Tal vez porque me has secuestrado y me tienes no sé dónde escondida?
    —Eso no es del todo cierto, Ana. Decidiste verte conmigo aquel día, ¿te acuerdas?
    —No. Porque me iba a ver con alguien que no tiene ni tu nombre, ni eres tú. De saber que lo eras me hubiese armado con ajos.
    —¿No lo entiendes, Ana? Todo esto que hago es por ti, por nosotros. ¿Te acuerdas cuando nos poníamos a imaginar nuestro futuro? Queríamos una cabaña, llena de gatos, de flores... Pues todo eso lo tenemos ahora, pero de manera literal. —Hizo una pausa que me invitaba a hablar, pero la rechacé de la misma forma como rechacé su intento de tener relaciones sexuales conmigo—. Estamos en una cabaña... Muy lejos de casa. Una cabaña abandonada por un amigo y su familia. Las llaves me las dio en persona para algo como esto. Han pasado dos semanas desde que te traje. Estamos muy lejos de la puerta, así que no pienses en escapar, que puede irte peor.
    Yo tenía miedo y no pude articular palabra. Después él toma el cuchillo y sonríe.
    —No sabes todo lo que he querido este momento...
    —Claro —dije yo—, te hacía falta ir detrás de alguna falda para sentirte hombre.
    —Te veo muy agresiva, Ana. ¿Qué te parece si tratamos eso un poco, eh? —Y se levanta para, luego, encaminarse a la puerta. Solo escuché sus pasos ascender los escalones y la puerta cerrándose. De un momento a otro sentí un olor a chicle en el aire. Un humo salía de un lado de las paredes a mi espalda y, después, un sueño me agarró como un perro a un ladrón: fuerte y con demasiada rapidez. En segundos me quedé dormida.

Cuando me desperté de nuevo me dolía demasiado la cabeza. En frente, había una bandeja con comida y, después, la puerta abriéndose. José bajó con una camisa que recordaba vérsela cuando éramos niños. Tenía también una bermuda, y unas gafas de montura negra con puntos blancos.
    —¿Tienes hambre, Ana? Tranquila, no cocino. Es algo que compré especialmente para ti. Sé cuánto te encanta la carne asada.
    —Claro —respondí—, en el 2006.
    —Te siento muy mayor, amiga. ¿Qué te cambió?
    —Es evidente que lo que no te ha cambiado.
    —Entiendo. ¿Sabes? En esa cárcel me sentí fatal. Pero hice muchos amigos. Traté de sobrevivir lo mejor que pude. Claro, después de la farsa que inventaste con tu padre de que te iba a violar...
    —Claro, lo que intentabas era jugar al parqués.
    —Pero no fue violación: era amor. ¿Sabes que el amor nos puede cambiar la vida?
    —¿Sabes que el amor propio hace lo mismo?
    —Ana, tengo amor propio, tanto para saber que no soy despreciable. Y para volver a buscarte para enamorarte de nuevo.
    —Ja, ja, ja. Ni en tus sueños más secos ni en los más húmedos, José. Volver contigo es como besar a un sapo sabiendo que no se convertirá en un príncipe: un desastre.
    —Eso quiere decir que al menos lo vas a intentar.
    —Primero muerta. —Respondí secamente.
    —Tú lo has dicho, Ana: tú lo has dicho.

Después de que José dijera aquello me daba comida que le escupía después de volverla papilla. Cuando se cerró la puerta hice todo lo posible para tener fuerzas. Sólo tenía un intento: debía aprovecharlo.

Al ser la silla de madera es bastante propenso que con un peso considerable se rompa, así que me abalancé hacia atrás y la silla se hizo añicos. Pero, claro, mis brazos se volvieron polvo y el dolor me atenazó por mucho tiempo. Lo bueno fue que, al estar amarraba mis manos con la silla, al romperse la presión del nudo se desvaneció y pude soltarme. Y así, sentada en el piso, me quité el nudo de los pies. Estaba libre. Pero cuando creí que todo iba a mejorar la puerta se abre y José baja corriendo. Nos encontramos frente a frente con el ventilador sonando al completar cada vuelta como único testigo de lo que iba a pasar. Venía con el mismo cuchillo.
    —No te irás, Ana. Perteneces acá, pertenecemos acá. Es nuestra casa. Nuestro hogar.
    —¡Lo que haces es una locura, José!
    —Claro: una locura por amor.
    —Sí, claro; entonces lo que yo haré será una locura por no poblar más la tierra.
    Él ladeó la cabeza, sin entender.
    —¿Qué?
    —Esto. —Me abalanzo hacia él con la rapidez de un corredor de olimpiadas y le encajo un buen golpe en su zona que no sé si volverá a funcionar por meses, pero que de hijos se podría quedar soñando, como todos con una Medellín sin contaminación.
    —¡Ahhgg! —Grita y se cubre la zona mientras cae de rodillas y suelta el cuchillo. Yo corro hacia la puerta, directamente a mi libertad.

Al salir me sorprendí. Estaba en un lugar arbolado: un bosque. A todos los lados donde miraba había árboles. La noche era cerrada y presagiaba lluvia. Al mirar a la derecha, vi que en una pequeña ventana en el suelo se encontraba la sombra de un ventilador. Allí me tenía. Y, un poco más al fondo una máquina de humo. Me acerco a ella y siento el mismo olor a chicle. No sé lo que sea, pero lo enciendo y el humo cruza un tubo de plástico que desaparece en la pared, mientras en el interior del sótano se ve demasiado humo saliendo hasta de la pequeña ventana. Espero sea bastante para dormirlo por mucho tiempo.
    Al final salí corriendo hacia no sé qué punto cardinal. Solo sabía que debía correr por mi vida, por mis sueños... Por mi libertad.

Yo viviré en tiWhere stories live. Discover now