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Corrimos como locos a una dirección desconocida. La hermana gemela de Sofía ha sido asesinada. Camilo corre a nuestro lado, con lágrimas en los por perder a su novia.
    Maldice por lo bajo y descansamos después de correr por once minutos. La noche descarga su lluvia y la ropa nos hace de segunda piel. Camilo se dirige a un muro y le golpea fuerte con la mano derecha, gotas de lluvia salen de su puño y caen como si del cielo se tratasen de nuevo al suelo. Diez golpes más hasta que vamos y le tranquilizamos.
    —Vamos, Camilo. Basta, la pared no tiene la culpa de nada. Corramos antes de que el asesino nos encuentre a nosotros y...
    —¡Maldita sea! —Me corta él—. ¡Debí detenerlo, maldita sea! ¡Vida hijuepu...!
    —Espera, espera: ¿qué has dicho? —pregunté.
    —Yo... Le vi... Vi cuando... Oh, dios. ¡No pude detenerle! ¡Juro que no pude! ¡Ahora está... está... mu-muerta! ¡Por dios...!
    Y más golpes al muro. Sirenas más suenan en las calles más abajo. Seguro de ambulancia o patrullas. Seguimos hacia adelante, directo a la fiscalía. Tenemos un testigo.

En una cabina y con una mesa de metal en el centro, acompañado de dos sillas de metal, se encuentran Camilo y el Coronel. Nosotros le vemos desde la parte trasera de un vidrío, donde por dentro es invisible a la vista de este lado. La conversación, en cambio, es tan nítida que parece que las paredes no existen... Habla Jorge Rodríguez:
    —¿Dices que há vito al asesino? ¿Qué apecto tenía? Nos sería de muchísima ayuda.
    —Era —el sudor se le veía en la frente, empapando su ropaje—... Peli corto, la piel trigueña. Alto, un poco más que yo. No sé el resto, ya que le vi de espaldas. Lo siento...
    Silencio. El coronel sale de la estancia y nos mira, nos llama y le seguimos a otra sala. Esta está amoblada, paredes grises y una lámpara en un escritorio. Una estantería nos mira desde una esquina, con cientos de ejemplares en ellas. Alcanzo a ver uno de Alejandro Dumas y de Virgilio.
    —¡Cómo tengo que hacer para que cumplas mis órdenes! ¡Les mandé a decir que no salieran demasiado! ¡Miren lo que han lograo!
    Y golpea el escritorio. Un golpe fuerte: le hace temblar. Nosotros callamos y miramos el piso. Apenados, tristes y hasta decepcionados de nosotros mismos... Por una desobediencia la asesinada en este caso ha sido otra familiar. ¿Dónde terminará esto? Esperamos que no sea en más tragedia, hasta que el coronel recibe una llamada y ésta nos saca de nuestros pensamientos.
    —Sí —empieza a decir—. Vaya, gracias a dio. Sí. Ya vamos para allá. Sí, están conmigo.
Cuelga.
    —Vamos. Mauricio, Sofía: Tatiana ha despertado.

Yo viviré en tiWhere stories live. Discover now