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Una vez, hace algunos años, oí decir a un compañero del colegio algo que me ha perseguido desde esos días como espía encubierto. Unas palabras tan sabias como filosofas, y no solo eso; tan reales como yo, como tú, o como la chica que me toma de la mano mientras nos sostenemos de los tubos para no irnos de cara a abrazar el piso. Esas palabras, tan mágicas como una noche estrellada o como una Medellín sin contaminación (que esto ni con magia se logra), me han hecho retractarme de cada maldita palabra que pensado sobre la felicidad:
    —La felicidad no llega cuando conseguimos lo que deseamos, sino cuando disfrutamos cada día de lo que tenemos...
    Ese día todos aplaudimos su conocimiento. Al salir, unas le saludaron, otros le dijeron güevón y otros, como yo, le dimos un calvazo. Vamos a ser realistas, la reflexión estaba bien, pero no cuando viene de alguien que se mantiene más deprimido que pobre sin dientes con que mascar la comida.
    —Ya hemos llegado —dice Sofi, zafándose de mi mano mientras se dirige a la puerta. Yo siento la mano tan solitaria como mi vida hace pocos meses, tan fría como la tarde y tan húmeda como los sueños de mi antiguo profesor de matemáticas mirando cómo una compañera su subía la falda escolar hasta mucho más arriba de las rodillas. Qué tipo...
    Nos bajamos del vagón y salimos del metro. Fuera, unas gotas de lluvia arrecian y nosotros corremos a tomar un taxi.


El centro comercial Unicentro se encuentra en la Carrera 66 B #34 A-76, enfrente del campus de la universidad Pontificia Bolivariana. Se inauguró en el 1991, donde estuvo presente hasta el entonces presidente César Gaviria Trujillo, en compañía de muchas personas de más relevancia. Al día siguiente de la inauguración, es decir 7 de noviembre, inició su servicio al público. Consta de un bloque con tres pisos y cinco salas de cine. Tiene alrededor de 264 establecimientos en funcionamiento, donde, claramente, se suma otro local de Il Forno. Su entrada es con forma de casa dibujaba por un niño de primaria. Dos columnas blancas de gran tamaño están a los lados, donde, centrándose al lado de la abertura, se pueden ver triángulos de colores de piso a techo. Encima, un techo de vidrio para evitar el agua y poder guarecerse parece hecho a medias. A sus lados, dos gruesos bloques largos donde, en sus partes superiores, se pueden ver los logotipos del centro, mientras que en la parte baja del bloque derecho se puede leer:

UNICENTRO

La entrada se divide en dos, la parte superior es la que consta del segundo piso. Donde se ven unas sillas que, con toda seguridad, pertenece a un restaurante. En el medio de la división se puede leer:

PUERTA SAN JOAQUÍN

Nosotros nos bajamos del taxi y nos adentramos en el centro comercial. He venido muchas veces acá, ya que mis abuelos viven muy cerca. Me conozco este centro de cabo a rabo. Aunque solo lo que me interesa. Es decir, las dos librerías que contiene. En el primer piso, El resplando y en el segundo la Librería Nacional. Nosotros avanzamos un poco y subimos las escaleras hacia el segundo piso, donde nada más terminar encontramos mi segundo lugar favorito después de las librerías: la tienda de musical Cedar. Pero no paramos allí, seguimos caminando de lado izquierdo y me doy cuenta que las sillas que se veían de fuera son las que le pertenecen a el segundo Il Forno que veo en mi vida.*
    Nos sentamos y nos disponemos a pedir. Un camarero de nombre Óscar, con porte atlético a pesar de rondar ya los casi cuarenta, y unas cejas tan gruesas como las mías se nos acerca. Curiosamente, y sé que sin querer, al fondo se ve a Camilo atendiendo.
    —Hola, señorita Sofía, espero tenga un buen días —dice él. Su voz parece la de un locutor: demasiado gruesa y bastante afinada, lo que me hace pensar que será músico en sus tiempos libres—. ¿Qué desean?
    —Que sea sorpresa, por favor. —Dice Sofi, y Óscar asiente mientras se da media vuelta. Cuando ya dio unos pasos, Sofía le grita—: ¡¿Ha venido mi madre hoy!?
    —No señora —dice él mientras camina hacia nosotros de nuevo—, pero si gusta, cuando venga, le puedo decir que ha estado usted aquí, gratificando este día con su presencia. —Y, cuando ella niega, él se va.
    Camilo nos mira de reojo, lo cual me da algo de escalofríos. Miro a Sofi y creo que también se percata de aquello. Al final, pregunto:
    —¿Nunca te has peliado con Camilo?
    —Nunca. Siempre nos llevamos bien. Pero no voy a negar que lo veo bastante cambiado. Como más grotesco. Seguro aún le afecta la muerte de mi padre. Lo cual es lógico. Él le dio una nueva vida...
    —¿Una nueva vida? ¿A qué te refieres?
    Mi interés aumenta por saber más de él.
    —Creo que una vez mi padre, hace unos meses, me dijo que él viene de una familia pobre. Lo vio un día buscando trabajo y nadie quería dárselo. Y mi padre, ángel de la guarda de cualquiera que necesitase algo, porque eso sí tiene él, que siempre fue buena persona para con los que vivían en la calle, le dio uno en la cadena. Después no recuerdo que más me ha dicho.
    —Interesante... —Digo yo como toda respuesta.
    —Bueno, ahí viene nuestra comida.
    Después de comer y de mirar de reojo a Camilo, nos ponemos a hablar y esperamos que llegue Ana.


*Esta parte es ficción, ya que este centro comercial no cuenta con dicho restaurante. 

Yo viviré en tiWhere stories live. Discover now