Capítulo 50

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Encendió el cigarrillo y lo llevó a su boca, analizando despreocupadamente una fotografía que llevaba en el bolsillo de la chaqueta frente a un edificio de casi 14 pisos. El hombre castaño que acababa de descender de un Koenigsegg CCXR Trevita. De nada menos  4,8 millones de dólares según lo estimaba, pues Mario al ser aficionado a coleccionar autitos de lujo a escala sabía de modelos y de historia de éstos. Y precisamente éste era un modelo de auto del que sólo se han producido dos unidades en el mundo. Lo cual permitía adivinar que Leticia sólo se movía en entre piernas lujosas y ese hombre castaño que desvergonzadamente le había agarrado el culo bajo su minifalda en plena vía pública no era alguien cualquiera. Y eso le llamó mucho la atención.

Mario llevaba algunos días tratando de seguir a Leticia como loco, y sólo había podido averiguar que ya no se quedaba en su mansión se trasladaba de el juzgado a direcciones alejadas, pero nunca las mismas, y en esas direcciones siempre llegaba finamente ataviada, con escotes pronunciados que no dejaban mucho a la imaginación cuando ingresaba, pero salía algunas veces con el peinado deshecho o con la ropa hecha jirones, rápidamente a su auto y salía muy aprisa. Lo curioso es que siempre en estas últimas dos semanas las visitas eran siempre después de visitar el juzgado, no antes. Debido a ello Mario presumía que Leticia se había dedicado al oficio más viejo del mundo. Pero desconocía las circunstancias, incluso algunas veces la había observado caminar en lugares un tanto extraños que no coincidían con las fotografías de los tipos que se creía estaban implicados en el asunto del juez.

Casi ya no paraba por el bufete, y de aspirante a aprendiz de abogado parecía más bien aspirante a detective privado o a agente secreto. En su afán de colaborar con Albert como secretamente habían pactado para no levantar más revuelos. Mario andaba estas últimas dos semanas detrás de taxis, en bicicleta o como transeúnte casual.  Y hasta el momento tenía una libreta con direcciones diferentes que sospechaba servirían de conexión a algo, pues luego de ir al poder judicial diariamente a dejar correspondencia para no levantar sospechas de su presencia, podía quedarse a husmear sigilosamente. Por ello sabía que en el poder judicial habían dos únicas oficinas en donde siempre ingresaba Leticia; una era la del juez y la otra la de el fiscal supremo. Ambos hombres de máxima jerarquía en el poder judicial. Hombres de temer si es que ellos eran el enemigo de Albert. 

Leticia ingresaba alternadamente a ambas oficinas. Mario no podía acercarse hasta allí, pues no tenía cómo hacerlo con una excusa válida, pero desde una salita de espera con paredes de vidrio de su ubicación podía ver a Leticia salir siempre de cualquiera de esas dos oficinas en fachas, casi podía decir que ella llegaba a hacerles favores sexuales a esos dos hombres. 

—Raro, rarísimo, pensaba Mario.

—...Mmmm Y lo curioso de todo es que de cualquiera de las oficinas salía  con un sobre en mano... y luego a su vehículo y de allí directo al baño de un mall o de un centro comercial para luego salir vestida provocativamente con rumbo a algún lugar en el que no estaba más de una hora. Sin duda todos esos eran hombres poderosos, que podrían tener a su disposición a cuántas mujeres quisiesen. ¿Pero por qué precisamente Leticia? —Pensaba Mario. Leticia es hermosa, pero...  ¿prostituta?

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—Albert necesitamos saber hacia dónde nos dirigimos,  hace rato que estamos dando la vuelta por estas calles. ¿No crees que es mejor hacerlo en auto?

—No, y ¡cállate! estoy pensando.

—Vaya, vaya, parece que volvió el gruñón de antaño. Mmmm si te vas a poner así de gruñón te prefiero enamorado, al menos así estúpido no jodes. —Comentaba casual Silvio caminando con las manos enterradas en los bolsillos de su pantalón.

A FAVOR DEL AMORDonde viven las historias. Descúbrelo ahora