Capítulo 61

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Ellen ingresaba despacio hacia el lado donde yacía Albert, verlo en las condiciones en las que lo encontró le hacían sentirla muy culpable de no haber escuchado a su corazón, él le había dicho en más de una ocasión que los ojos de Albert seguían teniendo ese brillo que sólo da el amor puro y verdadero... Y ahora verlo sumido en un sueño ininterrumpido que da el coma, no lo podía soportar. De un momento a otro se dejó invadir por la tristeza. 

Y la culpa de la que Silvio le habló, tomó protagonismo, llenando de melancolía su alma. Y no pudo hacer nada para remediar la situación por más que lo pensó. Ya las cosas que se habían dicho, pero sobretodo; las que ella le había dicho a Albert, de pronto cobraban vida propia y la herían construyendo escenarios de momentos pasados. Cual dardos ponzoñosos que ella le lanzó esa mañana llegaban uno a uno los recuerdos de un Albert envuelto en lágrimas, con una mirada de penitente que irradiaba toda la habitación de ese hálito majestuoso que solo clamaba por su amor.

—¿Qué he hecho? Amor, espero que puedas oírme, necesito de ti, y de tu perdón para poder seguir viviendo.

—¡Bien lo decía Silvio, la verdad caerá por su propio peso y ella esperaba estar en el lugar de ese hombre maravilloso que sólo se apartó por su seguridad y porque la amaba por sobre todas las cosas.

—Hasta respirar dolía pues ella sabía muy bien que un coma conducía hacía dos cosas, un despertar o la muerte en sí misma. Y a considerar por la magnitud de sus moretones; saber de la fractura de sus dos costillas, ceja rota, pierna con herida de bala y la cabeza rota la hacía sentirse culpable por pensarse responsable de haberlo arrojado precisamente ese mismo día al mismo infierno, ése en el que Albert se debatió sabe dios con quien o quienes.

Algunos días después; Ellen seguía pendiente por las mañanas de sus pequeños y se pasaba la mayor parte de la tarde con Albert, le conversaba su día, tomándole la mano, como si con ello pudiera conectarle e inyectarle vigor y tibieza a la fría mano de Albert. Acariciaba sus dedos y frotaba su brazo cuidando de no mover la vía intravenosa. Lo aseaba ni bien llegaba. Andaba pendiente de cada momento. Aprendió en esa semana a ver las señales que se registraban en el aparato que mantenía a Albert conectado a una máquina.

—Buenas tardes señora, ¿cómo le va? —Comenta el médico de guardia ingresando a ver la situación de Albert.

—Le aviso que según los monitoreos del paciente ya le estaremos retirando estos cables, solo le dejaremos una vía para seguir suministrándole los antibióticos y suero.

—Pero doctor, aún es muy pronto, mi marido aún no ha despertado, a lo mejor eso podría ser perjudicial.

—Entiendo su preocupación, es natural que piense eso; pero sucede que el joven ya está estable la inflamación cede de a pocos. Sólo nos resta esperar que la naturaleza haga su magia. Además no tiene que preocuparse mucho, su marido es un hombre joven y muy fuerte. Saldrá bien librado de todo esto. Tenga paciencia.

—La tengo doctor, pero me preocupa su respiración y ¿si luego tiene problemas para respirar? 

—No la tendrá señora, confíe en nuestra decisión el cuerpo de su marido debe de volver a su ritmo, las horas críticas ya pasaron, él poco a poco podrá ir sanando sus heridas. La más peligrosa fue la contusión fuerte que tuvo en la cabeza. Pero debido a que la herida fue abierta evito la formación de coágulos molestos, y esto, aunque no lo crea es bueno. Y bien la dejo, que esté bien.

—Gracias doctor, disculpe ¿Podría darme su nombre?

—¿Mi nombre? dice

—¡Sí!

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