46.- Me Equivoqué.

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"Confundí costumbre con amor, disfrazando esos errores que ahora cambian de color"

Quizás esos momentos de amor habían sido demasiado buenos en un principio, tanto que luego de un tiempo intentaran simular esa misma perfección y solo pudieron terminar en desastre. Quizás esos momentos lindos las sedaron de tan manera que cuando quisieron darse cuenta de todo lo que estaba pasando, ellas solo se encontraron con la costumbre de tenerse al lado en vez de encontrarse con el amor que tanto decían profesarse.

Ellas se conocieron en un extraño momento, en el que en realidad las coincidencias parecían ser algo irrisorio, incluso pauteado. El que la pelirroja se encontrase justo en el camino de esa despistada castaña que derramó un poco de su café sobre su blusa favorita. El que ellas no se pudieran separar desde ese entonces y que cada vez que se encontraban de frente una sonrisa torpe aparecía en sus rostros.

—¡Cami! — Llamó la castaña corriendo a todo lo que sus piernas daban. — ¡Cami, espera! — Volvió a llamar a la chica, haciendo esfuerzos sobre humanos para que la gente no se interpusiera en su camino. — ¡Camila Esguerra! — Gritó por fin un poco más cerca de su objetivo, logrando por fin llamar la atención de la chica que deambulaba.

La pelirroja sonrió con dulzura. — ¡Nati, perdón no te había escuchado! — Respondió mientras tomaba su botella de agua para ofrecerle un poco. — Vienes muy rojita. — Acarició su mejilla.

—Te vengo siguiendo desde el tercer piso. —Suspiró mientras recargaba sus manos en las rodillas para descansar un poco. — Pero, las personas parecían cruzarse frente a mi y no me dejaban pasar.

—Lo siento. — Jadeó con auténtico pesar.

Con cuidado envolvió el cuerpo de la castaña en un abrazo reconfortante, comenzando a repartir suaves besos por las mejillas de la chica.

Lo cierto es que todavía no eran nada, ellas simplemente eran esas chicas que se adoraban, que se seguían mirando con ese innegable deseo de dar un paso más, pero, pese a todo el cariño había algo que no les permitía soltar eso que era obvio para todos, menos para ellas.

—¿Por qué me buscabas con tanta desesperación? — Pregunto en un leve susurro.

—Ya aprendí a jugar. — Respondió la castaña con esa voz de niña emocionada por enseñar su proeza. — Y también sé revolver las cartas.

Camila no pudo evitar soltar una risa por la ternura que le provocaba; no sabía si era la carita sonrojada o los ojitos brillantes de emoción lo que le causaba esas ganas casi incontenibles de abrazarla hasta que la respiración se le cortara.

La naturaleza de la emoción de la castaña radicaba en el simple hecho de que la pelirroja había intentado por semanas enseñarla a jugar carioca, no obstante, las cartas parecían renegarse a estar entre los dedos de Natalia, finalmente terminaban por ceder a las lecciones porque la pelirroja terminaba estresada y la castaña a punto de romper a llorar.

—¿De verdad? — Preguntó sorprendida. — A ver, enseñarme.

—Acá no. — Cortó de inmediato. — Vamos a mi casa, ahí jugamos con calma, mis padres no están.

—Okay, acepto, pero me debes tener algo para comer porque he estado toda la mañana en clases y ya tengo hambre. — Luego un pequeño chispazo de picardía le dio la valentía que le había temblado durante meses. — Pero la que gana tiene el derecho a pedir lo que quiera de la otra.

—Está bien. — Nuevamente Natalia había adoptado ese tono de voz emocionado que tanto conmovía a Camila. — Vamos.

Sin permiso la castaña cogió la mano de la pelirroja en esa emoción naciente en su pecho que le hacía actuar más rápido que su pensamiento. Camila no se quejó, Natalia nunca se dio cuenta. Solo se encaminaron hacia la casa de la castaña, no sin antes comprar algo realmente grasoso y delicioso para mejorar aún más su tarde, una pizza.

One Shots (Ventino)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora