44.- La casa de las flores.

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Makis no recordaba cuanto tiempo había estado inmersa en ese tipo de ambiente, muchas veces incluso olvidaba que en algunas ocasiones ella debía identificarse como Rosa y no como Makis, ella simplemente debía decir que era la Rosa, vestirse bonita y atender a los hombres que venían a las subasta de flores.

Para contextualizar un poco, Makis se encontraba dentro de la casa de las flores, estaba allí desde loa 9 años, cuando la robaron de dentro de un cumpleaños infantil de algún amiguito que ya no recordaba el nombre; la había llevado directo a esa casa donde la habían juntado a unas cuantas niñas más, ese día le dijeron que su nombre sería Rosa de ahora en adelante, y luego le presentaron a sus compañeras de habitación, Girasol, que era una chica pelirroja muy blanca que parecía incluso traslucida, con tristes ojos color dorado, y Orquídea, una chica de piel tostada, cabellos castaños y brillantes ojos marrones, ambas tenían 10 años. Los verdaderos nombres de esas chicas eran Juliana y Camila, ambas llegaron hasta esa situación en circunstancias similares, y finalmente las tres se convirtieron en las mejores amigas del mundo.

—Pequeña. — Llamó Juliana al entrar a la habitación. — Adivina. — Lanzó el muchacho.

—¿Te dieron un regalo de cumpleaños? — Preguntó mientras bajaba el libro, de inmediato se arrepintió cuando los ojos de Juliana se entristecieron. — Fue un mal chiste, lo siento.

—No importa, todas sabemos que eso nos espera. — Respondió con cierta nostalgia en la voz. — Pero venía a darte una noticia importante.

—¿Qué pasó?

Juliana sacó una pequeña libreta en la que anotaba todo. — Hoy nos regalarán una salida al centro comercial. — Comenzó a repasar los puntos escritos en la hoja. — Iras tú, Camila, Macarena y yo.

—¿Y por qué razón? — Preguntó con cierta desconfianza. — ¿Qué pasa Juliana?

El rostro de la muchacha cambió de inmediato, comenzando a morder su labio con nerviosismo. — Vendrá una importante empresaria y quieren que todas nosotras los atendamos. —La chica sintió la necesidad de bajar la cabeza al tener los ojos de Makis sobre su cabeza. — Y puede que en ese evento, Camila y yo entremos en subasta.

—¡¿Qué?!

La chica hizo un ademan de abrazo sobre el cuerpo de la pequeña. — Sabes que ya cumplimos 18 años, y eso significa que somos subastables, el hada madrina no nos mantiene por más de 18 años antes de vernos.

—No quiero separarme de ustedes. — Lloriqueó la pequeña, intentando asimilar el hecho de que probablemente se separara de sus mejores amigas. —No puedes estar feliz porque nos separaran Juli, debiste advertirme que esta sería una noticia horrible. — Volvió a sollozar.

—Pequeña. — La morena la apretujó contra su cuerpo. —Eso es algo que era inevitable, sabes que nos venderían al fin y al cabo, pero por lo menos me regalaron una última oportunidad para poder tener un día normal con las únicas personas que han hecho este infierno más llevadero.

Camila entró a la habitación con una sonrisa en los labios. — Muy bien chicas, hora de irnos. — Sus ojos dieron de lleno con el puchero presente en el rostro de la pequeña. — Por favor princesa, no llores, sabes que esto pasaría, por lo menos regálanos un último día feliz, por favor.

—Está bien. — Lanzó con cierta desesperanza. — Solo lo haré por ustedes. — Y como si de un bebé se tratase, ella se lanzó entre los brazos de sus mejores amigas, dejándose envolver por la calidez de ese abrazo familiar, el único que la pelinegra había experimentado en los últimos 8 años.

Las chicas comenzaron a arreglarse en silencio. No había muchas cosas que les doliera, no después de ver como sus identidades era robadas y sus nombres remplazados por el de flores, no cuando habían visto irse a muchas de las niñas a las que habían llegado con ellas, no cuando tenían que ser victimas de manoseos y de agresiones porque los pervertidos se sentían en derecho de tocarlas solo por ir a las subasta de la casa de las flores. No obstante, el sentimiento de verse separadas luego de años siendo completamente inseparables casi parecía una tortura, incluso les hacía sentir completamente impotentes, se sentían como huéspedes en su propio cuerpo, visitas en sus propias vidas.

One Shots (Ventino)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora