40.- El cielo de los perros.

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¿Qué haces cuando la persona que amas está destinada a morir? Se supone que cuando llevas una vida al lado de esa persona, solo te quedas a su lado hasta esperar que su llama se apague, pero, cuando son jóvenes y tienen la oportunidad de correr los más lejos posible, la tomas y proteges tu corazón de ese inigualable dolor de verla escurrirse entre sus dedos. Eso mismo había pasado con Natalia, o por lo menos, eso fue lo que todos pensaron cuando la vieron salir corriendo de la casa de su chica apenas el doctor había dicho que esa joven se enfrentaba a sus últimas horas aferradas a la vida, que definitivamente había agotado todas sus fuerzas de luchar.

—¿Creen que vuelva? — Preguntó su madre con la voz quebrada, pues ver a su hija a punto de perecer, no era algo que estaba en sus planes, era algo casi antinatural.

—No lo creo. — Dijo su mejor amiga, aferrándose a la mano fría de la muchacha con fuerza, y quizás, con algo de rabia. — Ella huyó para resguardar su corazón, o por lo menos eso quiero creer; esto fue mucho para ella y terminó por espantarla.

—Natalia no es así. — Defendió Juliana. — Ella la ama, y todas lo sabemos, tiene que haber alguna explicación del porqué no está aquí.

—Tu misma lo dijiste. — Gruñó entre dientes la rubia, dejando que la rabia la invadiera por primera vez en la jornada. — Ella debería estar aquí si dice amarla tanto.

—Olga. — Suplicó de manera débil Camila, intentando que una pelea idiota lograra quebrarlas un poco más de lo que ya estaban. — Por favor, para, ninguna está bien con esto.

—¡Ella debería estar acá! — Sollozó Olga con rabia mientras su mano se apretaba contra la de Makis, quizás haciendo un intento ingenuo de traspasarle vitalidad, esa que sabía perdida desde hace algún tiempo, cuando todo esto empezó.

—Y aquí estoy.

Natalia Afanador hacía su entrada triunfal en la habitación de Makis, con un saco tres veces más ancho que su cuerpo, pero que hace un mes atrás le quedaba a la perfección, evidenciando el desgaste físico que había supuesto ese proceso en ella, proceso del que nadie se enteró a fin de cuentas, con los ojos hinchados de tanto llorar, con la nariz roja, y sin darse cuenta, con un excesivo temblor que no se podía decir si era de frío, de rabia o de miedo. Ella cogió su mano izquierda con delicadeza, casi como si fuese un delicado cristal que al más mínimo suspiro se rompería, y, con la misma delicadeza acercó sus labios y besó el anillo que posaba en su dedo anular, esa promesa tácita de que esto iba más allá de esta vida.

—¿Me pueden dejar sola con ella un momento? — Su mirada no se levantó de ese pequeño anillo, pero sentía que el resto de las miradas estaban puestas sobre su cabeza. — Por favor, es importante.

Olga se acercó y besó con ternura la frente caliente de Makis, acción que imitó Camila, Juliana, e incluso, su propia madre, quienes cerraron la puerta desde fuera, esperando a que la muchacha pudiera tener ese minuto de tranquilidad para sacar todo lo que atormentaba su corazón, el que estaba siendo estrujado despiadadamente cada vez que el monitor llegaba al pik y volvía a bajar.

Natalia volvió a tomar su mano, pegándola a sus labios con ternura a la pálida piel por la poca sangre que circulaba en su organismo, y sin querer, esos pequeños lagos que se habían formado tras sus pestañas ya se habían desbordado, dejando caer esa cálida agua sobre la mano de Makis, es una pequeña esperanza de que el calor llegara a sus venas e hiciera correr con rapidez ese espeso líquido que aseguraba que la pequeña siguiera con vida.

—Nunca, en todo este tiempo te había dicho lo mucho que te amo. — Sollozó con fuerza. — Siempre estaba mirándote de lejos, esperando a que tus ojitos chocaran con los míos para sentirme en paz, y cuando por fin decido besarte, te me vuelves a escapar, — su mano arrancó furiosa las lágrimas que cubrían sus ojos. — Solo llevaba semanas de besarte, y tenía miedo de que si te decía que te amaba, huirías de mí, es por eso por lo que solo decía que te quería, porque sabía que era una forma discreta de tenerte, de dar amor, pero no fue suficiente, no para mí. — Casi de manera automática, su cuerpo escaló hasta que sus bocas apenas se tocaban. — No quiero dejarte ir cuando aún no te he dicho lo mucho que te amo, cuando aún no hemos caminado por las calles de la mano, no quiero dejarte ir porque siento que te he amado más en silencio que de lo que te he podido amar en voz alta, y aunque suene egoísta, Makis, yo no quiero dejarte ir, no quiero aceptar que la última palabra del doctor es que te estás enfrentando a tus últimas horas de vida, cuando la verdad es que tienes mucho por vivir; tenemos mucho por vivir mi pequeña de ojos chocolate, así que te ruego, te ruego que no me dejes. — Sollozó con fuerza antes de bajar sus labios con delicadeza y tomar los de Makis en un delicado beso que no dejó de ser lleno de ternura, un detonante del desastre.

One Shots (Ventino)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora