45.- Pacto de Sangre.

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¿Cómo habían llegado a esto? ¿Cómo habían llegado al punto en que ya no hay retorno? ¿En qué momento se habían perdido tanto? ¿Por qué tenían que terminar las cosas así? ¿Por qué si les había costado tanto encontrarse ahora se soltaban de manera irreparable?

Todo empezó casi un año antes, cuando se encontraron en los gélidos pasillos del hospital central de la ciudad, cada una por un motivo diferente; la mayor, estaba enferma y cansada, completamente rendida a lo que le pudiera depara la vida, incluso rendida a lo que le pudiera deparar la mente. La otra era una chica vivaz, demasiado alegre incluso para ser verdad, una chica que usaba mangas largas y diferentes mascaras para no tener que demostrar que se estaba cayendo a pedazos, hasta que se cansó, simplemente, dejó de luchar, y con un pequeño salto se dejó ir al vacío.

—Vaya, despertó el pajarito.

La morena se removía increíblemente inquieta y adolorida, esperando poder ver quien le hablaba, pero solo se encontró con un horrible dolor generalizado de su cuerpo, y con unas piernas que colgaban despreocupadamente del borde de la cama contigua.

—¿Quién demonios eres como para hablarme así? — Gruñó de mala gana.

Las piernas salieron del campo de visión, y pronto apareció una chica pálida, cabello largo y un poco ondulado, labios carnosos, ojos grandes y rostro salpicado con pequeñas pecas.

—Perdón, soy una mal educada. — Extendió su mano conectada a una intravenosa. — Mi nombre es Natalia Afanador. — Como pudo la morena aceptó el saludo. — Y perdón si te molestó lo que dije, pero es que llevas 2 días dormida, no pensé que despertarías tan pronto.

—Juliana Pérez. — Respondió de manera dudosa. — ¿Dónde demonios estoy?

—Estás en el hospital central, llegaste hace dos días. — Explicó con paciencia Natalia, pero al percatarse de que la muchacha seguía haciendo caras de no comprender, siguió su explicación. — Los doctores decían algo de qué te salvaste de milagro, que una caída de esa altura no la cuenta cualquiera, y sobre todo que salieras solo con unos huesos rotos.

—¡Maldita sea! — Bramó la chica.

La castaña le miró con desconcierto. — ¿Pero qué te pasa? ¿No estás feliz de estar viva después de tu accidente?

—¡No! — Bramó con rabia. — ¡¿Qué eres tonta o qué?!

—¡Hey, yo no te he hecho nada! ¡No es culpa mía de que te cayeras!

Juliana le miro con rabia, como si de verdad tuviera la culpa. — ¡Que no me caí pedazo de burra! — Bramó iracunda. — Salté de ese maldito edificio, pero ni la muerte quiere jugar a mi favor.

—¿Saltaste?

—Si, salté.

Natalia arrugó su frente en notable confusión; no comprendía las razones verdaderas por la que alguien quisiera saltar, no entendía cómo alguien no pudiese querer su vida cuando ella lo único que quería era vivir más de lo que se le había permitido en sus cortos 17 años.

—¿Por qué harías eso? — Preguntó aun intentando comprender las razones de la morena. — ¿Por qué intentarías quitarte la vida? Estás sana, he visto a tu hermana viniendo a verte, también a tus amigas, si estás acá es porque tienes dinero, no comprendo.

Juliana no entendía por qué la chica le miraba con tanto dolor, tampoco comprendía las razones por las que ella se atrevía a hablarle como si estuviera completamente loca, así que solo optó por exponerle sus razones de manera clara y precisa.

—Porque ya no quiero vivir, simplemente no quiero estar en medio de las peleas de mis padres, estoy harta de ser el saco de boxeo de mis compañeros porque soy lesbiana, estoy harta de vivir con miedo de que mi hermana o mis amigas me repudien. — Un sollozo se escapó sin siquiera proponérselo. — Estoy harta de todo esto.

One Shots (Ventino)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora