La humanidad no está capacitada para resistir la monotonía de la paz
Fedor Dostoievski
Uno de los instintos más primitivos del hombre que gobierna su naturaleza desde que apareció sobre la faz del planeta es su violencia y la ira incontenible con la que trata de aniquilar a sus semejantes. El instinto feroz que nos incita a la lucha para la defensa o conquista de un territorio, la ambición de riqueza o el ser dignos del amor de una gran mujer lo llevamos arraigado desde antes de nacer. Ahora bien, tampoco hay un consenso respecto a si nuestra agresividad reside en un gen heredado de nuestros ancestros que modela nuestra personalidad o el ambiente que nos rodea juega un papel determinante en las conductas destructivas con las que manifestamos nuestro odio. Dos obras clásicas, "El señor de las moscas" de William Golding y "El corazón de las tinieblas" de Joseph Conrad tratan sobre la naturaleza violenta y la tendencia del ser humano a desarrollar su agresividad como instrumento de supervivencia. Quizá la virtud esté en un término medio y ambos factores influyan, si bien en una proporción diferente según las circunstancias de cada individuo.
La pugna por la supremacía se plasmó desde tiempos inmemoriales en grandes conflictos bélicos liderados por héroes que ambicionaban poder y gloria. Su mando era impuesto con sangre y sus órdenes cumplidas a rajatabla. El que desobedecía era ajusticiado al alba, sin piedad ni compasión. La guerra surge de la furia y de una inquina emponzoñada. Cuando la rabia está contenida en el pecho de un gobernante con carisma que, por cualquier estúpido capricho, es capaz de liderar a multitudes dispuestas a empuñar las armas la mecha prende enseguida. Los estrategas son listos como ardillas pero cobardes como un rebaño de ovejas acosadas por un lobo. Se mantinen lejos del campo de batalla para no exponerse a salir heridos. El rojo emblema del valor lo poseerán hombres anónimos que saldrán a luchar y a morir por su patria. En un conflicto nunca hay vencedores ni vencidos, pues todos se ven perjudicados, incluidas cosas intangibles que no tienen precio, como la alegría de volver a casa a intentar iniciar una nueva vida arrastrando un trauma psicológico difícil de superar. Lo que se deja atrás es la ruina más humillante, un paisaje impregnado de una terrible desolación donde reina el caos. Campos de dolor llenos de cuerpos de hombres sin vida, como ramos de flores mustias en un cementerio abandonado.
Las minas antipersona son el legado mortífero que queda tras el combate. Millones de ellas sembradas bajo una fina capa de tierra esconden un mecanismo de detonación fulminante como un rayo. Poner un pie sobre una de estas asesinas de metal provoca una mutilación de algún miembro corporal. El rostro de la víctima aparecerá surcado por arrugas que evidenciarán el dolor causado. Con suerte en el futuro podrá apoyar su maltrecho cuerpo en una prótesis ergonómica, pero eso poco consuelo aporta. Por fortuna, hay un tratado que evita la fabricación de estos dispositivos y se destinan muchos recursos a desactivarlos, pero el proceso es lento y costoso. La concentración de los técnicos encargados de esta misión es tan alta que sólo pueden dedicarse a ella algunos minutos al día pues resistir más tiempo significa exponerse a volar por los aires al más ligero descuido (La película ganadora del óscar en 2010, En tierra hostil, recrea la labor de un equipo de soldados especializado en explosionar artilugios muy sofisticados con ayuda de robots).
Si los vencedores de las contiendas son militares el poder se circunscribirá a una sola persona. Las dictaduras fomentan la represión y coartan la libertad del individuo para decidir por sí mismo. Eso genera fobias que son el germen del odio más acervo. Los países más pobres se ven atrapados en una red de corrupción que esconde oscuros intereses monetarios, tráfico de armas, contrabando de diamantes... La miseria se ceba con las mujeres y los niños, usados como escudos humanos y mano de obra barata. En muchos casos los refugiados que inevitablemente provocan estas guerras se hacinan en campamentos con total carencia de acceso al agua potable y en condiciones sanitarias y de higiene lamentables. La ayuda internacional hace lo que puede para paliar las hambrunas y los brotes de enfermedades infecciosas siempre que no sea interceptada por las guerrillas que controlan los puntos clave de acceso de los convoys humanitarios.
No es preciso tener vocación de misionero para que a uno se le encoja el corazón cuando los medios de comunicación emiten imágenes de criaturas al borde de la inanición, todo piel y huesos, literalmente devorados por las moscas. En nuestro mundo occidental todo es ostentación, derroche, despilfarro, lujo y vicio, glamour de cartónpiedra, indiferencia hacia los problemas del prójimo. Hacemos oídos sordos a la llamada de quien necesita ayuda. El concepto globalización no es más que un vocablo grandilocuente con el que los mandatarios que presumen de solidaridad intentan suavizar la realidad. Las desigualdades imperantes hace mucho que tienen desequilibrados los platillos de la balanza de una manera extrema. Los pobres cada vez se hallan más oprimidos y los ricos nadan en la opulencia sin que, salvo notables excepciones, vivan de acuerdo con los tiempos que corren. No quieren ser conscientes de que algo huele a podrido en el sistema y de que se tienen que corregir tantas desigualdades.
Los organismos internacionales tales como el Banco Mundial o el Fondo Monetario Internacional deberían actuar con criterio neutral y favorecer las condiciones para alcanzar una paz mundial durarera. Procurar consensuar las posturas de aquellas naciones que entren en conflicto y mediar para dirimir las disputas en la medida de lo posible. Ese es el gran reto que todavía tienen por delante. De no poner los medios la revolución de las clases humildes y sometidas al yugo del capitalismo más atroz se acabará volviendo contra los países imperialistas. Estos creen tener la sartén por el mango, pero puede que lo que se esté cocinando en ella les salpique y se acaben quemando. La paciencia tiene un límite. A los desdichados acabarán por hinchársele las narices y aplastarán como a un gusano a quien intente dominarlos. No debe pasarse por alto que la abundancia y la escasez están separadas por una línea muy difusa. Un cambio en las condiciones externas de nuestro entorno puede conducirnos hacia el lado que no deseamos. Que seamos vulnerables y podamos vernos privados de lo más elemental debería hacernos reflexionar. Intentemos ser más empáticos y generosos. No cuesta tanto.
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Promesas incumplidas de juguetes rotos
No FicciónAtrévete a parar durante un rato tu frenético ritmo de vida. Aquí hallarás reflexiones profundas sobre temas que nos preocupan a todos contadas desde un punto de vista crítico y personal.