En la resignación es donde se ve la honestidad y la pureza del alma
Sumner Locke Elliott
Los barcos de la flota de altura se disponían a zarpar de un momento a otro del puerto de Murmansk en una fría mañana de agosto cuando todavía se atisbaba en el horizonte el último resplandor de la aurora. El viento, fuerza siete en la escala Beaufort, ululaba con agudos silbidos que auguraban una azarosa travesía con riesgo de tormentas en alta mar. Retazos de nubes matizaban un cielo azul cobalto y una brisa que transportaba el bullicio de varios niños jugando en las proximidades del muelle de atraque despedía a los navíos deseándoles buena suerte. Tras soltar amarras y fijar la derrota hacia los lejanos caladeros de pescado, los buques mercantes bordearon las estribaciones del espigón y recibieron los destellos del cercano faro, que relampaguearon intermitentemente sobre las gélidas aguas del Mar de Barents. A escasos metros, en la dársena de sumergibles, el submarino nuclear Kursk de la armada rusa (con un peso de arrastre de 24.000 toneladas) estaba listo para cerrar escotillas y poner rumbo hacia las latitudes septentrionales del Océano Glacial Ártico. Allí estaba prevista la realización de una serie de maniobras militares encuadradas dentro del programa de defensa soviética ante ataques extranjeros. A bordo viajaba una tripulación compuesta por 118 marinos profesionales entre los que se incluían cinco oficiales y dos ingenieros. Estos últimos eran los encargados de la supervisión de los aparatos y se cercioraban de que todo estuviese a punto para la partida. El oficial al mando de la sala de control procedía a la revisión de las distintas secciones del sumergible:
"Sónar y torpedos" - su autoridad se volcaba con voz estridente a través del micrófono del intercomunicador. "Todo en orden" - respondieron desde los compartimentos de proa." Control del reactor. Potencia a punto. Listos para la inmersión. Turbinas a toda máquina. Propulsión. Mecanismo funcionando correctamente. Compuertas de misiles. Cerradas, mi comandante".
Tras las comprobaciones de rutina y una última ojeada al periscopio, el capitán Liachin ordenó que todos estuviesen en sus puestos para el inicio de la misión. El submarino ganó profundidad hasta estabilizarse a unos sesenta metros de la superficie. Eran en esos instantes las siete horas treinta y dos minutos. El viaje transcurrió sin incidencias. Cuatro horas más tarde el Kursk alcanzaba su destino. En la sala de control de Murmansk recibieron el siguiente mensaje por radio:
"Submarino K-141 solicita permiso para comenzar los ensayos balísticos" - Tras unos segundos de silencio obtuvieron la respuesta: "Conforme. Permiso concedido"
El capitán accionó un conmutador del tablero de instrumentos y dijo con voz perentórea:
"Procedan a disparar torpedo número 1".
En la cámara de proyectiles Murat Baigarin, un marino de 35 años con ocho de experiencia en el puesto, recibió la orden de su superior en el altavoz de su cabina con incómodo resquemor. Cuando era preciso que interviniera era incapaz de evitar que le asaltase una desazón que, no sabía precisar por qué, le encogía el corazón y le atenazaba los nervios. Suponía que era debido a que tenía muy presentes los riesgos que entrañaba su profesión. Sabía mejor que nadie lo peligroso que resultaba su cometido. Mientras las palabras de su capitán resonaban en su cabeza una repentina oleada de pánico le ascendió desde la boca del estómago. Era una reacción instintiva de autoprotección. Había estudiado a fondo todos los manuales que había encontrado y advertido que disparar un proyectil a una velocidad de 360 km/h a semejante profundidad era una temeridad. El disparo tenía que sincronizarse perfectamente disipando la energía acumulada, pues si los gases emitidos durante la deflagración no se liberaban convenientemente al exterior la sobrepresión causada podría resultar fatal. Sumido en estos pensamientos, Baigarin dilató inconscientemente la ejecución de la orden recibida y de nuevo la voz imperiosa escuchada con anterioridad volvió a restallar en el comunicador:
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Promesas incumplidas de juguetes rotos
Non-FictionAtrévete a parar durante un rato tu frenético ritmo de vida. Aquí hallarás reflexiones profundas sobre temas que nos preocupan a todos contadas desde un punto de vista crítico y personal.