42. La máquina que abre "ventanitas"

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La música es para el alma lo que la gimnasia para el cuerpo.

Platón

La sintonía que sonaba era un arreglo instrumental del Everybody's talking at me de Nilsson y, a continuación, "Bienvenido a La Gramola: esta es tu elección". Con esa frase (seguida del sonido metálico de una moneda cayendo en la ranura de la máquina de discos) comenzaba el programa radiofónico que, de lunes a viernes y de nueve a doce de la noche, se emitía en la antigua cadena M-80 Radio (fusión de las extintas Cadena Minuto y Radio 80 Serie Oro). El presentador era Joaquín Guzmán, un tipo campechano y entrañable dotado de un encantador timbre vocal. Como él mismo no tenía reparos en reconocer, era muy cierto que "si la voz del locutor te enamora jamás te pases por la emisora" (aludiendo a lo poco agraciados físicamente que son los trabajadores de las ondas y los actores de doblaje de los estudios de grabación). Al micrófono Joaquín desplegaba su amplia experiencia como disc jockey leyendo los innumerables mensajes recibidos en la redacción. Fuese a través de correo tradicional, electrónico, contestador automático o fax las peticiones de los radioyentes eran satisfechas siempre precedidas de la correspondiente presentación de los mismos.

En sus comienzos el espacio radiofónico se ceñía a conversaciones telefónicas con oyentes entre las que se iban intercalando canciones. Tales charlas solían resultar entretenidas. Los interlocutores eran en su mayoría trabajadores nocturnos, camioneros, vigilantes e incluso detectives privados (era emocionante escuchar cómo el Philip Marlowe de turno describía que acababa de seguir el rastro de un hombre por un callejón solitario porque su mujer tenía fundadas sospechas de que se la estaba pegando con otra, u otro, nunca se sabe). Con el tiempo La Gramola fue ganando audiencia e incorporando secciones novedosas. De vez en cuando una voz femenina en off sugerente y aterciopelada rompía el silencio leyendo una frase gloriosa de un personaje célebre. También se fomentaba la curiosidad explicando el origen de dichos y diretes y explicaba cómo se habían inventado un sinnúmero de objetos cotidianos. En la llamada "versión original", se seleccionaba una canción extranjera cuya letra se traducía para que los poco duchos en inglés pudiesen captar lo que quiere transmitirnos Bruce Springsteen en The river o Don McLean en American pie. En La Gramola viajera una persona relataba su experiencia en su visita a un lugar del mundo detallando qué parajes merecía la pena conocer, dónde alojarse, qué comer... En "canción a medida" dos músicos colaboradores componían un tema en directo para un oyente según la historia que éste les había referido previamente. En "se busca" se premiaba a quien tras escuchar un fragmento de una canción poco conocida identificaba su título e intérprete. La solidaridad también tenía cabida, pues diariamente los oyentes enviaban sellos usados que eran entregados a una ONG (la Central del Sello Misionero) y también se llenaba una hucha con dinero para destinarla a causas benéficas.

En el salón de los invitados, un grupo musical o cantautor daba un concierto unplugged para los quince o veinte afortunados fans que conseguían entrar a los estudios. Entre canción y canción les formulaban preguntas a sus ídolos relativas a su trayectoria profesional y a sus difíciles comienzos como artistas callejeros.

Cada cierto tiempo La Gramola hacía las maletas y recorría diversos puntos de nuestra geografía emitiendo desde un teatro o auditorio. En Sevilla adquirió notoriedad un personaje dicharachero llamado Francisco Paco José de los Dolores, un histrión con más salero que un tablao flamenco. Con su acento andaluz cerrado contaba sus tribulaciones finalizando con su coletilla "¡Este es el remate de los tomates! El señor Guzmán lo dejaba soltar su perorata y, manteniendo la compostura durante la cháchara, se quedaba con la inequívoca sensación de que al pobre chaval le faltaban, tirando por lo bajo, un par de hervores.

El factor clave del éxito del programa era, sin lugar a dudas, su gramola. La juke box se hacía querer porque se asemejaba a una simpática cajita de sorpresas que te ponía una canción si eras generoso con ella. Eso gustaba porque acariciaba la fibra sensible. La melodía que sonaba evocaba olores, desenterraba recuerdos indelebles que emocionaban. En definitiva rescataba la mejor época de la vida, esa que perdura como el diamante engarzado en una gargantilla. Por eso recurrían a ella los enamorados que se felicitaban el cumplemeses (apelativo que cuantifica la estabilidad sentimental de los novios modernos) pidiendo la canción del baile de fin de curso en el que se conocieron; los familiares que apenas podían verse durante el año o las personas que habían perdido a algún ser querido. Los gramoleros aseguraban (como no podía ser de otra forma) que lo que más mola es La Gramola. Ponerla en marcha significaba recorrer tu camino con la banda sonora de tu vida sonando de fondo. Y lo mejor era que los responsables de que la magia siguiese girando en el disco siempre estuvieron "encantados de servirte, gracias".

Promesas incumplidas de juguetes rotosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora