Sólo con el corazón puede verse bien. Lo esencial es invisible para los ojos
Antoine de Saint-Exupéry
El espontáneo llanto de un recién nacido acostado en su cunita, los kikirikís de un gallo madrugador o los maitines recitados por las monjas benedictinas de un convento de clausura anuncian la llegada de un nuevo amanecer. En él las águilas imperiales volverán a ejercer su hegemonía en los cielos, los feroces tigres seguirán imponiendo su ley en la selva y los bellos delfines surcarán una vez más los mares brincando y balanceándose sobre la espuma de las olas. Este cuadro (uno de tantos que conforman el vivo retrato de la naturaleza) es pintado día tras día sobre el mismo lienzo como si al concluir una jornada los colores y trazos allí representados fuesen borrados y retocados nuevamente conjugando con esmero la gama de tonalidades presente en la paleta de un pintor renacentista.
A lo largo y ancho de la senda de nuestra efímera existencia, hallamos momentos de soledad en los que sincerarnos con nosotros mismos exponiendo en voz alta las desazones que nos atormentan el espíritu y los alborozos que lo alegran. Aunque para desnudar el alma no es preciso alcanzar la madurez, si hacemos caso a Víctor Hugo (quien aseguraba que en los ojos del joven arde la llama y en los del viejo brilla la luz) entonces concluiremos que los albores de la senectud son los más adecuados para hacer balance de nuestro recorrido vital. Llegados allí habremos atesorado un bagaje que nos permitirá mirar atrás con ojo crítico. En ese silencioso vacío que nos proporciona la intimidad nos sentiremos frágiles evocando tiempos lejanos. Comprenderemos que las cosas recordadas no tienen cuerpo, que cada uno de nosotros somos el conjunto de nuestros recuerdos, las posesiones más preciadas que guardamos en lo más profundo del corazón.
En la enfermedad irreversible los malos presagios nos atenazan la razón con grilletes de hierro y nos vemos en la tesitura de enfrentarnos cara a cara con la muerte. No porque sepamos inconscientemente que ésta está tan segura de su victoria que nos da toda la vida de ventaja nos damos por vencidos. Luchamos por apartar de nuestros pensamientos la convicción de que acabaremos durmiendo el sueño de los justos, aunque sepamos que tarde o temprano ése sea el destino que nos aguarda. Confiamos en que tras abandonar este mundo haya algo más. Sería injusto que viviésemos, llorásemos y sufriésemos por nada; que algunos fuesen afortunados y que a otros la ventura les fuese negada. No comprenderíamos quedar reducidos a ceniza, a un soplo estéril perdido en el olvido. Si nos extinguiésemos y nadie nos recordase el universo entero sería una farsa, un absurdo caos. De ahí que nos consolemos aferrándonos a la fe, esa esperanza ciega que nos permite encontrar nuestra esencia para aliviar nuestra congoja, la desazón de irnos sin dejar huella y marchitarnos como las hojas en otoño.
Asimilemos una lección fundamental para que cuando tengamos que despedirnos lo hagamos con la cabeza bien alta y sin amilanarnos: el ser niño es aprender a vivir y el ser adulto es aprender a morir. Es más, la muerte no tiene el poder que erróneamente se le atribuye: no es capaz de matar la pureza de un amor sincero, ni borrar la sonrisa de un rostro lozano, ni hacernos olvidar al ser más querido que nos espera en un lugar pacífico y acogedor a que nos reunamos con él. A pesar de la inherente debilidad de nuestra condición de seres mortales, nuestra inteligencia es la salvación. Nos guía en nuestro camino para que aprovechemos el presente viviendo con intensidad cada momento sintiendo en el pecho el latido de un corazón sano y vigoroso lleno de ilusión. Debemos recordar que sólo se conserva aquello que se ama, sólo se ama aquello que se comprende y sólo se comprende aquello que fue enseñado. Puesto que nos enseñaron a vivir, comprendemos y amamos la vida. Nada nos la podrá arrebatar. La conservaremos eternamente, estemos donde estemos, porque el cuerpo se degradará convirtiéndose en polvo pero el alma es inmortal.
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Promesas incumplidas de juguetes rotos
Документальная прозаAtrévete a parar durante un rato tu frenético ritmo de vida. Aquí hallarás reflexiones profundas sobre temas que nos preocupan a todos contadas desde un punto de vista crítico y personal.