A Carlos del Amor
La música en el alma puede ser escuchada por el universo
Lao Tzu
La diáfana claridad de una mañana de abril se filtra a través del vidrio emplomado de la iglesia, al otro lado del parque donde los magnolios y los olmos juegan a entrelazar sus hojas mientras el delicado aroma del jazmín bendice los melodiosos cantos del chorlito y los juguetones trinos del jilguero. La luz, difractada en un mágico abanico de tonos policromáticos, describe sobre un suelo de piedras centenarias trazos tornasolados tan bellos como las gráciles piruetas de una bailarina vestida con muselina danzando a ritmo de vals. Tras los bancos de madera de nogal, insinuado en una esquina, se halla un retablo de estilo gótico tardío adornado por esculturas de arcángeles y apóstoles.
Dos columnas talladas en bronce ascienden es espiral hasta culminar en sendos capiteles que enmarcan la figura cerúlea de un Cristo ungido que levanta la vista al cielo buscando el apoyo omnipotente del Padre. En el altar mayor la Virgen sostiene en su regazo al niño Jesús con inigualable candor. En uno de los laterales (protegido por una verja de gruesos barrotes de hierro) algunos epitafios señalan el santuario donde, bajos mármoles de blancura nívea, reposan los restos de insignes escritores.
Repentinamente de una esquina de la basílica surgen los acordes de una melodía alegre y vivaz como si los ángeles esculpidos en el pórtico sintiesen la espontánea necesidad de tañer sus laúdes e inundar la casa de Dios con la serenidad de la música celestial. Pero no se trata de eso. Tampoco son los causantes de esa poética sucesión de notas los tubos del órgano que, situado a escasos metros del púlpito, acompañan los cánticos del coro de monjes que rezan diariamente la salve y la liturgia. La génesis de esa especie de milagro divino está en los dedos invisibles que interpretan armoniosas piezas musicales en los diversos instrumentos diseminados por toda la estancia. Una orquestita de inanimados músicos de jazz se aloja en el ángulo izquierdo de la capilla. Los muñecos, dotados de movimiento y provistos de saxofones, recrean con alborozo el genuino estilo de las memorables verbenas populares que dan vida a las noches estivales. A su lado fonógrafos de colores llamativos se mantienen callados como formales espectadores de exquisita educación. En una mesa cercana descansa la colección de agujas que pincha los discos de vinilo cuyos sonidos son emitidos por altavoces con forma de oreja de elefante. Las radios antiguas y las gramolas Wurlitzer permanecen apagadas, deseando que alguien las encienda para llenar el espacio vacío con ondas sonoras. Conforme avanzamos por el pasillo central a ambos lados observamos otros instrumentos que evocan tiempos pasados inmortalizándolos a través de la música de las ferias ambulantes interpretada con júbilo y arreglos clásicos. En otros ingenios (valiéndose del simple giro de una manivela) las piezas para clarinete o piano (acompañado este último por tres violines cuyos arcos se mueven en rítmico compás) adquieren una curiosa perfección que hace olvidar momentáneamente el funcionamiento de tales artilugios.
La banda sonora de películas del cine mudo se reproduce en un clavicordio de dos pedales tocado a cuatro manos. En el ábside, una reproducción del Taj Mahal iluminada por bombillas de colores emite un pasodoble de inequívocas raíces hispanas. En medio de todos estos instrumentos (que parecen estar hechizados por el embrujo de un invisible director de orquesta) y adorada como una reina entre sus fieles se halla la rueda del silencio. Esta construcción de madera (con un diámetro de unos dos metros) está rellenada por diminutas partículas de arena. Al ser girada alrededor de un eje produce el sonido de las olas del mar al romper en la orilla. Escuchar esta delicia para los sentidos es igual de sugerente que acercarse una caracola al oído. Se siente la vida fluír en un devenir cíclico e inalterable, como el sol que se acuesta tras enfundarse en un pijama de atardecer rojizo y se levanta vestido con un traje de alba púrpura.

ESTÁS LEYENDO
Promesas incumplidas de juguetes rotos
Non-FictionAtrévete a parar durante un rato tu frenético ritmo de vida. Aquí hallarás reflexiones profundas sobre temas que nos preocupan a todos contadas desde un punto de vista crítico y personal.